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Evaluación personalizada

Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación
6 de abril de 2022
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La evaluación, promoción y titulación del alumnado son objeto de relevantes cambios tras la promulgación de la Ley Orgánica de modificación de la Ley Orgánica de Educación (Lomloe, 2020). Sin embargo, el efecto de esos cambios se extiende a otros ámbitos o aspectos, como corresponde al carácter sistémico que es propio de las reformas educativas. Basta recordar dos que guardan relación directa con el aprendizaje y la enseñanza: el esfuerzo y la motivación de los estudiantes. En el primer caso, por cuestiones nominales que tampoco son ajenas a las reformas educativas, la cultura del esfuerzo ha sido considerada de manera alternativa, por no decir opuesta. Desde la no consideración del esfuerzo como elemento inherente al proceso de aprendizaje hasta la reivindicación de su protagonismo principal en ese proceso. De parecido modo, se ha destacado el carácter colectivo o social del esfuerzo –la implicación de distintas instancias y la provisión de variados recursos– frente a la relevancia del esfuerzo individual como garante del éxito educativo.

De ahí que la modificación de la exigencia de determinados requisitos, como el número de materias sin aprobar, para promocionar de un curso u otro u obtener la titulación básica, resulte objeto de controversia. Y concurre, entonces, el segundo aspecto: la motivación del alumnado para involucrarse decididamente en su aprendizaje. Cierto es que la indefinición del número de materias pendientes –con dos se promociona el cualquier caso– en la Educación Secundaria Obligatoria no facilita la motivación por un doble asunto: la citada indeterminación que desdibuja las condiciones y la perspectiva del esfuerzo, así como las distintas posibilidades de promocionar o titular como consecuencia de una evaluación más “personalizada” que sujeta al número de materias suspendidas. Pero a los equipos docentes se confía, en este mismo sentido, una toma de decisiones, con ese carácter personalizado, qua ha de fundamentarse en una no siempre bien comprendida, por las familias y el alumnado, discrecionalidad técnica o profesional.

Ante esta ordenación de la evaluación, es necesario reforzar las actuaciones de información, orientación y tutoría, con esos mismos sectores de familias y alumnado, para que la evaluación personalizada tenga fundamento y explicación. La tarea nos es nada fácil, pero del todo necesaria porque los efectos de la evaluación, en la educación obligatoria, tienen un carácter determinante –cuestión que debería revisarse todavía más ante la particular naturaleza educativa y social de la Educación básica– y los logros escolares necesitan, además de la adecuación de las prácticas docentes, o justo por esto, la motivación y la implicación de los estudiantes.

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