Nieves Segovia: "Hay que romper el círculo vicioso de la inercia educativa"
A Nieves Segovia le gusta conversar, y lo hace conectando a velocidad de vértigo diferentes ideas en torno a la que es una de sus grandes pasiones, a la que ha dedicado toda su vida: la educación. Aunque también reconoce que quizá no todo el mundo piensa en lo mismo cuando habla de educación, o la desvirtúa cuando pretende convertirla en el remedio para todos los males de la sociedad.
La Universidad Camilo José Cela cumple 25 años, ¿cuál es su balance?
–Un cuarto de siglo para una universidad es un periodo muy acotado. Ya cuando la inauguramos en el año 2000 y la presentábamos como la primera universidad del siglo XXI –porque realmente al inaugurarla en septiembre del año 2000 fue la primera universidad que se inaugura en el siglo XXI–, decíamos que dentro de 100, 200 o 300 años podríamos ver con un poquito de perspectiva su alcance, porque la iniciativa universitaria es de las instituciones sociales con mayor permanencia en el tiempo, aunque posiblemente muchas cosas ahora vayan a cambiar. El decir de inicio «Vamos a tener las ideas del siglo XXI» también era una manera de manifestar nuestra intención de hacer una universidad diferente.
Una nueva universidad en pleno cambio de milenio.
–Con el cambio de milenio pensábamos que llegarían cambios que, de hecho, se han producido. No fueron evidentemente inmediatos, pero sí hemos tenido grandísimas transformaciones, y en nuestro ADN de la Institución Educativa SEK, que nació en el siglo XIX, en 1892, siempre el reto ha consistido en dar respuesta, intentar anticiparnos cuando era posible, a las necesidades de una sociedad que en España y en el mundo en este casi siglo y medio se ha transformado tantísimo. Una institución educativa, de alguna manera, tiene que ser capaz de liderar esas transformaciones y, si es posible, anticiparlas en algunos casos. Claro que ahora es muy complejo anticipar nada, por el cambio exponencial que estamos viviendo y la magnitud y la rapidez de lo que está pasando…
En aquel momento inaugural dijimos que queríamos hacer algo diferente. Una universidad más por una cuestión de plazas universitarias no se justificaba, no se justificaba entonces y creo que no se justifica ahora, salvo que lo que aporte a la sociedad sea algo diferencial. Y siempre nos quisimos poder distinguir más por la calidad y los rasgos diferenciales que pudiéramos aportar que por la magnitud. Nuestra ambición nunca fue ser una universidad de 200.000 alumnos, sino que se justificara su existencia porque aportaba algo singular y diferente que en aquel momento no existía.
Nuestra ambición nunca fue ser una universidad de 200.000 alumnos, sino que se justificara su existencia porque aportaba algo singular y diferente que en aquel momento no existía
"A lo largo de estos 25 años han sido muchas las innovaciones que hemos intentado introducir. Creemos en una universidad investigadora pero también en una universidad con calidad e innovación docente. No siempre se habla de la docencia en el ámbito de la universidad, de la calidad de la docencia. Y también pensábamos que, en términos curriculares, de tipos de grados, había muchas cosas que transformar. Hemos sido muy pioneros, innovadores, con grados que hemos sido los primeros en desarrollar.
La universidad que surgió en 2000 tenía que llevar ese sello que tenían ya desde 1892.
–Cuando se funda la Universidad Camilo José Cela, la universidad es un fin en sí mismo, por supuesto, pero también es el medio para mejorar la calidad de la docencia en términos absolutos. Nosotros siempre nos hemos distinguido por esa voluntad de innovación y de cambio en las aulas, por apostar por la formación de los profesores, la dignificación de la función docente… cuestiones que siguen estando encima de la mesa. La Universidad, y la Facultad de Educación, concretamente, nos permitía llevarlo un poco más lejos, poder hacer investigación aplicada, poder ofrecerle a nuestros profesores oportunidades de desarrollo profesional muy conectadas con el día a día de las aulas. Informar la práctica investigadora y los propios contenidos de nuestros grados en Educación, desde la propia aula.
