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Mi “cuñado” el psiquiatra

¿Es esta la respuesta de un Estado a problemas que él mismo ha tildado de Estado? ¿Son estos los recursos millonarios que, pregonados por televisión, vienen a salvar nuestra salud mental? ¿No era la salud mental algo serio?
Rubén Villalba
Periodista y creador del podcast 'El entrevistólogo'
20 de febrero de 2023
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© Jorm Sangsorn

Tiene el cuñadismo múltiples formas de hacer acto de presencia. No aludo aquí al cuñadismo de la RAE —“favoritismo hacia un cuñado”—, sino al cuñadismo importado del hábitat natural del cuñado: bodas, bautizos y comuniones. Puede el cuñadismo materializarse en una gracia que no la tiene, en una inocente salida de tono o en una jocosa intromisión en la intimidad. A este cuñadismo, al que forma parte ya del acervo patrio, uno aún se lo espera y hasta se es con él tolerante toda vez que se asume su cierta utilidad: ¿cuántas veces abrió por ti el cuñadismo un melón que se te atragantaba?

Este, se entiende, es su cometido: quitar hierro al asunto. Lo malo es que no todos los asuntos —ya quisiéramos— son aptos para resolverse por tal método y puede que en el intento, más que quitarle hierro al asunto, se lo eche. Porque el contexto, por mucho que se empeñen en difuminarlo, importa. Por ejemplo, ¿puede un psiquiatra practicar el cuñadismo? Sí, en tanto lo haga fuera de consulta. ¿Por qué? Porque el contexto importa. Quiero decir: el cuñadismo, fuera de lugar, pasa de tener gracia a caer en desgracia.

¿Obedece esta descontextualización a una “optimización” de recursos? Lo sospecho, pero no acostumbro a hablar de lo que sospecho sino de lo que puedo demostrar: hablo, por eso, del psiquiatra; en concreto, del mío —aunque, seguro, serán otros tantos—. Que escribir esto sirva no ya como denuncia, sino como preaviso a quienes puedan leer estas líneas y aguarden —sospecho también que para dentro de varios meses— cita con el psiquiatra de la seguridad social, que va camino ya de convertirse en inseguridad social. 

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¿Puede un psiquiatra practicar el cuñadismo? Sí, en tanto lo haga fuera de consulta. ¿Por qué? Porque el contexto importa. Quiero decir: el cuñadismo, fuera de lugar, pasa de tener gracia a caer en desgracia.

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Aunque advertido por quienes ya han pasado por ella, mantiene uno la fe en que de algo sirva la espera. La fe dura lo que el diagnóstico:

—¿Entonces, doctor?
—Tú vive la vida, haz deporte, sal por ahí, busca pareja…

Y así estamos: se remedian, con cuñadismos —cuatro, en concreto—, meses de espera y quizá de calvario para muchos que tienen en lo público su única esperanza. ¿Y ahora qué? ¿Reímos o lloramos? Visto el protocolo, ni lo uno ni lo otro. Será que le dejan a uno las pastillas alelado: aunque las cosas importen, poco te importan. Quizá por eso las prescriban en exceso: para que los cuñadismos, vengan de donde vengan, provoquen en ti no ira sino sometimiento. 

Pero a uno todavía le queda cierta cordura para preguntarse: ¿es esta la respuesta de un Estado a problemas que él mismo ha tildado de Estado?, ¿son estos los recursos millonarios que, pregonados por televisión, vienen a salvar nuestra salud mental?, ¿no era la salud mental algo serio? ¿O quizá fue la orden de una administración desalmada, la desgana del propio médico o de aquel otro que, viendo el percal, quiere, derivando a sus consultas privadas, hacer caja? Y, entre las múltiples responsabilidades, la que más importa: ¿cuántos más, en peor estado que yo, habrán salido en las mismas de esta consulta? 

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Los caminos de la salud mental son inescrutables y precisamente en ellos reside su incógnita: una sola palabra, un gesto inadvertido, una mirada que habla aunque calle: todo y nada puede ser síntoma de algo

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Luego se desahoga uno con el psicólogo, que para algo –si no a ver– se le paga. Él me insiste:

—No es culpa del psiquiatra; el sistema no les da mucha más opción.
—¿Pero no le parece peligroso?
—Puede serlo.
—¿Habrá entonces que hacerse (más) el “loco”?

Esta parece la orden. Y, entre tanto protocolo anunciado, alarma. Del dicho al hecho hay un gran trecho. Y no hay trecho más grande e incierto que el de la salud mental. Sus caminos son inescrutables y precisamente en ellos reside su incógnita: una sola palabra, un gesto inadvertido, una mirada que habla aunque calle. Todo y nada puede ser síntoma de algo. Por eso aquí, más que en ningún sitio, queda el cuñadismo fuera de lugar. Por eso aquí, más que en ningún sitio, no tiene el cuñadismo gracia. Por eso aquí, más que en ningún sitio, puede el cuñadismo caer en desgracia. Y para desgracia, la que ya tenemos.

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