fbpx

Especial YouLead

Isabel Rojas: “Qué importante es inculcar a nuestros hijos que no pasa nada si las cosas no son como queremos”

La psicóloga es una de las ponentes estrella de la segunda edición de YouLead, donde dará una ponencia, “Descubre el talento que hay en ti”, en la que buscará motivar a los estudiantes frente al desencanto que sufren.
Marta Peiro del ValleMartes, 15 de noviembre de 2022
0

La psicóloga Isabel Rojas posa para este periódico en uno de los despachos de su consulta, situada en Madrid / © MARTA PEIRO

Isabel Rojas vive rodeada de psicología: es nieta, hija y hermana de psiquiatras. Ella, además de psicología, decidió estudiar Periodismo, y se le nota: su manera de hablar y expresarse ante las preguntas de este diario es propia de una periodista radiofónica o televisiva. Sin embargo, la profesión familiar corre por sus venas, y hoy pasa gran parte de su vida en su consulta, tratando de ayudar a sus pacientes a mejorar su vida.

En ese camino a la felicidad, como ella misma nos cuenta, juegan muchos factores, como la percepción que cada uno tengamos de la vida o nuestra capacidad para adaptarnos y gestionar las frustraciones. Temas fundamentales para hacer frente al día a día que, sin embargo, no parecen dominar ni las futuras generaciones.

Pregunta.–¿Cómo pueden los centros educativos preparar psicológicamente a los estudiantes para los problemas de la vida diaria?

Respuesta.–Hay que empezar por los profesores. Un profesor no puede ayudar a un niño si está mal, y a día de hoy tenemos un sistema educativo donde están quemados. Hartos. El docente no tiene que estar perfecto, pero sí conocerse para saber gestionarse y gestionar a los alumnos. Necesita talleres de autoconocimiento, acceso a una sanidad psicológica, a un psicólogo o un psiquiatra de forma más rápida, fácil o accesible. Y de ahí, a los niños.

Un niño tiene varias bases: la familiar y el colegio. De ellas depende cómo vea la vida, se relacione, se comporte… Hay que hacer trabajo con los padres. Que los colegios hagan conferencias. Pensamos que nuestros hijos son perfectos y muchos no ven al profesor como una autoridad. De ahí radican muchos problemas de la educación actual.

Y a nivel del propio centro, yo metería charlas o clases que fuesen de psicología, de autoconocimiento, de psicología o de inteligencia emocional… Que el niño desde muy pequeño sea consciente de que vive en un mundo rodeado de personas que sienten, que tienen corazón y cabeza, y que actuar tiene un porqué…

"

Un profesor no puede ayudar a un niño si está mal, y a día de hoy tenemos un sistema educativo donde están quemados

"

¿Se le da la suficiente importancia a la salud mental en la educación primaria y secundaria? ¿Cómo podríamos crear jóvenes más sanos mentalmente hablando?
–Cada vez más. Lo que pasa es que nos estamos yendo a un extremo en el que pretendemos tener hijos perfectos. Nuestros niños tienen que aprender inglés, francés, chino, violín, tenis, ballet, les dejamos hacer todo y utilizamos la psicología positiva. No tenemos que olvidar que están en plena evolución. Hemos pasado de una educación donde todo era obligación a una en la que todo es permisividad. Todo se puede, todo se deja…

La salud mental a día de hoy no se ve tan mal, pero nos estamos obsesionando con todo lo que supuestamente tenemos que hacer y conseguir. Con querer ser felices. Y la felicidad consiste en aprender a vivir el momento presente, que es lo único que no hacemos. Estamos constantemente pendientes de lo que siguiente que debemos o tenemos que hacer. Y hay que frenar. Disfrutar de un boli. Ahí está realmente la felicidad. Hay que aprender a disfrutar de las cosas pequeñas del día a día. Cuando lo hacemos, nuestra cabeza no genera tanto cortisol y por tanto ansiedad, aprendemos a enfocarnos en lo que estamos, no generamos pensamientos obsesivos en bucle, ni hipocondrías, ni manías…

