Aferrarse al español estándar
Cualquier criterio de estandarización puede suponer una forma de exclusión de identidades culturales construidas individualmente en torno a una forma de hablar o de pensar. © TATIANASTULBO
Hace no mucho intentaba resolver algunas dudas que tenía sobre el uso de la “h” y recurrí, para ello, a la versión digital del Diccionario panhispánico de dudas, de la Real Academia Española. Leía en este manual con preocupación algo que sigo viendo de forma repetida en la postura oficialista de ciertas entidades y personas defensoras de la pulcritud del idioma: “esta letra no representa, en el español estándar actual, ningún sonido”.
Es decir, según esta posición, podría entenderse que cualquier uso individual en el que se registre un rasgo sonoro en esta letra, por ejemplo, en su uso en posición inicial de palabra, estaría fuera de lo considerado normativo. Quedan, así, fuera de lo llamado estándar las realizaciones sonoras aspiradas de este sonido con las que crecí en mi niñez, en una zona rural de Canarias, y que otorgaban ciertos rasgos de identidad lingüística a mis abuelas y mis abuelos, rasgos que me despertaban curiosidad, pero que fueron sepultados una vez entré en la escuela y se me enseñó cómo hablar “con corrección”.
En esa época, recuerdo que, de forma peyorativa y habitualmente ofensiva, se usaba en la región en la que vivo la expresión “mago” o “maga” para referirse a aquella persona que, además de otros usos recogidos en diccionarios de canarismos, no utilizaba la lengua en su uso recto, es decir, el uso cercano a lo institucional y a lo dictado en los manuales de ese tiempo; y esta clasificación estereotipada se hacía muchas veces sin entrar siquiera en una valoración filológica sobre si esas personas utilizaban muchos exabruptos en forma de vulgarismos o no: se hacía de acuerdo con caracterizaciones de sus rasgos de su español oral, considerados de menor valía.
Hoy ya no se oye tanto esa expresión habitual del español de Canarias: hemos metido en el mismo saco eufemístico todos los usos idiomáticos de esas personas hispanohablantes asociadas con lo tosco o lo inculto: realizaciones que no se ajustan al español estándar.
La exigencia de ajustar la lengua en su uso a criterios cientificistas ha impulsado la necesidad de cuantificar las variedades idiomáticas, no en función, reitero, de los usos individuales que entran dentro de una construcción identitaria personal, ni de los registros ni de los niveles idiomáticos que se presentan. Esas variedades o modalidades se conforman en torno a determinados agrupamientos que responden a cuestiones la mayor parte de veces apoyadas en una política de fronteras. Y es a partir de ahí donde se configura todo lo demás. Fronteras que son geográficas en unos casos, y en otros casos, de naturaleza sociocultural.
Porque el problema del español estándar no es que haya un conjunto de normas dictadas por las instituciones defensoras de la pureza lingüística que intenten garantizar la unidad idiomática, en cuanto a que esta mantenga un nivel de comprensión y expresión óptimo para todos los hablantes puedan atenderse en cualquier lugar del mundo. Eso no es negativo. El problema es que cualquier criterio de estandarización puede suponer una forma de exclusión de identidades culturales construidas individualmente en torno a una forma de hablar o de pensar.
"La defensa del español estándar, si se realiza, debe llevar aparejada una explicación –pausada y respetuosa con la diversidad– de cuál es el sentido en el que se apoya dicha normalización idiomática"
Y es en ese empeño por defender la lengua como patrimonio de las gentes en donde no encuentro interés por parte de determinadas entidades, más afanadas por mantener una idea de pureza que no caza con los actuales fenómenos de contactos entre lenguas y los procesos de intercomprensión cultural.
Sí, señores y señoras de la Real Academia y de otras instituciones de similar naturaleza: la defensa del español estándar, si se realiza, debe llevar aparejada una explicación –pausada y respetuosa con la diversidad– de cuál es el sentido en el que se apoya dicha normalización idiomática.
En esa explicación no cabe olvidarse de esas personas que estarían más alejadas de esos criterios de estandarización en razón de sus capacidades, su procedencia o su pertenencia a determinado estrato social. ¿En qué situación quedan esas personas, que se podrían sentir más alejadas de ese español estándar que escritores, eruditos y divulgadores culturales? ¿Qué puede suponer para ellas y ellos alejarse de la “pureza” lingüística?
Esto no debe llevarnos a la postura desdeñosa. Los docentes de Lengua española nos vamos a seguir afanando por acercar con ahínco el español normativo a las aulas, así como la importante labor que realizan las instituciones que protegen este valioso legado patrimonial.
Sin embargo, pido a cambio una profunda reflexión sobre el sentido y la finalidad del afán corrector, la misma postura que el profesorado le pide al estudiante cuando se equivoca con una falta ortográfica, el uso de un anacoluto o la recurrencia de cualquier otro error gramatical: les pido abrir de forma colectiva un debate concienzudo, transversal y respetuoso con la diversidad; un debate que nos una a los que abanderamos la genialidad del universo lingüístico que hay presente en obras como La Celestina, por su variedad y riqueza idiomática, pero que nos separa cuando observamos que ciertas posturas se aferran, con escaso atisbo de diálogo, a un intocable criterio homogeneizante cuando se trata de hablar de español estándar.