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Lo peor para la humanidad

Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación
1 de septiembre de 2022
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«Lo peor para la humanidad es que no todos los hombres son profesores de Primaria». Con esta rotundidad lo escribe el nobel portugués José Saramago –fallecido en 2010 y de cuyo nacimiento pronto se cumplirán cien años– en su primera novela, La viuda, traducida al español el pasado 2021. Tan expreso ensalzamiento tiene que ver con el examen de graduación que, en el argumento de esa novela, los niños de una aldea han de superar. Y en la alegría que sucede al anuncio de las notas, las familias agradecen al maestro su abnegado ejercicio, dado que se abren a los niños las puertas de otras enseñanzas, y de otras vidas, fuera del terruño. El maestro, hondamente satisfecho con los resultados de su afán, disfruta especialmente por el caso del alumno más desventajado en su procedencia ‒Catarino, el inclusero, acogido por un lugareño‒, y Saramago así lo señala para subrayar tanto el valor de la enseñanza como, sobre todo en este caso, el decisivo ejercicio de los profesores.

Recordatorio que viene a propósito en estos momentos de inicio del curso escolar, cuando en los centros se prepara la docencia, a pesar de las precipitaciones e incertidumbres que afectan, particularmente, al currículo de las enseñanzas, con una transición –otra más y, desafortunadamente, no la última– entre dos regulaciones básicas que no se sostienen en el consenso educativo.

Por eso importa afirmarse en la gran relevancia del ejercicio profesional docente, como Saramago hace de manera literaria, a fin de encontrar, con ello, los firmes asideros que aseguran el quehacer. Ya que, día a día, clase a clase, el acto, casi el arte, de enseñar tomará forma a pesar de las dificultades, generales y particulares, que es necesario sortear.

El acento puesto en la educación obligatoria resulta de especial importancia, puesto que tal educación básica es, o debe ser, una insustituible oportunidad de compensación educativa. Pero desde mucho antes que el ejercicio de poner nombre a las cosas se convirtiera en una cuestión nominal, para que primen los símbolos identitarios de los cambios sobre la sustancia o el fundamento. No sobra, en fin, reiterar, incluso como mantra o cantinela, el diseño universal de aprendizaje con que se llama la igualdad de oportunidades, ni destacar la importancia de las noveleras situaciones de aprendizaje, de suyo orientaciones metodológicas; mas con prevención al hacerlo, ante el indeseable efecto de la aparatosidad. Pues si todo ello no refuerza los fundamentos de las interacciones cotidiana y significativamente educativas en las aulas, sino que deriva hacia una «tecnología de la planificación», contraria al principio de la realidad y a las condiciones de lo que debe ser factible, genuino y pertinente, la docencia habrá de agarrarse todavía con más fuerza a lo que la constituye como factor decisivo, y de ese modo evitar «lo peor para la humanidad».

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