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Alejandro Rodrigo: “Tenemos una crisis de autoridad, la hemos confundido con ser castigador”

En su nuevo libro, el especialista en intervención social y educativa con menores y familias en conflicto, Alejandro Rodrigo, trata de acercar al lector la realidad de los adolescentes que sufren, y hacen sufrir, por la violencia de su entorno.
Marta Peiro del ValleViernes, 1 de diciembre de 2023
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Alejandro Rodrigo, padre de dos hijas y especialista en intervención social y educativa con menores y familias, posa para Magisterio. ® ALEJANDRO RODRIGO

Cuando hablamos de adolescentes, a todos se nos vienen a la cabeza chavales de unos 15 años que van al instituto, crean sus primeros grupos de amigos y empiezan a tener relaciones. Chavales cuyos máximos problemas son aprobar exámenes y salir con sus colegas, y quizá las consecuencias propias de las hormonas de la edad del pavo, en la que todo parece un drama y la familia, según ellos, solo quiere llevarles la contraria.

Sin embargo, esos problemas se antojan muy pequeños si nos acercamos a la realidad de aquellos adolescentes que han sido víctimas de violaciones, violencia de género, han sido abandonados o han sufrido, e infligido, maltrato. Una aproximación que facilita Alejandro Rodrigo en su libro Adolescencias reales desde dentro.

En él, este especialista en intervención social y educativa con menores y familias en conflicto o riesgo de exclusión social narra las historias de algunos de los pacientes con los que ha trabajado. ¿Su objetivo? Dar visibilidad a estas realidades que son invisibilizadas por la vergüenza de las propias familias, ayudarlas, y recordar al lector que, por mucho que se escondan detrás de un móvil, en silencio, con la mirada gacha y provoquen miedo, estos adolescentes son solo eso: niños.

Pregunta.– ¿Por qué escribiste Adolescencias Reales desde dentro y por qué hay que leerlo?
–Llevo trabajando con adolescentes que están en una situación de violencia desde 2005. Desde 2008 específicamente con familias, con chicos que agreden a sus padres. Y siempre he visto lo mismo: situaciones de altísima tensión. De hecho, si las contáramos tal cual, parecen películas, son mucho mayores los niveles de tristeza y sufrimiento. Siempre hay una enorme tristeza por parte de los chicos.

Se trata de chicos con profundas heridas, muy tristes, en familias con muchísima tensión… que pueden ser perfectamente el vecino de arriba, que tenga un hijo que le está haciendo la vida imposible.

Ante la idea de escribir un segundo libro… el primero se llama Cómo prevenir conflictos con adolescentes. Para el segundo podría haber puesto Cómo actuar en conflictos con adolescentes, pero no quería tirar del hilo. Me encanta la literatura y quise jugar a ser escritor, así que me puse… y me gustó un montón lo que salió. Además, extraer casos reales y darles un poco de luz ha sido casi un homenaje, porque todos me han enseñado muchísimo, tanto los chicos como los padres.

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Extraer casos reales y darles un poco de luz ha sido casi un homenaje, porque todos me han enseñado muchísimo, tanto los chicos como los padres

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A las personas que vienen de familias funcionales les cuesta ponerse en la piel de adolescentes con problemas tan grandes. ¿Falta empatía en la sociedad?
–Es que son casos que están muy invisibilizados. Si en una familia hay una violación o una agresión machista, o chicos que agreden a sus padres… hay mucha vergüenza. Los padres tienen una sensación de fracaso en sus roles de padres o madres… sus hijos son su proyecto de vida, y si les agreden, es un fracaso. Está muy invisibilizado, nadie quiere hablar de esto porque son temas incómodos.

En esta entrevista… nosotros no nos vamos a preguntar por el dinero, porque es irrespetuoso. Pues esto es igual: uno nunca cuenta que está viviendo un tormento. Sin embargo, la realidad es que en todas las familias hay tensiones, y están bien, pero cada vez vemos que hay más problemas de violencia explícita en familias. Y esto es un problema, sí. La sociedad debería estar más sensibilizada…

Es que existen estos problemas…
–Igual que ahora estamos muy sensibilizados con la salud mental, que podemos decir abiertamente si estamos pasando un periodo difícil o transitando una depresión… Sin embargo, todavía no hemos dado el paso de reconocer que tenemos un problema familiar grave y no acabar en el humor.

