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La energía de las palabras

Alicia M. Maroto
Editora y asesora educativa
28 de diciembre de 2023
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Qué bien que poco a poco nos vamos dando cuenta de que todo lo que tocamos o decimos lleva una energía. Vamos siendo más conscientes de que, con nuestros actos y palabras, la transmitimos. Podemos ser energía que nutre y hace germinar o energía que altera y destruye. Proporcionalmente a la carga emitida, podemos desestabilizarnos unos a otros o armonizarnos e, incluso, envenenarnos a nosotros mismos o sanarnos.

Tuve el placer de recordar esta gran verdad, o más bien sentirla, de la mano y voz de la pianista Mª del Mar Poyatos. Usó y conectó las palabras y la melodía en un acto preciosamente organizado. «La música como poema» convocaba. Sin ser muy amante de la poesía me acerqué con curiosidad y resultó ser un maravilloso spa para el interior, donde palabra y melodía fluían como el agua en el silencio del espacio. El lugar era acogedor y la presencia necesaria. Fue tan agradable que disipó un mareo que venía sintiendo todo el día. No es raro que algo cuidado y equilibrado armonice y genere beneficios, incluso físicos. Es pura ciencia.

Si sabemos que esto es así, si sabemos que podemos armonizarnos y sanar nuestro entono, resulta curioso cómo nos olvidamos de esta premisa a diario, interpretando melodías llenas de aristas.

¿Qué ocurriría si nos nutriéramos más de lo armonioso y seleccionáramos las melodías y los tonos de nuestras palabras y actos? ¿Y si bajáramos un poquito el volumen? Posiblemente se reduciría el gasto en sanidad de forma automática.

Probado está, por ejemplo, el beneficio de la música barroca para la relajación del cerebro y la mejora de la atención. Sin embargo, se potencian, incluso desde edades muy tempranas, otro tipo de manifestaciones bajo el argumento de que «es lo que gusta». Yo diría que es lo que se conoce y resulta familiar. Aunque se dice que en la variedad está el gusto, impera la emisión de carburos musicales y elegimos alentar decibelios vocales a toda pastilla porque parece ser lo más popular o divertido, sin reparar en el bienestar propio ni ajeno.

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Es muy agradable poder disfrutar de espacios que recuperan los sentidos y el sentido, y no dejarnos llevar por la voz más sonora o la palabra más fuerte

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Es muy agradable poder disfrutar de espacios que recuperan los sentidos y el sentido, y no dejarnos llevar por la voz más sonora o la palabra más fuerte, la que se lleva, la que está de moda o es políticamente correcta, sino la que se siente y te acomoda sin desasosiego.

A diario, con nuestros tonos de voz, con nuestras palabras y quejas acaloradas, elegimos envenenarnos y envenenar. Ante cualquier situación que no nos encaja tiramos por la borda nuestro equilibrio, seducidos por el tema o asunto que, decidimos, precisa de nuestra alteración —y, de camino, la del resto— porque, a todas luces, pensamos y creemos, que es inevitable, porque ‘X’ situación lo requiere. Desbocados pretendemos guiarnos y guiar. Es humano, decimos. ¿No será que tenemos una idea enfermiza del ser humano?

Cuando decimos una palabra, cuando usamos nuestra voz, quien primero la siente es quien la emite y el veneno o la bendición lo saborea primero quien lo gesta.

En esta cultura mediática, confundimos los gritos y la falta de respeto a los demás con la libertad de expresión. Esto es lo que se enseña y se siembra desde muchos medios de difusión, donde personas que se consideran relevantes o representativas no saben guardar un simple turno respetuoso de palabra en un debate ni escuchar sin muecas despectivas lo que dice el resto. Y, luego, queremos enseñar en las escuelas cómo debatir respetuosamente y que los jóvenes sean tolerantes, sepan escuchar y sean responsables de sus actos. Se lo ponemos difícil a los educadores.

¿No sería magnífico reducir las emisiones tóxicas en nuestras palabras y actos? Es más costoso, sí, y requiere de un cuidado más atento, pero quizás se hace necesario si queremos crear relaciones saludables y evolucionar como organismos equilibrados y sanos mentalmente. Todo no es responsabilidad de la COP, cada uno de nosotros somos responsables de nuestras emisiones, de los lugares donde invertimos energía y del clima que fomentamos diariamente. Afortunadamente cada día podemos empezar de nuevo.

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Comentarios

  1. Georgina
    14 de febrero de 2024 12:14

    ¡Qué de verdad y razón! Gracias, Alicia, por este amable recordatorio para quienes sabemos del enorme poder de las palabras y abrir esta ventana a quienes lo desconocían.