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Educación emocional en las aulas

En mis clases, la Educación emocional siempre está presente. Cualquier excusa es buena para hablar, exponer y debatir sobre los sentimientos y para analizar las acciones que realizamos o que realizan otros.
Toni García AriasMartes, 4 de junio de 2019
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Desde hace más de 20 años, a lo largo de la semana, siempre ha habido en mis clases un momento para realizar actividades propias de la Educación emocional. Incluso cuando nadie hablaba de la Educación emocional. Así que, como comprenderán, soy un defensor de que este tipo de Educación esté presente en el currículo, pero con matices muy importantes.

La Educación emocional es una parte fundamental de la Educación integral de cualquier persona.

Desde el punto de vista educativo, una adecuada competencia emocional facilita no solo una mejor adaptación e interacción con el entorno, sino también la adquisición de otro tipo de aprendizajes, incluidos los aprendizajes académicos. Sin embargo, no es cierto –como algunos quieren hacernos creer–que con la Educación emocional ya esté todo solucionado: para que un alumno aprenda, también tiene que ponerse a estudiar.

Sé que a algunos esto les pondrá los pelos de punta, pero es así: la Educación emocional te permite la estabilidad necesaria para poder aprender de una manera más equilibrada, pero no te da la sabiduría de manera espontánea. No es cierto, por tanto, que el fracaso escolar esté únicamente ligado a una mala Educación emocional como dicen algunos. Sin embargo, aun siendo esto grave, no es lo peor que se está trasmitiendo sobre la Educación emocional.

En bolsa, hay una norma básica que dice que nunca se debe ir contra tendencia. Cuando un valor está en tendencia, hay que invertir en él. En Educación, pasa lo mismo. En la actualidad, la Educación emocional es un valor al alza, y muchas personas se han subido al carro de esta tendencia para hacer caja. Da igual que sea un boom o no. Da igual que sepamos de lo que hablamos o no. No hay congreso, curso o seminario donde un nuevo gurú que nunca ha dado clase en su vida no hable de Educación emocional.

No hay congreso, curso o seminario donde un nuevo gurú con menos empatía que un trozo de cemento no hable de Educación emocional. Por culpa de esta mercantilización, de esta burbuja pedagógica, la Educación emocional se ha desvirtuado y se ha convertido en simple Educación para el entretenimiento. Así, para integrar la Educación emocional en el aula, los nuevos expertos dicen que hay que diseñar actividades atractivas para que el niño se divierta.

De este modo, los niños entran felices a las aulas, eligiendo palmada, abrazo o salto con el maestro, o hacen una coreografía súper divertida antes de entrar al aula, todo muy lúdico, muy ameno, muy emocionante. Y, sin embargo, nadie habla de meterse en el barro de lo emocional para ayudarles a nuestros alumnos a enfrentarse a la muerte de un familiar querido, a la muerte de su mascota, a la pobreza económica de sus padres, a sus terrores nocturnos, a un abuso sexual, a la pornografía, a un entorno de drogas, a la incomprensión espiritual, a una sensibilidad extrema, a un conflicto de celos con un compañero, a la mala relación con sus padres, a un divorcio cruel, a la discriminación sexual, a un amigo que se aleja, a una ruptura amorosa, a una falta de confianza de su entorno…. Porque todo eso duele, y el dolor no tiene cabida en el currículo. La evaluación docente ha quedado tan reducida a que el alumno se divierta con nosotros que todos queremos ser guais, chachi-pirulis, y nadie quiere al fin ser el malo de la película.

No es cierto –como algunos quieren hacernos creer– que con la Educación emocional ya esté todo solucionado: para que un alumno aprenda, también tiene que estudiar

Qué duda cabe que es importante que nuestros alumnos se sientan felices en el colegio, pero la felicidad no es la finalidad del currículo, sino de la vida. En los centros educativos debemos ofrecerles a nuestros alumnos actividades para que aprendan de un modo ameno, pero también debemos ofrecerles herramientas para que puedan enfrentarse a un mundo complejo, lo cual quizá no les haga felices en el momento, pero sí les hará felices en el futuro.

Desde esta perspectiva, podemos entender la Educación emocional como un modo de prevención, consistente en intentar minimizar la vulnerabilidad a las perturbaciones emocionales, de tal modo que se maximicen todas las fortalezas positivas y se minimicen las tendencias destructivas. Esto posibilitará que nuestros alumnos estén preparados para hacer frente a problemas como el consumo de drogas, la anorexia, los comportamientos sexuales de riesgo, la violencia, la angustia, la ansiedad, el estrés, la depresión o el suicidio, primera causa de muerte no natural en España.

La Educación emocional es como una bomba de relojería. Si sabemos lo que llevamos entre manos, podremos manipularla, pero si no lo sabemos, lo mejor es no hacer nada. El mal que podríamos generar podría ser mucho mayor que el beneficio. Nuestros alumnos son un material muy sensible como para arriesgarnos a hacer experimentos. No podemos reducir la Educación emocional a simples eslóganes del tipo “solo con imaginarlo ya puedes conseguirlo”, “si quieres algo, solo tienes que hacer que pase”, “si la vida no te sonríe, hazle cosquillas”, “si las cosas no cambian, cambia las cosas”. Transmitirles esto sin decirles que detrás de este tipo de frases hay mucho esfuerzo, sacrificio, trabajo duro, dolor, lágrimas, alegrías, decepciones es como enviarlos a una tempestad con un paraguas y unas chanclas.

El autor fue Premio Educa al Mejor Docente de España de Primaria 2018

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