Estamos hablando de la violencia dentro de la familia. ¿Qué es lo más importante? Como profesional, ¿cómo afrontas a un adolescente o un padre que recibe este tipo de violencia?
–La clave siempre es la misma, que es muy fácil de decir y muy difícil de hacer. Consiste en presentarte ante la familia liberándoles de la culpa. Evidentemente, hablar de responsabilidades, normalmente de los padres, porque en los casos de los menores de edad tienen otro tipo de responsabilidad. Pero ese es el paso 1. “Te libero de tu culpa. Estoy aquí y voy a intentar ayudar”.

Lo segundo es intentar… no tanto pautar qué debe hacer una madre, que hay mucho influencer, youtuber, celebrity y empresario metido a divulgador que intenta dictaminar cómo se hacen las cosas… La realidad es que, en casos así, lo que hay que hacer es ir a la individualidad y promover un ejercicio de introspección de cada uno: que tú como madre seas capaz de liberarte de toda culpa y tener ese análisis contigo misma. Ser sincera contigo y con lo que has hecho bien y lo que no.

 

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En casos de violencia en la familia hay que promover un ejercicio de introspección: que como madre, seas capaz de liberarte de la culpa y tener un análisis contigo misma

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Y, el tercer paso, establecer alianzas con el chico. Debes convertirte en su referente. Pero no un referente amigo. Estos adolescentes tienen mucha calle, y en muy poco tiempo te han tomado la medida, y son muy capaces de darle la vuelta y acabar tú en su estrategia. Debes ser su referente y aliarte con él, en el sentido de que cuando lo hagas bien te voy a defender y cuando lo hagas mal te voy a sancionar.

Ellos ahí entran en un juego que tiene que ver con la justicia y la traición. En cuanto ven que no les traicionas, ellos van. Y cuando ellos te traicionan a ti, se ponen en deuda contigo. Y ahí se establece un juego muy bonito, muy difícil, muy tenso, que es muy difícil de hacer, pero es precioso.

Me recuerda a uno de los capítulos, en el que cuentas la historia de Ana, que iba con sus padres a la visita del psicólogo y luego le ponían también otro especialista, y ese juego que mantienen… ¿Cómo lograr esa conexión pero no ser su amigo?
–Lo primero que hay que saber es que no puedes conectar con todos. Hay que decidir rápidamente al inicio de la intervención si puedes conectar con ese chico o chica. Si ves que no, es tu responsabilidad derivarle, entender que con esa persona no puedes porque a lo mejor te remueve tus propios traumas, o tienes una resistencia con él. Las relaciones se construyen con el tiempo, pero ese es el paso uno.

Y el paso dos, súper importante para ellos, decisivo, es escucharles de manera concentrada. Ellos deben sentir que no estás haciendo un papel. Yo soy Alejandro y soy así contigo y con mi hija. Si me ves por la calle, soy igual. Cuando me veas haciendo la compra, soy el mismo Alejandro. Si ellos detectan que estás haciendo las típicas preguntas de “¿cómo te sientes ahora?”, dicen “tío”…

Te dicen “¿qué me estás contando?”
–Exacto. Les parece una entrevista de la tele. Si ellos sienten autenticidad, que estás concentrado y que no les perdonas ni una pero les defiendes todas, entonces se sienten seguros contigo.

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Los padres tienen una sensación de fracaso en sus roles de padres o madres… sus hijos son su proyecto de vida, y, si les agreden, es un fracaso

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Yo trabajé en medidas judiciales, con chicos a los que debía modificar la medida. Por ejemplo, solicitando a Fiscalía que entraran en internamiento si no habían cumplido la libertad vigilada. Estos chicos, si has sido justo con ellos, cuando vuelven a ti en un tiempo, de alguna manera te lo agradecen.

Parece que es una película, pero no. Ellos salen en un año, año y medio, más grandes, mejores… y tienen la capacidad de ir contigo. De hecho, en el centro ellos piden volver con su anterior técnico, porque quieren demostrarle lo bien que lo han hecho, señalarle que en algún momento fue injusto… y es una relación muy bonita.

Si sienten justicia, conectan. Lo que les pasa es, y esto es muy clave, que sienten que no han sido tratados con justicia en su casa. No quiere decir con amor, quiere decir que ellos detectan la injusticia. Y entonces, cuando ven a alguien que les trata justamente, se identifican mucho. Muy difícil, ¿eh?

Puede que interese a los padres que nos lean: ¿hay alguna clave para seleccionar a un buen profesional?
–Lo primero es diferenciar los niveles de riesgo en los que están, porque no es lo mismo que tu hijo esté incumpliendo las normas a que, simplemente, esté siendo no cariñoso. Es muy difícil no acabar intoxicado por la vinculación emocional que tienes con tu hijo, al que amas sin condiciones.

