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El valor de los primeros años de un niño

Llucià Pou Sabaté
Teólogo
16 de abril de 2024
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En el luminoso lienzo de la vida, nacemos como pizcas de naturaleza incontaminada, como escribió Kant, con una pureza innata que es el fundamento de nuestro ser. Pero a medida que crecemos, nuestro ser se va moldeando por las experiencias y las influencias que encontramos en el camino. Si son positivas, crecemos con seguridad y confianza; si negativas, nos llenamos de traumas como puede ser el complejo de patito feo. Sin embargo, hay un período crucial en esta transformación: los primeros tres años de vida, un tiempo sagrado en el que se construye el cimiento de nuestra existencia.

Desde el momento en que estamos en el vientre materno, nuestra percepción del mundo comienza a formarse. Alfred Tomatis, en sus estudios pioneros, demostró cómo la voz de la madre, sus palabras amorosas y melodiosas, alcanzan al feto, moldeando su desarrollo emocional incluso antes de nacer. Esta conexión íntima entre madre e hijo establece las bases de la seguridad emocional del bebé.

Cuando finalmente llegamos al mundo, las sonrisas de la madre, sus caricias tiernas, se convierten en nuestra primera experiencia de amor y cuidado. En estos gestos simples y poderosos, encontramos la seguridad de ser amados, un sentimiento que nutre nuestro crecimiento emocional y psicológico de manera fundamental.

Es esencial reconocer la falsedad de las prácticas duras y desapegadas en la crianza de los niños, como las que se practicaban en Esparta, donde la frialdad y la disciplina prevalecían sobre el afecto y la ternura. Del mismo modo, las teorías que consideran a los niños como propiedad del Estado, como sugiere Platón en su República, o que los someten a una crianza colectiva desprovista de amor y atención individualizada, como han defendido algunos regímenes comunistas, son contrarias a la naturaleza humana y a las necesidades emocionales del niño.

En el mundo contemporáneo, donde diversas propuestas políticas debaten sobre el cuidado y la educación de los más pequeños, es fundamental recordar el valor primordial del amor y la conexión emocional en los primeros años de vida. La crianza amorosa y afectuosa no solo es vital para el bienestar individual del niño, sino que también sienta las bases para una sociedad más compasiva y empática en el futuro.

Cada sonrisa, cada abrazo, cada palabra de aliento durante esos preciosos primeros años, es una semilla plantada en el jardín del alma del niño, que florecerá en un ser humano lleno de amor, compasión y resiliencia. Como sociedad, y especialmente en la labor educativa, debemos honrar y proteger este período crítico de desarrollo, garantizando que todos los niños tengan la oportunidad de crecer en un entorno de amor y cuidado, donde puedan florecer en todo su potencial humano.

Pienso que son especialmente importantes las primeras etapas de la educación, tanto la Infantil como la Primaria, ahí es donde la labor del maestro puede influir más positivamente en sacar lo mejor de cada ser humano, con su empatía y amor, con los refuerzos positivos, con la vocación de servicio.

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Comentarios

  1. Berenguer Ramón
    23 de abril de 2024 10:10

    Queda ben exposat que l`afecte i la tendresa son esencials
    puerquè els infants siguin persones generoses i estimin el bé.