¿Sigue existiendo una desconexión preocupante entre el ámbito de la universidad y el escolar?
–Sí, todo nuestro sistema educativo está muy fragmentado, es uno de los problemas que tenemos. La formación inicial, de la que ahora estamos hablando, está muy lejos de la práctica real en las aulas y de los retos que se viven cada día en los colegios, en la escuela. Realmente ese fue un poco el fin de la propia universidad, aunque, lógicamente, había otras facultades que acompañaban el desarrollo de una universidad que no era para nuestros alumnos solo, que está abierta al conjunto de la sociedad. Pero sí existía esa vocación de querer tener una Facultad de Educación, que, de hecho, y a título anecdótico, complicó bastante la propia autorización de la Universidad, porque en aquel momento uno de los criterios más importantes para autorizar una universidad era que respondiera a una demanda insatisfecha de plazas, y en Educación eso no pasaba.
Pero, claro, nosotros decíamos «No podemos entender una universidad sin una facultad de educación que vertebre toda esa innovación y práctica docente que trasciende la facultad de educación y que se extiende al resto de facultades». Eso nos retrasó más de un año, año y medio, el dar la batalla para que se entendiera que una facultad de educación para nosotros era fundamental.
Hace unas semanas decía que, en educación, estamos ante un cambio de ciclo, que, esta vez sí, estamos ante «el fin de la educación tal y como la conocemos».
–Esta vez sí que sí. Puede parecer que llevamos 30 años como Pedro y el lobo: «que sí, que se produce, que estamos en el borde de la transformación, que se va a producir la disrupción…», y, bueno, ha tardado más, como siempre sucede.
El sector educativo es un sector que estructura la sociedad, de alguna manera preserva la sociedad como la conocemos, le da consistencia, preserva el status quo. El sistema educativo escolar y universitario tienen muros de contención muy gruesos. Por un lado, en el ámbito escolar está el carácter asistencial de la educación: son alumnos menores, por consiguiente, debe existir un espacio de crecimiento, de socialización, de atención, y la disrupción de la escuela en ese contexto evidentemente no se va a producir, y eso es de alguna manera lo que nos lleva a pensar que no van a cambiar las cosas o que van a ir mucho más despacio. O la obligatoriedad hasta los 16 años, ese es otro de los muros gruesos.
En el ámbito de la universidad, el muro de contención fundamental es la certificación de determinados conocimientos habilitantes. También eso nos da la sensación de que esa disrupción que sucede en otros sectores en el nuestro, el educativo, no va a suceder, que estamos resguardados. Nos ha pasado con muchas innovaciones y transformaciones que se han producido, «No va a atacar, a afectar al corazón de lo que nosotros hacemos».
Y yo creo que ahora, sin embargo… Bien, la escuela seguirá existiendo –en la universidad la disrupción, salvo en estas profesiones o certificaciones habilitantes, irá más rápida, por lógica, porque no es ni obligatoria ni asistencial– pero, aunque la escuela exista, puede llegar a ser irrelevante si no está respondiendo a las necesidades de los alumnos, si en muchas ocasiones la tarea del profesor no puede desenvolverse en las condiciones en las que debería –aquí tenemos que repensar nuestro propósito–, si la sociedad y las familias cada día nos exigen más y externalizan responsabilidades educativas que creo que tenemos que pedirle a la sociedad, pues somos todos una sociedad que educa, y una sociedad del aprendizaje tiene que empezar por aprender a educar junta… Y no se pueden externalizar a la educación formal responsabilidades que nos corresponden a todos, máxime en un momento en que nos vemos obligados a repensar ese propósito.
La escuela seguirá existiendo, pero, aunque exista, puede llegar a ser irrelevante
"Estamos ante la disrupción definitiva.
