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La universidad, según TikTok

La universidad es, como casi todo hoy, una suculenta fuente de contenido. Ni siquiera ya se le pide trabajo: te lo da sin tener el título.
Rubén Villalba
Periodista y creador del podcast 'El entrevistólogo'
28 de octubre de 2022
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Un nuevo trend ameniza TikTok. La queja es la de siempre, aunque todo aquí se magnifica y monetiza. Tiene la cosa su gracia: recién graduado aterriza en la empresa sin saber por dónde empezar, cruzándose de brazos mientras, alelado, se pregunta: “¿Cómo coño se trabaja, tío?”. Es el sketch que al unísono replica la generación TikToker bajo el lema: “Los españoles, después de seis años de carrera”.

Con la extendida creencia —¿quién la extendió?— de que la universidad solo nos debe trabajo —así está(mos)—, se quejan de que no encuentran en ella lo que buscan. Pero no se van: desarrollan un inaudito síndrome de Estocolmo que llena su aparente insatisfacción. A algunos les da por hacer la gracia y ya son miles los que se la ríen: “Estudiantes de Veterinaria cuando se dan cuenta de que tienen deberes a las 23:59”, se lee, mientras el chico se levanta, medio sonámbulo, de la cama para acariciar al perro. Y así con cada una de las carreras que, por lo visto, para eso han quedado.

Al que todo se lo toma a guasa le sigue otro clásico: el reportero justiciero. Móvil en mano, pulula entre clase y clase por los campus a la caza del último salseo o del testimonio que confirme lo malo que es aquel profesor, lo poco que le sirvió tal asignatura o lo arrepentido que está de haberse matriculado da igual en qué carrera. La culpa, responden apocalípticos los nuevos entendidos de TikTok, es nuestra por incurrir en “obsolescencia académica”, en cristiano, quedarse para vestir santos por estudiar lo que nadie estudia —¿no era esa la gracia?—.

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Lo hacen, sospecho, porque en el fondo quien observa, ríe o calla ven en ellos el absurdo en que para muchos se ha convertido hoy la universidad

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Luego está la indignada, la que pide indemnización por daños y perjuicios alegando “falta de vida” porque “a mí nadie me avisó de que Psicología no eran solo cuatro años, que no valen para nada, sino mínimo seis para poder ejercer”. En un atrezo de apuntes con subrayadores que sustentan su argumento, pide a sus más de 200.000 seguidores que “venga alguien y me lo explique”. Atiende su ruego otra camarada que, metida ya en el fango, saca tajada del drama: su sketch diario sobre asignaturas reconvertidas en novelas turcas reúne ya a medio millón de personas que, como ella, entonan el “soporta que ya queda poco” como himno de una generación que (sobre)vive quemada.

Pone la guinda una nueva moda que consiste en lo siguiente: boicotear clases para viralizar después el espectáculo dantesco que ante alumnos y profesores dan, con licuadora en mano, dos espontáneos youtubers. Durante la lección, toman plácidamente asiento, pelan la fruta, vierten la leche y, no sin antes pedir azúcar al profesor, aprietan el botón y degustan, ante el asombro colectivo, el batido resultante. “En Amazon ponía que la batidora era silenciosa”, se disculpan vacilantes los implicados, a los que la Universidad de Sevilla ha puesto ya en manos policial.

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Cambiar o dejar la carrera era antes un drama: hoy se monetiza

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Sí. Como todo en la vida, son cuatro los que hacen el ruido de 20. Pero no harían esos cuatro tamaño ruido si los 20 restantes no fueran de algún modo cómplices: bien riendo las gracias, dando “me gusta” o regalando visualizaciones. Lo hacen, sospecho, porque en el fondo quien observa, ríe o calla ve en ellos el absurdo en que para él también se ha convertido la universidad.

Con ojos de millennial, pondría el grito en el cielo. Con ojos de centennial, vislumbro en ellos hasta cierta vena emprendedora: hacer de la queja un oficio. Tontos, aunque parezcan, no son. Cambiar, dejar o estudiar por obligación la carrera era antes un drama: hoy se monetiza. Es la moda y auguro que para muchos la universidad es, como casi todo hoy, una suculenta fuente de contenido. Ni siquiera ya se le pide trabajo: te lo da sin tener el título.

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