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Diez perlas pedagógicas de Fabio Quintiliano

Carlos GoñiMiércoles, 24 de mayo de 2023
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Estatua de Marco Fabio Quintiliano en su localidad natal, Calahorra.

Existe un dicho muy nuestro, casi una ley pedagógica, que afirma que “cada maestrillo tiene su librillo”, es decir, que cada cual enseña a su manera, tiene su propia metodología, sus propias estrategias y que no hay un libro único para todos los maestros y para todos los alumnos. Siendo en parte verdad el aforismo, el pedagogo hispano Marco Fabio Quintiliano (Calahorra, 35-Roma, 95) no estaba sin reservas de acuerdo, porque todo maestro (no maestrillo) ha de tener algunas cosas en común: un libro (no librillo) que ha de saber de memoria.

Ese manual podría ser sin duda la Institutio oratoria (Aprendizaje de la oratoria) del profesor hispano, publicada hace casi dos mil años y destinada a la educación a los dos hijos que perdió. Los primeros libros de la obra tratan sobre la educación del niño y el muchacho, así como de las virtudes del buen maestro, y gozan de una actualidad sorprendente.

Para Quintiliano es esencial que “el maestro se revista de la naturaleza de padre, considerando que les sucede en el oficio a quienes le han entregado sus hijos” (II, 2). Porque el maestro recibe de los progenitores el encargo de continuar la educación de su hijo, lo que significa que es como “un segundo padre” y que ha de tratar a sus discípulos como hijos.

Por supuesto, el buen maestro no ha de tener vicio ninguno y no lo debe consentir en sus alumnos; ha de ser serio sin ser áspero; afable sin chocarrería. No ha de hacerse, pues, ni odioso ni despreciable. No ha de ser iracundo, pero tampoco ha de hacer la vista gorda en lo que pide enmienda; por supuesto, “sufrido en el trabajo, constante en la tarea, pero no desmesurado”. Debe estar dispuesto siempre a responder a lo que se le pregunta y a preguntar a los que no lo hacen, a alabar los aciertos sin merma ni prolijidad, pues lo primero engendra desgana y lo segundo, exceso de confianza, y a corregir sin acritud.

Si muchas son las obligaciones de los profesores, los alumnos solo deben obedecer a una: “no tener a sus maestros menos amor que al estudio”, pues han de pensar que ellos “son padres no corporales, sino espirituales” (II, 10). La obligación de unos es enseñar; la de los otros, mostrarse dóciles a aprender. “Lo uno sin lo otro nada vale”.

Quintiliano es uno de los pedagogos más insignes de la antigüedad. Su obra está salpicada de grandes intuiciones que surgen de su quehacer diario, de la experiencia acumulada, de un saber no escrito. A medida que vamos leyendo su Institutio podemos ir rescatando algunas máximas que no solo son de gran actualidad, sino que muchas de ellas serían necesarias en nuestros días para reactivar la Educación, esa asignatura que año tras año dejamos pendiente y no somos capaces de aprobar. Esos principios educativos, cargados de sentido común, constituyen diez perlas pedagógicas que vale la pena recordar:

  1. “Toda tarea educativa debe estar presidida por la más estrecha colaboración entre padres y maestros”. Se nos olvida a menudo este primer principio: padres y escuela tiramos a veces en direcciones opuestas de modo que el educando queda desorientado.
  2. “Nunca es demasiado pronto para iniciar la educación de un niño”. La educación temprana, adalid de nuestro tiempo, ya la propuso Quintiliano antes de que estuviera de moda.
  3. “Los primeros hábitos son esenciales”. Finis origine pendere, el final depende del principio. Más vale llegar un año antes que un minuto tarde. Vale más prevenir que corregir.
  4. “Hay que elegir con escrupuloso cuidado los adultos que han de estar en contacto con los niños”. Lo importante de una escuela no son las instalaciones sino las personas. No son las máquinas ni los espacios los que educan, sino los maestros.
  5. “En los primeros aprendizajes se recomienda una prudente lentitud”. Es un error querer que los niños lleguen antes, sean los mejores, aprendan rápido, destaquen enseguida, sean competitivos… Se educa a fuego lento, dejando reposar lo que se enseña para que asiente.
  6. “La obligación del ejemplo pesa en primer lugar sobre los padres”. Un ejemplo vale más que mil palabras. Y el ejemplo de los padres, más que mil ejemplos. Para educar necesitamos coherencia.
  7. “Los niños tienen que jugar mucho”. Por lo general, los niños no necesitan más juguetes, sino que juguemos con ellos. Bien lo sabía Quintiliano: el juego es un ejercicio vital.
  8. “En los primeros años conviene la variedad de enseñanza”. La educación ha de ser integral, humanista. No debemos pretender producir niños prodigio, sino personas equilibradas, sabias y felices.
  9. “El niño debe moverse en un ambiente de alegría y de esperanza”. ¿Va contento/a al colegio? ¿Es nuestra casa un lugar luminoso y alegre? Se enseña más con una sonrisa que con una reprimenda.
  10. “Para educar no tendrían que hacer falta los castigos”. La postura del pedagogo hispano respecto a los castigos físicos es clara (e insólita en su época): “azotar a los discípulos, aunque está recibido por las costumbres, de ninguna manera lo tengo por conveniente” (I, 3).

Un decálogo que hace saltar por los aires las modernas teorías pedagógicas, simple y llanamente porque no se trata de ninguna teoría sino de la práctica cotidiana de un profesor que sabe lo que se hace y que quería a sus alumnos como si fueran sus propios hijos, los hijos que la Fortuna le arrebató.

Carlos Goñi es filósofo y escritor y es autor de Hispanos (Arpa, 2022)

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Comentarios

  1. Demetrio Miguel Mendoza
    25 de mayo de 2023 18:56

    Excelente trabajo.
    Gracias.