–Ahora tenemos una tecnología que es capaz de realizar tareas que entendemos como humanas; la apariencia es de sustitución de algo intrínsecamente humano, la capacidad de hablar, el lenguaje. Y no hay respuestas sí o no, se compromete una visión crítica, una forma de pensamiento, una toma de conciencia, un sustrato cultural. Estamos externalizando elementos que eran constitutivos del ser humano, y por eso ahora esto tiene otra envergadura. Además, es un momento de tecnologías exponenciales porque convergen y se multiplican. Ya no es una sola, tomada de forma aislada.
Ya sabemos que no se trata de incrustar una tecnología en un espacio que no estaba preparado para esa tecnología. Durante muchos años se han hecho grandísimas inversiones en tecnología. Y, al final, decimos: «Pues el sistema no ha mejorado» ¿Para qué ha servido esa tecnología? Tenía una cierta capacidad para transformar lo que pasaba dentro del aula, pero realmente no le permitíamos hacerlo. Si yo pongo en un aula tradicional una pizarra digital básicamente la práctica metodológica es la misma, un poquito más enriquecida, un poquito más de audio y de vídeo, y algunas aplicaciones, pero no he hecho una transformación mucho más profunda. La tecnología hubiera podido hacer esas transformaciones mucho más profundas, pero ahora ya son inevitables, porque el alumno ya ha descubierto, lo descubrió hace tiempo, pero cada vez más, que puede aprender en otros espacios que no son los espacios educativos formales, los espacios educativos tradicionales.
Y se puede dar la circunstancia en la que un profesor planifica tareas docentes utilizando la inteligencia artificial generativa, el alumno responde a esas tareas utilizándola y luego el feedback también se lo va da la IA, con lo cual va a estar la máquina hablando con la máquina sin que se produzca un proceso de enseñanza y aprendizaje significativo y profundo.
Para que no nos quedemos en esto, donde efectivamente no hay un aprendizaje, estamos en la superficialidad, nos olvidamos del desarrollo de competencias y atributos humanos, tenemos que hacer un cambio sistémico, porque en el sistema educativo no basta con cambiar una pieza, porque todas son interdependientes, todas están conectadas. Por eso a veces decimos «cambiamos el currículum», bueno, si no cambiamos la evaluación… O «cambiamos el tiempo», pero si no cambiamos el espacio… Hay que cambiarlo todo. Y en este momento de profunda disrupción tenemos la oportunidad de hacer una revisión 360 de todos los elementos del sistema que nos obliga a repensar el propósito de la escuela, que creo que es más relevante que nunca, pero no para el rol para la que ha sido diseñada durante un montón de años.
En este momento de profunda disrupción tenemos la oportunidad de hacer una revisión 360 de todos los elementos del sistema que nos obliga a repensar el propósito de la escuela
"Para por fin evolucionar hacia una escuela para el siglo XXI.
–La escuela respondió bien a la Revolución Industrial. La nuestra es una escuela industrial y, evidentemente, eso es un anacronismo de nuestro tiempo que ya se cae. El rol del profesor, el trabajo del profesor, no va a cambiar, todo lo contrario, pero hay determinadas tareas que sí van a desaparecer si somos capaces de automatizar todo lo automatizable. Si cogemos las tareas que realiza a lo largo de una jornada un profesor, muchas de ellas se pueden automatizar. Y seguramente para las más importantes, las más relevantes, no tiene tiempo: conocer al alumno, comprender al alumno, acompañarle, ayudarle… Si da clase a las nueve, a las diez, a las 11 y a las 12… lo que no le quedan son tiempos para poder acompañar al alumno de la manera que el alumno necesita, y ahora, más que nunca.
Tenemos la obligación de repensar nuestro sistema de forma total, partiendo del propósito de la propia escuela, de la propia institución universitaria, entender cuáles son los roles que ahora se exigen, cuáles debemos compartir con la sociedad, y ser capaces de redefinir ese rol del maestro, de recuperar el rol del maestro, el maestro que sabe preguntar, que sabe acompañar, que entiende al alumno y que le permite desarrollar su máximo potencial. Esos maestros que todos recordamos, que fueron los que nos marcaron, ahora lejos de desaparecer tienen una importancia vital.
