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La brecha de treinta millones de palabras

Julián Palazón
Doctor en Ciencias de la Educación
23 de febrero de 2024
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En una frase preciosa de El nombre del viento Patrick Rothfuss escribe: «Los nombres tienen poder, las palabras también. Las palabras pueden prender fuegos en el corazón de los hombres». El lenguaje importa. Las palabras, efectivamente, tienen poder. Las evidencias muestran que el lenguaje temprano predice aspectos académicos tan importantes como las habilidades de comprensión lectora en la infancia y la adolescencia, el desarrollo de las habilidades numéricas y que además, es fundamental para un adecuado ajuste social. Es necesario recordar también que está muy bien establecido que la clase social y las habilidades lingüísticas están fuertemente relacionadas. En un conocido estudio llevado a cabo por Betty Hart y Todd Risley en 1995, basado en la toma de muestra de habla en diferentes hogares, los autores estimaban que, a la edad de cuatro años, los chicos de clase social más aventajada habían escuchado 30 millones más de palabras que los chicos de las clases sociales más desfavorecidas. Algunas investigadoras como Arne Lervag han descrito que, a los tres años, el retraso en la adquisición de vocabulario es ya de medio año por parte de los niños que proceden de los entornos socioculturales más pobres.

Sin ánimo de ser determinista, los datos dicen lo siguiente: un mal vocabulario a los cinco años suele predecir una mala comprensión lectora a los diez. Una mala comprensión lectora suele ser un predictor de escaso éxito académico y, como todos sabemos, la baja cualificación se relaciona con empleos precarios, una peor salud, etc. Muchos sociólogos lo han descrito mejor que yo.

Es muy necesario abordar esas brechas lingüísticas temprano. Necesitamos, al menos, que se abran lo menos posible, puesto que las consecuencias académicas y sociales que se derivan de ellas son enormes. Revisaba estos días el llamado ‘Nuffield Early Language Intervention’, un programa de estimulación lingüística aplicado en el Reino Unido en niños de tres y cuatro años y cuyo último estudio, controlado y aleatorizado, se ha publicado este año en The Journal of Child Pyschology and Psychiatry. Los resultados son buenos y los investigadores ofrecen evidencias de que, para muchos niños en riesgo, es posible reducir en parte esas brechas lingüísticas. Se me ocurren pocas cosas más relevantes en las que centrar el foco, en las que gastar nuestros limitados esfuerzos.

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