Aunque hay unos mínimos de dinero y salud, la felicidad depende mucho de cómo percibimos la realidad. Y nos pasamos la vida pegados a una pantalla. Por tanto, nuestro cerebro no nos permite detectar lo que estamos viviendo en el día a día. Y por eso no somos felices. Es lo que yo llamo la insatisfacción vital: nada nos llena, nada nos gusta. Y por eso llenamos la vida de sensaciones: masajes, compras, comida, Tinder, Tik Tok…

Hablas mucho de cronopatía, de la necesidad de estar todo el rato haciendo cosas, ser productivos…
–El 90 % de la gente que vemos en consulta la sufre. Mientras estoy en la sala de espera hago llamadas, voy conduciendo y escucho podcast… nos hemos convertido en gente multitarea que hacemos todo y no hacemos nada. Nos cuesta centrarnos en lo que estamos haciendo, y esto genera ansiedad.

El tiempo es lo mas democrático que existe: todos tenemos 24 horas. Pero el tiempo tiene que estar a nuestro servicio, no nosotros al suyo. Y por eso es importante que aprendamos a parar y a “perder el tiempo”. A algunos pacientes les recomiendo 15 minutos de eso que yo llamo “perder el tiempo”. Es decir, estar tomando un café en el sofá sin móvil y sin tele. O coger un libro, pero nada de Psicología ni de Filosofía ni de Historia, algo plano. Ellos se extrañan y me preguntan cuál es la finalidad. Y les digo: “necesito que aprendas a parar la cabeza”.

Esa es la cronopatía: estar constantemente teniendo que aprovechar el tiempo, lo cual va muy unido al FOMO, el miedo a perderse algo. Antes se veía con la tecnología, la necesidad de tener lo último. Ahora, con el último libro o técnica de algo. O en la rutina: trabajas hasta las 6 y media, a las 7 vas a un evento, a y cuarto vas a otro, te quedas hasta las 8, después te vas a un cóctel, a las 9 tienes otro y a las 10 tienes cena. Al final estás en todos lados y en ninguno.

"

Nos estamos obsesionando con querer ser felices. Y la felicidad consiste en aprender a vivir el momento presente, que es lo único que no hacemos

"

¿Crees que los padres están obsesionados con meter demasiadas actividades a sus hijos? ¿Les estamos impidiendo ser niños?
–Totalmente. Hay una sobreestimulación del niño o una necesidad de que desde muy pequeño sepa de todo para que sea el mejor y consiga el mejor trabajo. Y el niño lo que necesita es que le quieran, no que le den ni permitan todo. Y eso supone frenar, apagar el teléfono, estar en casa, tirarse en el suelo con él… pero también regañar, dejar llorar, abrazar… es una sinfonía de ingredientes complicados de equilibrar pero necesarios todos ellos.

Para los padres a día de hoy todo es hacer. Tienes que estudiar, hacer deporte, hacer cosas… Mi padre dice mucho que estamos en un siglo donde, teniendo mucha información, tenemos muy poca formación. Y donde teniendo todos los medios, no hacemos nada. Sabemos mucho de inteligencia emocional… pero cada vez la practicamos menos. Irónico, ¿no?

¿Esa obsesión hace que quieran crecer demasiado rápido?
–Cada vez crecen más rápido en cuanto a comportamiento, pero no psicológicamente. Vemos a chavales de 25 años que hacen cosas de 35 con una edad mental de 12. Cada vez cuesta más dejar que los niños vivan en su propia edad. Hay una especie de sobreprotección. De darles todo. No me gusta decir que tengamos que hacer duros a los niños, pero sí más resilientes.