Distorsionas la situación porque estás en una relación de mucha tensión y amor. Hay veces que, sin querer, permites o explicas conductas violentas o agresivas, lo racionalizas todo… Con toda la buena intención, lo justificas diciendo que va a pasar, que al día siguiente será diferente…

Si eres capaz de entender que el riesgo ha pasado a un nivel importante, es entonces cuando hay que pedir ayuda profesional. Hay que seleccionar bien al profesional, porque solo tienes una bala: no puedes sentar a tu hijo delante de alguien que no va a conectar con él. No se trata de escoger al mejor, no es tanto el currículum o la experiencia, sino de que tú, conociendo a tu hijo, sepas que ese profesional y él van a encajar.

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Si los adolescentes sienten autenticidad, que estás concentrado y que no les perdonas ni una pero les defiendes todas, se sienten seguros contigo

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De que le va a venir bien a tu hijo en concreto…
–Efectivamente. Pero hay que invertir mucho tiempo, esto es fundamental.

Hablamos del papel de los padres. Me imagino que lo primero que se les viene a la cabeza es cómo han educado a sus hijos para que lleguen a eso. ¿Cómo lo encaran?
–Es muy difícil, cada padre viene de una manera. Y hay muchas culpabilidades cruzadas: además de reconocer sus errores, culpan mucho al otro progenitor o figura paterna, tanto si ha estado como si no. Ahí hay una dinámica familiar muy difícil. De nuevo, quizás una de las partes fundamentales es no tratar de modificar el estilo educativo de los padres. Es decir, si un padre es autoritario y tú intentas modificarle…

Te encuentras con un padre ultradefensivo, ¿no?
–Claro. Sin embargo, si tienes una madre que es muy sobreprotectora, va dentro de ella. La habilidad está en identificar que tus debilidades le están viniendo mal a tu hijo, igual que tienes fortalezas gracias a las cuales está aquí.

De todas formas, esto aplica en familias funcionales. Con familias disfuncionales es otra historia. De hecho, en muchas ocasiones hay que sacar al hijo de la familia. Aún así, cuando una familia viene a intervención ya hay voluntad de cambio, y eso es importante. Hay veces que solamente uno de los dos padres quiere venir y trae al otro obligado.

Es una dinámica compleja, pero casi siempre, cuando eres capaz de hacer que los padres brillen, tienes poco que hacer con el chaval, que se ve impregnado. El cambio normalmente es con los padres. Ellos te traen a su hijo porque tiene un problema, pero realmente es al revés.

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Hay que seleccionar bien al profesional, porque solo tienes una bala: no puedes sentar a tu hijo delante de alguien que no va a conectar con él

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También hay un capítulo sobre una víctima de violencia de género. ¿Cómo le ayudas y transmites que no tiene la culpa de nada?
–Sí, en ese capítulo intento señalar que le puede pasar a cualquiera. Que se te cruza un diablo y te arruina la vida. De todas formas, esto requiere de una medida mucho más específica, especializada en violencia de género.

El profesional tiene que poder llevar a la víctima a un nivel de comprensión, hasta un punto en el que asuma que le ha pasado una cosa muy grave y que necesita ayuda específica… Si consigues transitar ese paso, ya has hecho bastante. Pero entra en juego una cuestión psicológica muy difícil que tiene que ver con la vergüenza, la culpa, el remordimiento. Con esa dinámica de morderse la cola todo el rato, con ese enganche, casi primitivo… Y hay recaídas, y la víctima lo pasa fatal.

El trabajo con la familia es fundamental, porque las víctimas de violencia de género a veces se sienten muy solas porque su diablo ha conseguido, sin querer, expulsar a sus seres queridos…

Consiguen desplazarlas de su círculo…
–Esta pareja te acaba hundiendo y la propia víctima acaba defendiéndole delante de sus padres. En la historia de Ana el final es muy… con su padre en una situación de debilidad… pero, gracias a él, ella hace click. Son casos extremadamente difíciles y complejos. Y hay que tener un encuadre luego, a nivel personal, para no llevarse esos problemas a otros terrenos, para cerrar la puerta… Yo tengo dos hijas, y, cuando llego a casa, tengo que decirles, como si nada, “hola, qué tal”. Después de todo lo que he visto.

