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Teresa Viejo: “Los momentos en los que más popularidad tuve me generaban un profundo vacío”

La periodista, que acaba de publicar ‘La niña que todo lo quería saber’, pone el broche a las charlas en directo de #YouLead, donde hace un repaso a su trayectoria y avisa a navegantes: “La fama vacía es un sinsentido, no es nada”.
Rubén VillalbaMiércoles, 10 de agosto de 2022
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ENTREVISTA COMPLETA

Teresa Viejo (Madrid, 1963) estuvo presente en mis sueños de infancia. En no pocos programas recuerdo su modélica voz y a ella quise parecerme cuando, a los 12 o 13 años, aspiraba ya a periodista. Nunca en la voz de Teresa, quizá por la inocente idealización adolescente, atisbé lo que décadas después me confiesa: “Los momentos en los que más popularidad tuve, cuando presentaba programas en prime time, no los recuerdo como los más felices ni más exitosos; me generaban un profundo vacío”.

Uno madura cuando la supuesta estrella cae del cielo, pisa tierra y admite que el brillo es humo: “Cuando paraba en los semáforos, había gente que me tocaba la ventanilla del coche; eso no es natural; sentía que la vida me llevaba, pero yo no disfrutaba”. Teresa desmonta un firmamento donde las estrellas penden de un hilo. Diría, si un spot esto fuera, que tres de cada cuatro famosos lo avalan. Es la moraleja de las siete charlas que han compuesto este espacio: la fama, no por mucho que la pinten, es de color rosa.

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En España primero admiramos al rebelde y después lo criticamos

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Pero ahí sigue ella, Teresa, ganando adeptos dispuestos a pagar su precio.
—Y cuando hablas con ellos, en un ratito como este, empiezas a descubrir lagunas, sombras; y a veces se rompen y terminan llorando.

¿La fama duele?
—La fama vacía es un sinsentido, no es nada, es como si prendes una cerilla.

Y solitaria, dicen.
—Porque no eres tú el que está ahí, solo el personaje. Cuando el personaje está muy presente, suelen acercarse a ti buscándolo a él, no a la persona; pero nada tienen que ver. Al final, te proteges con una careta y no te consientes ser tú.

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La sociedad española, al contrario de la estadounidense, no es permisiva con el error ni premia el fracaso

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Se intuye, en su discreto pero esclarecedor silencio, ese tabú en que se convierte la fama para sus egresados. Mal asunto debe ser si responde Teresa, antes de que se le pregunte, que “por nada del mundo” cambiaría su actual trabajo por los focos. A decenas, como a ella, he oído aquejarse de la soledad. ¿Pero ahí queda todo? En cierta ocasión reconoció la mexicana actriz María Félix que “de la energía del público me alimento” con tal vehemencia en su rostro que no pocos expertos posteriores la citan como caso paradigmático de la dependencia que en uno origina el reconocimiento ajeno.

—A la fama le ocurre lo que a la curiosidad.

El qué.
—Que a menudo se la confunde con el morbo.

¿Y en qué se distinguen?
—La curiosidad no es cotilleo ni morbo, pero mezclamos conceptos porque somos prisioneros del lenguaje. El morbo es una pulsión que juega con lo más primario de la persona.

¿Se gobierna mejor a un país de cotillas que de curiosos?
—No te voy a decir que España sea una sociedad ni de cotillas ni de curiosos, pero sí creo que no hemos entendido bien la curiosidad en el comportamiento humano.

Ha vendido, y vende, más el morbo.
—El ser humano tiene esa atracción por lo oscuro, por lo no tangible, por lo salvaje, que diría Lou Reed.

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Muchas personas vegetan, viven en modo automático; me pregunto a qué esperan, qué es lo que anhelan.

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Me decía, no hace mucho, el escritor Javier Arias Artacho que, por ser inaccesible, en el Olimpo ubicaban los griegos a sus dioses. Aspiramos desde entonces a una megalomanía cuyas entrañas desconocemos y que acaba convirtiéndose, para quienes a ciegas a ella se lanzan, en una platónica caverna de la que ilesos salen pocos. Unos, por lo desmesurado de la fama: conforme ensancha, nunca tendrá suficiente. Al caso vienen conocidos retos en redes sociales que, por delante de la vida, anteponen la viralidad. Otros, por no aceptar la crítica o —la más indigesta— indiferencia de quienes los enaltecieron.

—La sociedad española no es permisiva con el error. Al principio admira al rebelde, pero después lo critica.

¿Solo la española?
—La estadounidense, por ejemplo, es más abierta y premia el fracaso. En España venimos de un tiempo de ostracismo, el de la dictadura. ¿Qué legado nos dejó? Un pensamiento muy estructurado y la creencia de no poder movernos de la norma.

¿Se nos educa por eso en la no “rebeldía”?
—Yo creo que en España entendemos mal la curiosidad. Repito: es importante aclarar que nada tiene que ver con el fisgoneo para que los padres encuentren un sentido a la curiosidad de sus hijos. Eso les va a permitir que sean adultos no temerosos y que, cuando vivan tiempos inciertos, no se amilanen implorando “virgencita, que me quede como estoy”.

El refranero…
—¡Es para analizarlo! La de topicazos para solidificar unas creencias que no nos sirven de nada.

Luego somos adultos temerosos.
—Muchas personas vegetan, viven en modo automático. Me pregunto a qué esperan, qué es lo que anhelan. Las cosas cambian cuando cambia tu mirada sobre ellas.

Podría haber dicho antes de Teresa que fue primera y única mujer directora de la popular revista Interviú. Que fue también de las primeras que, en Radio España, se ponen al frente de un magacín matinal en una cadena nacional. Que se codeó con grandes del periodismo patrio. Y, sin embargo, hoy el único micro que le interesa es —libre de comadreos— el de la curiosidad. La pone en práctica en La observadora, podcast semanal que conduce en RNE, y la hace libro, en clave autobiográfica y divulgadora, en La niña que todo lo quería saber (HarperCollins).

—Hay gente que ahora me dice: “¡Guau, es que te ha cambiado hasta la cara!”.
Toda muerte, Teresa, es un renacimiento.
—Vivimos y morimos continuamente. Incluso al final, en la última muerte, yo sí creo en una resurrección.

“Y ahora, ¿qué?” es el espacio de charlas en directo de #YouLead, con el apoyo de Acer, donde queremos dar respuesta a la pregunta de muchos jóvenes que encaran su futuro.

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