La resiliencia es la capacidad del ser humano de doblarse y flexibilizarse sin romperse. Pues cada vez somos menos resilientes, y aguantamos, pero nos cuesta adaptarnos. Ahí entra la flexibilidad, la adaptabilidad. A día de hoy grandes universidades internacionales ya no piden test de inteligencia, sino coeficiente de adaptabilidad.

Cada vez cuesta más ser flexible, porque siempre hemos pensado que “tiene que ser de esta forma”, y eso es difícil de cambiar. De ahí la ansiedad por el “tengo que”. No, no tienes que. Hemos llegado a un punto en el que incluso vestir algo que no nos pega nos genera ansiedad. Qué importante es inculcarle a nuestros hijos que no pasa nada si las cosas no son como queremos y que tienen solución.

Tenemos que aprender a vivir más en el “no pasa nada” y saber reponernos. No olvidar, pero saber cerrar la herida y decir “me han hecho daño, me ha salido mal, no ha sido como yo quería… pero a por ello”. Y no de forma perfecta, la herida no se cierra tan fácil. Pero sí ser capaz de decir “duele, pero he aprendido”… y seguir poquito a poco hacia delante.

"

Hay una sobreestimulación del niño o una necesidad de que desde muy pequeño sepa de todo para que sea el mejor y consiga el mejor trabajo. Y el niño lo que necesita es que le quieran

"

¿Crees que los niños cada vez son menos capaces de gestionar el fracaso, la frustración, de adaptarse… ?
–Cada vez cuesta más gestionar la frustración. Vivimos en el mundo de la velocidad, donde lo tenemos todo a golpe de click. Pero las mejores cosas cuestan tiempo: el amor, la cocina… Ahora todo es instantáneo, incluso ligar. Tienes el Tinder y sí, ligas, pero es lo más artificial del mundo.

A los padres nos cuesta posponer la recompensa. Hay que enseñar a nuestros hijos a esperar. No hacerlo crea niños que creen que van a tener todo lo que quieran cuando quieran y, cuando les sale algo mal, no saben gestionarlo y les genera frustración. Hay que aprender a posponer la recompensa en pequeñísimas cosas, como con los juguetes o las chuches. No se come ahora esto, no se ve ahora la tele… incluso cosas buenas, como leer un libro.

¿Podría decirse que las nuevas generaciones son muy impacientes?
–Sí. Tenemos que aprender a esperar con pequeños ejercicios del día a día que aparentemente no sirven de nada pero que relajan nuestra cabeza y ponen el foco en lo que estamos haciendo. Al conducir, solo conducir. No escuchar un podcast para saber un poco más, y al mismo tiempo llamar a mi madre, hacer gestiones…

Yo siempre pongo el mismo ejemplo: la ducha. Es el único sitio donde no podemos hacer otra cosa, y por ello recomiendo que sea ahí cuando potenciemos nuestra atención. Dúchate y concéntrate en cómo cae el agua, en qué efecto produce en tu cuerpo, en cómo huele la espuma. O en una sala de espera. O cuando esperas en un restaurante. No recurras al móvil. Observa la sala. Ve al baño sin el móvil. Son pequeños ejercicios en nuestro día a día que nos hacen atender a lo que estamos haciendo. Un pequeño detalle que me hace actuar de forma consciente.

"

Hay que enseñar a nuestros hijos a esperar. No hacerlo crea niños que creen que van a tener todo lo que quieran cuando quieran y, cuando les sale algo mal, no saben gestionarlo y les genera frustración

"

Hablábamos antes del concepto de la felicidad. Los niños de ahora nacen con el móvil en la mano y están todo el rato mirando las redes sociales, viendo a influencers… ¿Crees que el concepto que venden de que todo es feliz y bonito puede resultar perjudicial para ellos?
–Sí, cien por cien. No sé si los influencers son conscientes de hasta qué punto influyen. ¿Cómo haces para ser un modelo de identidad para otra persona, sólo por tu físico? ¿Por lo que tienes? ¿Por lo que compras o te regalan? Todo es de cara al exterior, y para influir en las personas tienes que hacerlo en el interior.