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Entra en juego una cuestión psicológica que tiene que ver con la vergüenza, la culpa, el remordimiento. Con esa dinámica de morderse la cola todo el rato, con ese enganche, casi primitivo…

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¿Cómo encaras eso? Llegar a tu casa después, pensando que a tu hija le podría pasar…
–Es muy difícil. La experiencia te da un grado. En este trabajo, los primeros cinco años te impactan demasiado. Durante ese tiempo tú estás secuestrado y a tus amigos les tienes hundidos porque no haces más que contarles caso tras caso. Y eres un suplicio. Pero, cuando eres capaz de separarlo…

Por eso hay que tener un autocuidado tan importante. Por eso un profesional necesita cuidarse mental y físicamente, construir una familia sana… para luego poder llegar a tu refugio, porque sino lo que pasa es que acabas descuidando a tu familia. Es muy difícil llegar a casa después de haber tenido cinco intervenciones muy violentas y graves y que tu hija te diga que le duele la cabeza… y no darle la importancia que requiere.

¿Es suficiente la educación que se les da a los niños en relación a la violencia de género?
–Yo creo que nunca va a ser suficiente. Venimos de siglos en el mismo nivel. ¿Por qué no tenemos ninguna compositora de música clásica reconocida, por ejemplo? Porque venimos con una idea muy preconcebida en la cabeza de que la mujer tiene un rol y el hombre otro. El hombre es el triunfador y la mujer tiene otras responsabilidades que atender.

A partir de ahí lo que ocurre es que el discurso del mediocre siempre se oye más alto. A un mediocre no le da vergüenza ni ser mediocre ni violento. Sin embargo, cuando alguien no lo es y tiene bastante autoanálisis e introspección, no habla desde ese punto de vista. En un estadio de fútbol, que mil griten van a llamar más la atención que los 70.000 que están callados.

Creo que es una de las mayores lacras de nuestra sociedad, y solo hace falta trabajar con mujeres para darse cuenta. Es verdad que si tienes hijas, tu mirada se clarifica, porque piensas que no quieres que les pase lo mismo. Además, es complicado ver a tu hija de 17 años, que se está iniciando en una relación difícil, y saber diferenciar entre lo que es un paso que tiene que dar ella para aprender, y dónde hay un peligro. Porque, en cuanto lo ves, es tu responsabilidad como padre sacarla de ahí.

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Nunca va a ser suficiente [la educación en materia de violencia de género]. Porque venimos con una idea muy preconcebida en la cabeza de que el hombre es el triunfador y la mujer tiene otras responsabilidades

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Pero no es fácil. ¿Cómo vas a hacer que tu hija se separe del “amor de su vida”? Por eso hay tanto dolor. No va a ser suficiente nunca, ni con el hombre ni con la mujer. El hombre no se identifica a sí mismo y la mujer no cree que vaya a caer en ello. Piensas que no te va a pasar a ti o que vas a ser capaz de identificarlo.

Trabajé unos años con agresores mayores de edad condenados por violencia de género. Y es difícil no dejarte embaucar por ellos, porque tienen una mediocridad y una fuerza tan grandes que invisibilizan cualquier remordimiento, imponen su amenaza y te embaucan. Lo hacen con todos, pero a su pareja la someten. A ti intentan hacerte lo mismo pero desde otro prisma. Cuando has trabajado en eso, ves lo dificilísimo que es, y solo hay una salida, que es salir corriendo.

En el libro también hablas de adolescentes adoptados y el fuerte sentimiento de culpabilidad que les genera dicha adopción. Como padres, ¿cómo ayudarles a gestionar ese proceso?
–En este paso ocurre lo contrario que con la violencia de género, donde a la mínima te tienes que ir. En este caso, pase lo que pase, no le abandonas. Te hagan lo que te hagan. Porque, como intento describir en ese capítulo, todos agreden para confirmar su hipótesis de que, como son una mierda, sus padres biológicos les abandonaron. Entonces, no tiene coherencia que, si ellos son una mierda, sus padres adoptivos les quieran.

Esto solo tiene una salida: la intervención clínica, psicológica, especializada en el trauma y el apego. Otros profesionales son un apoyo muy importante para las familias, pero los casos de adopción complicados requieren un nivel de paciencia y de amor muy difícil por parte de los padres, que siempre hay un momento en el que se cuestionan su decisión de adoptar. No es lo mismo cuestionarte tener una hija biológica que una adoptada, y, por un momento, hay una disociación y te planteas para qué adoptaste. Y esto ellos, los chavales, lo notan.