Aquellos más instalados en una tarea más burocrática o más repetitiva… a lo mejor sí hay tareas que la IA va a poder desarrollar. La IA siempre va a tener más paciencia, más recursos metodológicos para retar al alumno con preguntas, con acompañamiento, con personalización, con un feedback mucho más extenso, etcétera. Hay muchas cosas que sí está haciendo muy bien la inteligencia artificial, pero hay muchas otras, que son en las que nos tenemos que centrar ahora, entre otras, las facultades de educación.
Hay un tema muy importante: cuál es realmente el rol del maestro, yo creo que es una de las grandísimas preguntas a las que nos enfrentamos. Y yo soy muy optimista, entiendo que por fin el maestro podrá hacer aquello para lo que se formó y por lo que decidió un día serlo.
Hay un tema muy importante: cuál es realmente el rol del maestro, yo creo que es una de las grandísimas preguntas a las que nos enfrentamos
"Uno de los males de nuestro tiempo es que hay muchos profesores quemados, o incluso la deserción, muchos están abandonando la profesión.
–Si el sistema pierde a esos maestros con mayúsculas, el sistema está fracasando, del mismo modo que el fracaso escolar que siempre le atribuimos al alumno en muchos casos, o en la la mayoría, es un fracaso del propio sistema.
Y vuelvo a lo de antes: a la sociedad. En cualquier encuentro, una comida de amigos, cualquier panel, cualquier foro, la solución mágica siempre es la educación. Sí, es verdad, pero, claro, lo que no se puede pretender es que la educación, en este caso la educación formal, lo resuelva todo. ¿A quién nos dirigimos cuando hablamos de «la educación»? Todos creemos que estamos hablando del mismo agente, pero la educación, ahora… ¿Qué educa más? ¿Qué influye más? ¿Una red social? ¿Ocho horas en un aula? ¿La familia? Lo de educar ya no es algo que sucede de ocho o de nueve a tal hora en un aula con un profesor. Las fronteras de los sistemas formales e informales de aprendizaje, si los denominamos así, ya están absolutamente difuminadas, ya se han roto, por más que nosotros creamos en nuestros diques de contención.
Lo que no se puede pretender es que la educación, en este caso la educación formal, lo resuelva todo
"¿Qué nos encontramos? Con profesores a los que se les encarga todo. Cuánto tiempo llevamos diciendo: «Hay que ser coach, hay que ser el sherpa, el guía. Hay que además atender el bienestar, por supuesto, hay que atender cada vez a más dificultades y estructuras familiares, etc. Ahora, además tienen que ser gestores de datos, porque, claro, todo pasa por los datos». Una de cosas… Realmente es el hombre orquesta. No. El Maestro tiene un rol fundamental y tenemos que permitirle que lo desarrolle. La buena noticia es que ahora esta tecnología nos puede permitir hacer esas tareas. Pero hay que tomar conciencia social de la cantidad de responsabilidades que se están externalizando.
Como con el tema de las pantallas.
–Por ejemplo. Vale, sí, puede ser un distractor. Aunque el móvil en el aula, según qué utilización tenga… Lo puedes tener boca abajo, no tienes por qué estar distraído, es una herramienta de trabajo en determinados entornos en los que no hay un iPad, un ordenador u otro dispositivo digital, es una herramienta tecnológica de primerísimo orden. Completamente de acuerdo en que los teléfonos móviles no se utilicen en los recreos, en los espacios de socialización, pero en un aula es una herramienta de trabajo. Bueno, pues lo prohibimos. Y luego cuando el alumno sale del aula o del colegio, barra libre de teléfono y está en su casa, en una comida familiar, con el teléfono ¿Arreglamos algo prohibiendo que se utilice una herramienta de trabajo dentro de un aula, cuando tendríamos que ir hacia una toma de conciencia colectiva de lo que está pasando? Muchas personas hablan de la serie Adolescencia, que impactó tanto. Dice el padre: «Pensaba que mi hijo estaba seguro porque estaba en su habitación». Hay que ir hacia una toma de conciencia colectiva.
