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Desilusión juvenil

Javier Urra
Dr. en Psicología y Dr. en Ciencias de la Salud
29 de marzo de 2023
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Un reto ante nosotros es esencial, de otra forma, el deseo vital mengua hasta desaparecer. La humanidad no es consciente de un grave problema, y por eso no lo afronta: la desilusión juvenil, que se incentiva con el desempleo, la precariedad de ingresos económicos, las expectativas de familia cercenadas.

Lo anteriormente diagnosticado y hecho público, cursa con pensamientos negativos, procrastinación, optar por el aislamiento, dificultad para expresar lo que sienten, disminución libidinosa, retraimiento social, pérdida de ánimo, alejamiento de la motivación para perseguir los objetivos.

Sin oportunidades, es difícil tener ilusión, el panorama para los jóvenes es en no pocos casos desolador. Ser joven en la actualidad y estar desprovistos de propósito vital se ha convertido en la norma estadística, en la real y desesperanzada verdad. Apatía, desinterés, retraimiento, sin aspiraciones, jóvenes sin pálpito. Jóvenes cualificados, preparados para un futuro en el que no creen, angustiados por una sensación de vacío, que buscan exprimir el hoy dada la falta de objetivos. Muchos de ellos estudiando el Grado, los Máster, sin tiempo ni espacio para clarificar su identidad.

Muchos jóvenes padecen una encubierta ansiedad crónica, que drena su energía. No son felices, nada les satisface, muchos encuentros con amigos les son impuestos por el grupo, por la necesidad de pertenencia, pero en su fuero interno lo consideran una patética pérdida de tiempo, pues no les aporta una gratificación real. Se dejan llevar, pero sin encontrar significado en casi nada de lo que hacen. Las relaciones sociales no les aportan un verdadero sentido, la sumativa de tanta desilusión conduce a que las generaciones futuras no creen en su futuro, y sienten soledad y vacío.

La desmotivación, la desgana, la dejación, la sensación de estancamiento vital, se acompaña de agotamiento inespecífico, melancolía y encubiertos síntomas depresivos. La incertidumbre cronificada y junto a una falta real de autonomía personal, en una sociedad sin anclajes estables de relación y objetivos, genera un inevitable desgaste emocional, que dificulta la correcta toma de decisiones, quiebra la capacidad de concentración, de anticipación, de afrontamiento de estresores. Se instala el desaliento, una desesperanza existencial, un cuestionamiento del ¿para qué vivir?

No sobreprotejamos a nuestros niños, fortalezcamos su carácter, transmitamos desde todos los ángulos y actividades lo enseñado por Ortega “la vida nos es dada, pero no nos es dada hecha; la vida es quehacer”. Hay que invitar a los más pequeños a ser protagonistas de su crecimiento personal cada día de su vida, para no perderse en el existir, dentro de sí mismos. Para entender la unicidad e importancia en y con el otro, para sentirse concernidos, responsables, libres, obligados a escoger, a resolver dilemas.

Elegir el propio ser, no cabe la evasión, sino la vocación, el compromiso, entender que tan importante como el yo es el tú, que el resto de los congéneres esperan de su talento, esfuerzo, creatividad, una generosa entrega, que dé continuidad a lo heredado de los que nos antecedieron, que se proyecte en los que nos continuarán.

La voluntad de sentido exige cooperar, saberse ciudadano, superar el individualismo, el empobrecedor egoísmo. Consolidar el sentido de la existencia demanda una transcendencia personal, un anticipar la última pregunta: ¿para quién he vivido?

La voluntad de sentido exige cooperar, saberse ciudadano, superar el individualismo, el empobrecedor egoísmo. Consolidar el sentido de la existencia demanda una transcendencia personal, un anticipar la última pregunta: ¿para quién he vivido? Una vida sin arraigo social es una vida sin sentido, el riesgo de la excesiva individualización, la separación radical de grupos de pertenencia, de actividades comunes y siguiendo a Durkheim están en la base del vacío existencial.

La sociedad occidental contemporánea, con su cultura secular, donde se aplaude el aquí y el ahora, y se idolatra al cliente, en una búsqueda permanente de una efímera felicidad consumista, zarandean al individuo que, como nos explica Giddens, no encuentra asidero existencial.

Esta es una sociedad en gran porcentaje inculta, que empobrece su lenguaje y por tanto su capacidad de pensar y reflexionar, que pareciera abomina de lo bello, del equilibrio, la serenidad, el silencio, la contemplación, la humilde pertenencia a la Naturaleza. El buen sentido del humor, el optimismo, es por muchos acusado de buenismo, entendido como negativo, pareciera que la bondad está de sobra.

Jóvenes y menos jóvenes, hemos de elevarnos sobre la existencia cotidiana, contar con un proyecto vital, aun cuando debamos ir adaptando los proyectos, para dar un sentido, y desdecir a Camus, a Sartre.

Vivir el hoy proyectados en el mañana desde una psicohistoria personal incardinada en el respeto y agradecimiento intergeneracional exige intentar conocernos en nuestros valores e intereses, cuidar la vida íntima y dar coherencia al pensar, sentir, hacer. Crear vínculos con otras personas, ayudar, sentirse implicado desde la fraternidad. Volcarse en actividades, que son siempre una oportunidad. Aborrecer el victimismo, interpretar lo que significa sobreponerse.

Claro que es necesaria la capacidad crítica y la expresión de la misma, como lo es apoyarse en un clínico de la salud mental si se precisan instrumentos para no abismarse.

El representante de la psicología humanista existencial Víctor E. Frankl define el sentido de la vida como lo que da significado y ayuda a encontrar un soporte interno a la existencia. Motivo, razón, que nos orienta y nos guía, que nos impulsa para ser de una manera, para intentar lograr algo que desde la humildad nos parezca relevante para este vivir que a veces es injusto, ocasionalmente duro, doloroso, y siempre debe ser y trasmitirse como apasionante, por irrepetible.

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