Los chicos necesitan un referente que no les abandone y una parte clínica, porque sino ese trauma que tienen tan arraigado es muy difícil de superar. Ayer estuve trabajando con un chico al que adoptaron a los siete años. Un niño que fue abandonado en la India, tirado en la calle, y del que sus padres adoptivos no saben qué fue hasta los siete. Entonces, claro, nadie sabe qué le ha pasado a ese niño…

Estos casos son muy complicados, y, sin embargo, también preciosos. Un niño adoptado que te quiere y se vincula contigo… les da un amor a los padres brutal.

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No es lo mismo cuestionarte tener una hija biológica que una adoptada. Y, por un momento, te planteas para qué adoptaste. Y esto ellos, los chavales, lo notan

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Has tenido que lidiar con adolescentes que han tenido que madurar muy rápido. ¿Cómo consigues que entienda que, aunque ha tenido una suerte muy mala y ha tenido que vivir cosas que no debería vivir un niño, el mundo es bueno y no una mierda? ¿Cómo decirle que se permita ser niño?
–Se sienten agredidos por el mundo, los tontos de la clase. Y, antes que ser el tonto, prefieren ser el malo. De nuevo, lo único sanador es que encuentren a alguien al que sepan que no van a perder. Puede ser un profesional, amigos… Los cuatro amigos que hablan en el capítulo del banco, en el fondo, se tienen. Y eso es sanador.

Cuando un adolescente así tiene a alguien que le comprende y que no le juzga, pero que le pone límites, entonces salen los niños que son. Son niños. Niños que parecen súper grandes, con capucha, con la mirada chunga, que te evitan un montón… pero en el fondo son niños.

En el fondo tienen muchísimo miedo, también…

–Miedo y sufrimiento. Entonces, antes que decirte que están sufriendo, prefieren ser malos. Es siempre lo mismo. Cuando les ayudas de otra manera y ven que no les vas a agredir, ahí entran mucho más.

En ese capítulo de La Caseta, llama la atención la madurez de uno de ellos cuando se pone a hablar de impuestos. ¿Hasta qué punto es sano que un chaval de 14 ó 15 años tenga esta independencia económica, tienen la madurez suficiente para ser conscientes de esa realidad tan pronto?
–Depende de cada chico, cada uno es un mundo. Me acuerdo de uno que se llamaba David que me explicaba cosas de física cuántica. Este, con 13 años, necesitaba tener conversaciones abstractas y teóricas. Y se encontraba fatal con sus amigos, que solo hablaban de Cristiano Ronaldo. Se sentía mal, un bicho raro.

Como padres, debemos interpretar en qué nivel está nuestro hijo. A lo mejor, Adel [el protagonista del capítulo] tiene dos padres muy económicos y cuadriculados, mucha tensión y presión. Pero, en el fondo, está orgulloso de la locura en la que le han metido. Porque el resto no entiende qué es el IRPF, el IVA… Y sería un error, traumático incluso, compararlo y meterle en el mismo nivel que esos amigos, o que su hermano, si tiene un nivel de madurez mucho más alto.

Por eso es tan importante entender. Quizá Adel, si hubiésemos hablado solo de Tik Tok y de Ronaldo, me hubiese mandado a la porra. Sin embargo, al hablar de cómo había subido la inflación, se llenaba de vida.

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Lo único sanador es que encuentren a alguien al que sepan que no van a perder. Puede ser un profesional, amigos…

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¿Crees que debería haber en etapas formativas como Secundaria alguna asignatura de educación financiera para que los chicos empiecen a conocer estos conceptos?
–Sí, yo creo que hay una cosa que hemos perdido y otra que no teníamos. La que no teníamos era educación financiera, que me parece fundamental. Lo que pasa es que debe ser muy difícil ajustarla al nivel de cada uno, según quién está preparado y quién no. Pero unos básicos creo que todo el mundo debería tener.

Lo que creo que hemos perdido es la parte de que los chicos trabajen pronto, que está muy bien. Con 16, mínimo, no con 12. Que llegue el verano y puedan trabajar un mes es un aprendizaje titánico para ellos. Ahora mismo, hay chicos mayores que no han trabajado nunca… y creo que te hace madurar mucho.

Y también ser consciente de más cosas de la vida adulta…
–Sí. De hecho, lo que veía siempre cuando trabajaba en el juzgado era que, cuando a un chico le dabas un trabajo, le subía el nivel de autoestima, de autoconcepto… Aprendían muchísimas cosas, y se sentían genial. Y eso que les pagaban 800 euros y a lo mejor venían de robar gasolineras por 30.000. Es decir, ganaban más un día en una gasolinera. Sin embargo, lo que no ganan es todo lo otro.