Ahora que ha mencionado el tema de las pantallas, se quejaban los concertados de que en los privados no se aplicara el decreto de la Comunidad de Madrid. No sé si quiere hablar de la concertada, si la ve como otro anacronismo.
–Yo creo en una educación concertada tal cual se diseña diseña en su día para llegar a esos espacios o crear esa propuesta más plural, más diversa, o atender a determinados colectivos de alumnos a los cuales a lo mejor la educación pública no llegaba. Hay una serie de razones por las cuales se establece un modelo de concertada que debería convivir perfectamente con la educación pública y la educación privada. Que vaya por delante que yo creo que lo que transforma la sociedad es la educación pública, es la calidad por la que hay que apostar .
La concertada la veo como un elemento complementario a un sistema que aporta una cierta pluralidad. Y ahora, por desgracia, se ha convertido en otra cosa. Es importante para todos que exista un entorno de competencia leal, porque una concertada desvirtuada le hace tanto daño a la pública como a la privada como a la educación concertada con esos valores originales que realmente desempeña una labor social de primerísimo orden. Como todo, no es el modelo en sí, sino cómo luego se interpreta.
Acaba de llegar de Qatar.
–Sí, de WISE 12, y de nuestro colegio; estamos creciendo mucho en Oriente Medio y hora es uno de los de los focos a los que estoy dedicándole más tiempo. Dentro de la conferencia de WISE, y dentro de las labores de investigación de la Fundación Qatar, invitaron a la UCJC a participar de un consorcio de siete universidades de todas las regiones del mundo que han estado investigando durante dos años, y ahora han las presentado conclusiones, en torno al uso de la inteligencia artificial en entornos de educación superior.
Aprovechando esta gran conferencia, WISE, se han presentado esas conclusiones. Igual que en nuestro Simposio Felipe Segovia tratamos el tema de Verdad, Belleza y Bondad en tiempos de la IA, WISE hablaba de Humanity.ia, ese concepto de cómo la inteligencia artificial nos puede permitir ser más humanos. Ese es el reto. Frente a una visión apocalíptica de que nos vamos a convertir, o de que ya somos ciborgs, ahí de nuevo emerge la importancia de lo educativo: Cómo conseguimos que esos atributos humanos afloren.
En el Global Education Forum, donde hablamos mucho de inteligencia artificial, vino Ignacio Martínez Mendizábal, un antropólogo de Atapuerca, que fue una de las personas que más nos interpeló. En WISE empezaron también por esa visión antropológica, humana, sociológica, con esperanza. Es una herramienta y, como todas las tecnologías, los seres humanos tendemos a convertirlas en armas, o sea, a hacer fuego. Un martillo es una tecnología muy útil, pero también es un arma. Lo sabemos. Hay una serie de peligros que atentan contra las libertades individuales: el primero, el hecho de que nosotros seamos el producto. Tendría que existir una conciencia desde las grandes tecnológicas, que son las que al final están influyendo, impactando, en lo que piensan nuestros jóvenes y no tan jóvenes, en lo que piensa la humanidad y hacia dónde se dirige. Yo creo que debería ser un pacto global y mundial, que regulara desde la conversación, desde la visión ética, desde esa toma de conciencia, esa sensibilización de la sociedad, que se comprendan los retos a los que nos enfrentamos y que en este cambio de era nos estamos jugando o el entrar en una edad muy próspera o en un momento muy complicado para para el futuro de la humanidad.
Pero en su discurso siempre aparece la palabra esperanza.
–Mi padre siempre decía que sin esperanza no es posible la educación. Y es verdad. La educación es un ejercicio de esperanza. Al final estás construyendo con la esperanza de hacer algo mejor.