Entiendo que un influencer no va a poner en sus redes una cara de tristeza, pero sí que pueden expresar que están muy ocupados trabajando, estudiando… Que algo no les ha salido bien y están fastidiados… Pero eso cada vez se ve menos porque se lleva lo perfecto, y esa no es la realidad. Y es lo que produce esa insatisfacción. Yo quiero influencers de carne y hueso, humanos.

Recomiendo no darles a los niños una pantalla antes de los 12 ó 13 años. Y a partir de esa edad, darles un móvil bajo contrato firmado por ambas partes que especifique cinco ó seis puntos, una pauta con lo que se puede ver y lo que no en la que los padres se comprometan a dejar el móvil al niño dos horas al día. Y que tenga una cláusula de incumplimiento: en el momento que el niño no lo cumpla, se le quita el teléfono. Cuantas menos pantallas, y menos móviles, mejor. Antes de los influencers, resolver el problema de las pantallas.

¿Cómo ves a los estudiantes a nivel emocional? ¿Se conocen más?
–Creo que conocen más las emociones pero no a sí mismos. Hay más información de todo pero al mismo tiempo… Vivimos en un mundo donde todo está permitido con tal de que a nosotros no nos hagan daño. Todo es relativo y depende de cómo lo mires. Sí, pero hay cosas que están intrínsecamente mal.

Tengo pacientes que me dicen que tienen relaciones con alguien que han conocido a los 10 minutos y luego se olvidan. Eso va calando y deja un poso de soledad, de sentirse utilizado… que hace daño. Parece que todo se puede hacer, y eso nos hace sentir que no tenemos unas bases seguras. Si a eso se le unen las separaciones, los divorcios, o la labilidad emocional, hace que seamos errantes emocionalmente. Gritamos de forma silenciosa que queremos ser queridos, que necesitamos amor, pero nunca echamos raíces. Y a cambio llenamos la vida de sensaciones, de un viaje, de otra pareja… y eso termina haciéndonos muchísimo daño.

Aunque tenemos mucha información y conocimiento, cada vez nos conocemos menos, porque no sabemos lo que es bueno o malo para nosotros mismos.

"

Vivimos en un mundo donde todo está permitido con tal de que a nosotros no nos hagan daño. Todo es relativo y depende de cómo lo mires. Sí, pero hay cosas que están intrínsecamente mal

"

Dicen que ahora hay más opciones que nunca para estudiar, trabajar… ¿los estudiantes están perdidos o tienen claro lo que quieren hacer?
–Con 17 ó 18 años es raro que el joven sepa lo que quiere, a no ser que tenga una vocación muy marcada. En consecuencia, tienden a no cerrarse puertas: hay gente estudiando Derecho, Filosofía y Marketing, por ejemplo y todo “por si acaso”.

En la vida hay que tomar decisiones. No hacerlo ya es una decisión, porque te estancas. A pesar de eso, vivimos en un mundo de indecisos: tenemos todas las posibilidades pero es la pura indecisión. A la hora de elegir carrera, hay que tener cuidado con las expectativas, sobre todo en la universidad. Los chicos piensan que al terminar el colegio ya son libres. Y no: cambias de ambiente, abre la mente… pero no es una solución a los problemas, a la insatisfacción de la que hablábamos.

Mi recomendación es empezar la carrera que más o menos uno piense que le puede gustar o en que se vea bueno. A partir de ahí, ser consciente de que en un momento dado no le va a gustar y va a querer dejarlo. Que pondere si es bueno y qué le puede aportar. Y si le gusta, siga. Puede hacer un máster, reinventarse, incluso probar otra cosa.

