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Profesor en Estambul, toma 1

Manuel Carmona
Profesor universitario
13 de octubre de 2020
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Hemos pasado los pasajeros por las pertinentes pruebas de control administrativo y sanitario: pasaportes, billetes y tarjetas de embarque, pruebas de Covid y toma de temperatura justo antes de acceder al avión. El viaje desde Barajas resulta plácido por la suavidad del vuelo y la amabilidad y competencia del equipo de Turkish Airlines, no es baladí que esta compañía lleve siendo años uno los patrocinadores principales de la Euroliga de baloncesto. Las instalaciones del aeropuerto internacional de Estambul y los diversos operarios, que nos han ido atendiendo hasta la salida, competentes.

Desde el taxi que con agilidad y experiencia conduce el chófer, me llama la atención escenas cotidianas de domingo que diviso a ver: hombres cerca de la jubilación y otros entre treinta y cuarenta años meriendan en las laderas de césped entre su barrio y la arteria que conduce hasta el Puente Galata. Al llegar a éste observo decenas de pescadores pescando con sus cañas desde la parte superior del extraordinario colgante bajo la atenta mirada de algunos familiares o amigos. Mientras familias o parejas pasean por el margen a sus pies y chiquillos montan en bicicleta.

Unas horas después, tras haber estado cenando en una terraza junto al renombrado puente, desde donde puedo divisar tres de sus majestuosas mezquitas en la lontananza, transito entre ellos observando sus costumbres de una noche de domingo otoñal: hay mujeres sentadas en el césped sobre sus mantas ataviadas con sus hábitos más conservadores. Han cenado como aprecio al ver sus cestas, los grandes termos están entre sus bártulos, y conversan de sus cosas comiendo pipas. Este fruto es muy del gusto de la población turca por lo que veo en los numerosos hombres y mujeres de cualquier generación entre los 70 y los 10 años con quienes me cruzo o contemplo al caminar.

Unas horas después, tras haber estado cenando en una terraza junto al renombrado puente, desde donde puedo divisar tres de sus majestuosas mezquitas en la lontananza, transito entre ellos observando sus costumbres

Hay varias docenas de restaurantes entre las inmediaciones del Puente Galata y en paralelo a los bajos del Puente de Ataturk. Por lo que atisbo hay desde menús de comida de la tierra hasta otras de cocinas internacionales. Un chiquillo en su bicicleta llega a la altura del que regenta su familia y desde su posición a unos quince metros se dirige a su madre que está atendiendo el negocio.

Todo esto ha ocurrido entre mi salida a media mañana desde España y estas horas de la noche en Estambul. La recepción por el momento y hasta antes de aterrizar en la universidad turca en la que voy a impartir clase esta semana, ha sido fría y distante por parte de la oficina Erasmus y del docente que irá a España en algún momento a la URJC. Dejo esa pincelada ahí y a ver cómo evoluciona en estos próximos días. Antes de salir rememoro con María cómo fue acogido Ortega en su etapa previa a ser Doctor por los maestros Natorp y Cohen en Marburgo. El genial celtíbero que destacó en su correspondencia todo lo digno de admiración de ambos géneros de la sociedad alemana de hace más de un siglo, puso especial hincapié en una crónica epistolar que escribió a sus padres y a su entonces novia y luego esposa, Rosa Spottorno, en la que les describe la gratitud que siente por su profesor alemán que lo invita a cenar con su familia el Día de Navidad. Las sabias costumbres no solo no se han de perder, sino que tienen que ser un legado intergeneracional irrenunciable.

Por cierto, que aquí como allá como en otras partes del mundo capto a un número significativo de personas enganchadas de sus móviles en estos escenarios. Bien deberían leer el ensayo que el Dr. Juan Carlos Pérez Jiménez está a punto de presentar titulado Ultrasaturados (Plaza y Valdés) y prologado por Iñaki Gabilondo.

Antes de la cena, me adentró por las callejuelas de Taksim hasta la cerquísima Torre Galata, admirada por quienes desde hace siglos llegan a Estambul y optan por contemplarla y fotografiarla a sus pies, o bien los hay que deciden recorrerla y subirla hasta su cúpula. Unos metros más abajo de aquélla me detengo hasta una mezquita del siglo XV que sufrió un derrumbamiento hacia 1948 y que fue de nuevo levantada siguiendo los cánones originales en el segundo lustro de la década que nos precede. Me llama la atención una madre acompañada de sus adolescentes hijas sentadas en un cómodo banco de asiento y respaldo de madera, y estructura de hierro. Pocos segundos después entiendo que hacen allí: esperan la llegada del cabeza de familia que sale de hacer sus rezos.

Entre este paseo y el posterior a la cena, cae la noche en Estambul. Entre hora y hora y media a cómo transcurre en España, es normal porque hay una distancia de sesenta minutos entre los cuadrantes de ambos países, también la diferente situación geográfica marca las diferencias de luces para el equivalente horario. Como dato curioso, hay tiendas de souvenir que encabezan sus letreros o los completan con la palabra Giris, la expresión que hicieron célebre los españoles desde los años sesenta del siglo pasado para llamar a los extranjeros del turismo de masas.

* Dedicado a Carlos Español y a Paco Carreño.

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Comentarios

  1. Silvia Tasende
    16 de octubre de 2020 14:02

    Bonita crónica Disfruta de Estambul

    1. Manuel Carmona
      19 de octubre de 2020 14:23

      Gracias, Silvia. Mañana saldrá una segunda crónica sobre la vida cotidiana en Estambul.