Estamos en un momento que ofrece tantas oportunidades como desafíos; el desafío cada vez es de mayor magnitud, y la oportunidad también crece, al mismo nivel. Pienso en un modelo educativo que nosotros anticipábamos, mi padre anticipaba hace muchísimos años ya, de una comunidad de práctica que se denominó en su día modelo El aula inteligente. Ahora, con la inteligencia artificial, el aula inteligente como constructo educativo que revisaba todas las dimensiones del proceso –el espacio del aula, el rol del profesor, el uso de la tecnología, los contenidos, el modelo de evaluación, la agencia del alumno…– tiene la mayor relevancia, al releer cada una de esas dimensiones para traducirlas al tiempo actual. En ese espacio yo creo que la esperanza es infinita.
¿Alguna vez pensaron en tirar la toalla, en renunciar a la Facultad de Educación?
–No, no, no. No sé, si hubiéramos llegado al punto del NO, que hubiéramos hecho, por fortuna no se dio. Mi padre lo tenía muy claro. Para él era la culminación a una comunidad docente. Y era algo que nos debíamos. Habíamos hecho –hablo de los años 60, 70– los primeros centros de formación de profesorado, más allá de las escuelas de Magisterio, los teníamos en los propios colegios abiertos a profesores de toda España. Era ahí donde proyectábamos modelos más innovadores, internacionales, más informados tecnológicamente, cuando la tecnología era muy incipiente; esa vocación de formación de los docentes más allá de nuestros propios claustros ha existido siempre.
Yo creo que nunca nos planteamos que no fuera a suceder. Nos retrasó, el expediente vino de vuelta varias veces. Decía «Todas las facultades sí, pero esta no, porque no hay demanda». La demanda era atendida por la universidad pública o por la oferta que había en aquel momento. Y ahí, bueno, hubo que creer, y explicar, y documentar y decir. Sí pagamos caro el precio de creer, como siempre lo hemos hecho, al ser una organización independiente, el precio de esa libertad o de ese ideario, de esos valores en los que creemos, en los que se reconoce nuestra comunidad, y entre ellos está precisamente el perfeccionamiento de toda nuestra comunidad. Y los docentes son fundamentales. Una universidad de la institución sin una facultad de educación hubiera sido incomprensible.
Yo no creo que una universidad pueda no tenerla, es una cuestión personal, porque si se quiere hacer buena docencia, ese es el elemento vertebrador, formador y estamos en muchos proyectos; por ejemplo, Project Zero, con Harvard, que nace de la investigación con la Universidad de Harvard y la Universidad Camilo José Cela, pero que también trasciende al ámbito escolar, de los colegios, con lo cual intentamos cerrar esos gaps, esos espacios que existen entre la escuela y la universidad que creo que hacen mucho daño. Puede ser investigación-acción o acción-investigación. A veces la idea, la necesidad, surge de un aula universitaria, a veces sale de un aula escolar, pero el darse la mano es importante.
El proyecto con Harvard de Learning Outside-In está teniendo además una repercusión internacional antes siquiera de haberse dado a conocer los primeros resultados. Ya hay un grupo de escuelas en Finlandia que quieren adoptarlo, que se están dirigiendo a Harvard. Estamos preparando los materiales, las herramientas de trabajo para profesores, para ser capaces de documentar de qué manera los espacios de aprendizaje fuera del aula impactan en el bienestar del alumno, además de en el rendimiento académico, y poder medirlo. Este es un reto de alcance, y más ahora que el bienestar de los alumnos, todo lo relacionado con el equilibrio emocional, la salud emocional y mental de nuestros jóvenes, es también una de las grandes pandemias que estamos viviendo y que también es tarea de todos.