Pero saber qué queremos hacer desde pequeños… no. Yo empecé medicina, psicología, por las tardes hacía periodismo… Hubo un momento que estaba en una televisión nacional y no tenía nada que ver. Lo importante es apostar por aquello con lo que uno disfruta. No decidir pensando en ganar mucho dinero. La gente que termina ganando mucho es porque hace lo que le gusta. Y los que ganan mucho sin que les guste terminan en la consulta por ataque de ansiedad, frustración o hartazgo. Sé que es complicado pero no más opciones da la posibilidad de ser más felices.

¿Ha calado el mensaje del emprendimiento entre los estudiantes que están ahora decidiendo qué carrera escoger? ¿Prefieren crear sus propios proyectos antes que meterse en la universidad? ¿Son más creativos?
–Sí, yo les veo más creativos. Lo que pasa es que hay gente que solo quiere emprender por no tener jefe ni que le manden, por ser libres de su tiempo, no por tener un gran proyecto o gustarles su idea. Normalmente, ese emprendimiento no suele salir bien, porque cuando creas algo tienes que creer en tu idea, te tiene que gustar y tienes que dejarte las pestañas por ella. Ha calado el mensaje pero la meta es errónea cuando el objetivo no es ayudar a la sociedad sino la recompensa económica.

"

A la hora de elegir carrera, hay que tener cuidado con las expectativas, sobre todo en la universidad. Los chicos piensan que al terminar el colegio ya son libres. Y no

"

¿Ves a los chavales más pesimistas en los tiempos que nos está tocando vivir? O, al revés, ¿motivados para solucionar las cosas?
–Tiene gracia esta pregunta porque en mi familia somos súper positivos. Por desgracia, los jóvenes cada vez están más desmotivados. Al no satisfacer sus necesidades tan rápido, se frustran con mucha facilidad y se decepcionan o deprimen mucho antes. Suelen ser mucho más negativos. Me da pena ver a jóvenes de 18, 23 años que suspiran cuando piensan que tienen que pasar toda la vida trabajando, cuando muchos ni siquiera han empezado.

Creo que, al ir los padres tan deprisa, no les estamos enseñando a disfrutar de la vida y de las pequeñas cosas. Hay que intentar ver las cosas no de forma perfecta pero sí positiva. ¿El vaso está medio lleno o medio vacío? Está lleno… de agua y de aire. Esto se educa. Cuando los niños digan “he vuelto a suspender”, que piensen “he sacado un dos en vez de un cero, estoy progresando”. Todo depende de dónde pongas el foco. Y si vivimos rodeados de gente negativa, todo lo que generamos es negativo.

No significa vivir en el mundo de yupi, sino en clave de “no pasa nada, a por ello, por qué no. Vamos a intentarlo. Es cansado, pero sé que lo puedo sacar”. Dejar de lado el “no puedo, qué horror, la vida es lo peor, es un desastre…”.

Profesores, maestros, padres, amigos y hermanos tenemos un rol fundamental que es transmitir que la vida es fantástica. Tiene un montón de cosas terribles, pero puede ser fantástica, y eso hay que enseñarlo. De hecho, Ramón y Cajal decía que podemos ser escultores de nuestro cerebro. Tenemos que ser conscientes de que podemos esculpir nuestro cerebro y pensar desde ya qué podemos hacer para que quienes nos rodean vean la vida de otra forma.

Pues cambiar la cabeza de la gente es complicado…
–Recuerdo un día que había un tráfico horrible y mi padre me dijo “Isabel qué suerte que todo el mundo tenga coche”. Quizá eso es demasiado extremo, pero… ¿por qué no? Yo soy mucho de decir “no pasa nada”, “vamos a por ello”. No es una actitud que salga instintivamente, así que es difícil. Pero hay que intentar tender a eso. Relativizar y aprender a decir “venga, cómo puedo mejorar, cómo puedo gestionarlo”. No controlarlo ni olvidar, sino aprender a llevarlo.

0
Comentarios