Juan Ramón de la Serna: "Solo puede educar un sujeto que a su vez es alumno, discípulo de otro"

¿Qué tiene en común un médico que acompaña fuera de horario a una niña terminal y un maestro que se queda voluntariamente con su alumnado después de clase? Para Juan Ramón de la Serna, director del Colegio Internacional J. H. Newman, ambos son testigos de una misma vocación: cuidar la vida. En esta nueva entrega de La batuta escolar con Nacho de los Reyes, director del Colegio Nicoli, De la Serna defiende una idea profunda de la educación como relación, compromiso y cultura, en contraste con la burocracia, las modas pedagógicas o la búsqueda de validación externa.
Viernes, 13 de junio de 2025
0

«Trabajar es generar vida». Con esta afirmación arranca Juan Ramón de la Serna una conversación que va mucho más allá del aula. El director del Colegio Internacional J. H. Newman, con una mirada lúcida y crítica, reivindica el corazón de la tarea educativa: acompañar, sostener y dar sentido. No es casual que la entrevista comience con un ejemplo del ámbito médico. Para De la Serna, la educación y la medicina comparten una misión: cuidar la vida. Acompañarla. Estimularla. Y también, llegado el momento, saber retirarse sin perder la grandeza.

Frente a un modelo burocratizado que reduce la educación a la ejecución de tareas, De la Serna apuesta por un retorno al origen: «Educar es traer a la vida. Es despertar en los alumnos el deseo de comprender el mundo». Y, sobre todo, hacerlo desde una experiencia significativa. La escuela no puede limitarse a entretener o a proporcionar títulos. «Si no hay algo que no quieras perderte, estudiar carece de sentido», afirma. Y ese algo solo se transmite de persona a persona.

Una anécdota que comparte ilustra bien esta tensión: un joven profesor quiso quedarse por las tardes, de forma voluntaria, a acompañar a su alumnado. La dirección del centro se lo prohibió, temiendo que su entusiasmo dejara en evidencia a otros compañeros. La escena, tan real como simbólica, revela una renuncia: la de una escuela que prefiere la uniformidad cómoda antes que el compromiso libre.

En esa línea, De la Serna critica también la obsesión de muchos centros por acumular «placas» en sus fachadas —Erasmus, BEDA, programas internacionales…— como si la calidad educativa se midiera por la cantidad de sellos. «¿Desde cuándo necesitamos validación externa para saber que lo que hacemos tiene valor?», se pregunta. «Lo único que avala un proyecto educativo es la certeza del adulto que lo propone».

Pero su crítica más rotunda apunta al seguimiento acrítico de metodologías «de moda»: «Cuántos colegios se han entregado bobaliconamente a distintas pedagogías, que algunas son de 1920, no de hace poco, como el aprendizaje por proyectos, que creen que han descubierto América, el aprendizaje cooperativo, las inteligencias múltiples de Gardner… ¿Y alguno ha hecho evaluación de qué resultados hay de cada uno, qué efectos tiene? No. Pero es moderno, es novedoso. Mire usted, lo más novedoso es conocer las cosas que despiertan una pregunta en el alumno. Es el principal recurso educativo y es inacabable».

Para contrarrestar esta deriva, De la Serna ha impulsado el Máster en Excelencia Educativa junto a la Universidad Francisco de Vitoria y otros 14 centros educativos: una suerte de «MIR docente» para maestros de Infantil y Primaria, en el que jóvenes graduados pasan un año completo acompañando a un mentor en el aula, participando en todo el ciclo de vida del curso. La idea es clara: no basta con tener vocación. Hay que aprender de otro. Educar no es enseñar desde la suficiencia, sino formar desde la humildad.

«Sólo puede educar un sujeto que a su vez es alumno, discípulo de otro. Por tanto, para poder transmitir esta pasión hace falta que uno descubra a alguien a quien seguir. La historia del hombre es la historia de la educación», afirma con convicción.

De la Serna insiste en que no existe educación sin cultura, y que ésta no puede reducirse a datos ni a contenidos desprovistos de sentido. La cultura, dice, es el juicio sobre la realidad. Y ese juicio se transmite desde un sujeto a otro. Por eso la educación no puede ser neutral: todo centro educativo, público o privado, transmite una propuesta de vida. La clave está en formar maestros capaces de sostener esa propuesta y compartirla con autenticidad.

«No hay tarea más apasionante que acompañar a otro ser humano en el camino hacia su felicidad», concluye. Una afirmación que, en tiempos de confusión y ruido, recuerda que la educación sigue siendo una de las aventuras más profundamente humanas que existen.

0
Comentarios