Este proyecto incluye una documentación previa, una reflexión sobre la práctica, una medición de resultados… y a los profesores como investigadores de la práctica, que es otro de los roles en los que creemos mucho. Asociamos el profesor de la universidad como investigador y el profesor de la escuela como docente. No, el profesor de la escuela también es investigador, también puede ser investigador. Creemos en ese rol y poder hacer este proyecto desde la universidad y los colegios, y además con la Harvard, nos va a permitir crear un modelo con un impacto, como el aprendizaje visible o las inteligencias múltiples, que han salido de Project Zero. Que dentro de poco vayas a un colegio en donde sea, Alemania, por ejemplo, y te digan «Utilizamos el Learning Outside-In».
Que es otro modo de romper los muros de la escuela.
–Y de crear comunidad, de crear contexto. Qué importante el sentido de pertenencia y qué importante la escuela conectada. Al final la escuela tiene que ser un hub, un nodo donde el alumno tome conciencia de un contexto del que aprende. No se trata de una excursión escolar, se trata crear lazos de pertenencia y de sentido de comunidad y de servicio y de propósito personal –que es lo que estamos viendo en la investigación–, que van mucho más lejos de lo que nosotros creemos. Con lo cual, sí, es otro motivo más para romper las paredes del aula tradicional y pensar de una manera diferente acerca de cómo aprenden nuestros alumnos, qué tienen que aprender, para qué tipo de mundo deben hacerlo y cómo podemos ayudarles, que sería el rol del profesor.
¿Cómo ha recibido este Premio Magisterio?
–Lo que más ilusión me hace de este premio es que se lo dieron a mi padre hace muchos años. Lo recibo con la emoción, la gratitud y el sentido de responsabilidad de pensar que durante todos estos años la universidad ha crecido para cumplir ese rol de servicio a la sociedad con el que nos comprometimos hace 25 años. Hemos construido, yo creo, una comunidad muy sólida de profesores, alumnos, familias en la que los alumnos se sienten parte, sienten que pertenecen a esta comunidad, y el sentido de pertenencia ahora es especialmente importante, para todos, en este momento de incertidumbre. Este es un lugar de pertenencia, una comunidad de propósito.
Este año habrán recibido muchos reconocimientos coincidiendo con el aniversario, pero no sé si el mayor reconocimiento es ese sentido de pertenencia, ese sentido de comunidad.
–En los colegios tenemos terceras y cuartas generaciones de alumnos, y en la universidad empieza a verse. Cada año homenajeamos a las personas que se jubilan en la institución y a quienes celebran sus primeros 25 años, que, hoy en día, con la movilidad que hay, es un logro. Y este año por primera vez había profesionales de la UCJC que recibían este reconocimiento, había un grupo numeroso de profesionales que empezaron desde antes del primer día, con los trabajos de preparación previos, y que continúan trabajando con nosotros.
También creamos esa comunidad en la que hay muchos profesores cuyos hijos se educan con nosotros… Al final, una comunidad educativa es una de las cosas bonitas que tiene: que el profesor a lo mejor ha sido alumno, que el profesor puede seguir siendo alumno, porque con nosotros se puede seguir formando, puede hacer su máster, puede seguir en su perfeccionamiento personal.
Este es uno de los temas fundamentales, el perfeccionamiento docente. Con el debate que hay ahora y esa propuesta de cambio de la formación inicial, tenemos que ser capaces de aprovechar para hacer las dos cosas. Por un lado, dotarle de esa dignificación, pero, al mismo tiempo, de esa actualización de unos contenidos y unas metodologías que per se cambian. Al profesor no se le puede educar en un aula de forma tradicional para que luego él vaya a un aula y haga una cosa diferente. Porque, al final, cuando el futuro profesor llega el primer día a la Facultad de Educación, ya viene con 15 años de educación a sus espaldas, que seguramente ha sido bastante tradicional. Si la universidad no transforma de forma radical eso es muy difícil que luego ese profesional llegue a su propio aula cuando sea docente y…
Hay que romper el círculo vicioso de la inercia educativa, y yo creo que un lugar para romperlo, o el más efectivo, está en la formación inicial de los docentes.