En el libro también hablas de la necesidad de que los profesores lo sean por vocación. ¿Esto existe en España realmente?
–Creo que hay una gran parte que sí y hay otra gran parte que no. No quita que, sin tener la vocación inicial, se pueda desarrollar un amor verdadero. Pero yo no quiero un cirujano que odie hacer una cirujía, ni un bombero que esté hasta las narices del fuego. Yo quiero a alguien en la educación, la sanidad y las cuestiones de emergencia a quien le apasione lo que hace.

Yo fui profesor dos cursos… fue horrible. Yo prefiero a mis delincuentes violentos. Me fui porque realmente no lo hacía bien, no me sentía seguro. Pero cuando hay profesores motivados… Y tampoco hay que ser buenista: todos hemos tenido profesores desmotivados, y aquí estamos. Y no pasa nada. Pero mi teoría es que han perdido bastante el nivel de autoridad que tenían.

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Son niños. Niños que parecen súper grandes, con capucha, con la mirada chunga, que te evitan un montón… pero en el fondo son niños

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Ahora vienen las familias, y a veces ves a profesores con miedo por los padres, por las denuncias, porque les aparten de su puesto. Y a muchos desilusionados con la deriva de la docencia. Donde antes era una cosa muy bonita en la que el profesor tenía autoridad, ahora el padre se mete en clase directamente. Y ahora los chicos tienen móviles y en cualquier momento graban al profesor de instituto y cuelgan la grabación… Entonces sí, yo creo que tenemos un problema importante a nivel del profesor.

¿Puede radicar todo en una falta de reconocimiento y respeto hacia el papel que puede tener el profesor?
–Sí. Los padres en general tenemos mucho miedo a que traten mal a nuestros hijos, y cuestionamos a los docentes, y nuestros hijos se impregnan de esto. Yo creo que tiene que ver más con la sobreprotección que nosotros hacemos a nuestros hijos. Pero no todos son así, y es una maravilla cuando estás con padres buenos. Sin embargo, la realidad es que el profesor antes lidiaba con alumnos y ahora lidia con alumnos y con padres.

Y eso debe ser muy complicado…
Eso es híper complicado. De hecho, las vacaciones se les hacen cortas. Es brutal. Tienen un nivel de tensión demasiado grande. Por eso hay que tener una vocación que pueda contrarrestarlo. Igual que en la intervención con violencia de género, que llegues a casa y no lo hagas con todo en la cabeza.

¿Por qué decidiste especializarte en adolescentes? ¿Para que vaya bien la educación y mejoremos como sociedad hay que poner más el foco en ellos?
–No, no, no lo decidí. Me pasó como el docente que no tiene vocación y que acaba haciéndolo bien. Literal. Yo era profe de guitarra de niñas pequeñas, y me llamaron para un centro de internamiento, donde el salario era siete veces más. Y acepté.

Lo que ocurrió es que me gustó mucho, me enganchó un montón. Y luego me especializaron en familias. Me dijeron que yo, por cómo soy, las iba a llevar bien. Me asusté mucho, pensé que no podía… y sin embargo, estuve 13 años haciéndolo. Así que no, no lo decidí, me llevaron.

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Los padres tenemos mucho miedo a que traten mal a nuestros hijos, y cuestionamos a los docentes. Tiene que ver más con la sobreprotección que nosotros hacemos a nuestros hijos

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¿Cómo ves a los adolescentes españoles, en qué fallamos con ellos?
–Hablar de todos es difícil, pero están en un nivel de inmadurez mayor que antes. Ellos son muy inmaduros y han crecido antes. Yo hice la EGB y fui al instituto en octavo de EGB a primero de BUP. Ahora pasan en sexto. Es decir, de Primaria a primero de E.S.O. Ellos hacen Primaria cuando yo hice séptimo de EGB. Esos dos años de diferencia para mí marcan la diferencia.

Son chicos, niños, que con 12 años se sientan en el instituto con un móvil. Son unos niños muy pequeños que por la noche tienen miedo al acostarse, y que por el día parecen matones. Eso por un lado, creo que son mucho más inmaduros.

Además, nos han perdido el respeto como sociedad. Ninguno vamos ahora por la calle y, al ver a un chaval de 15 años con un cigarro, nos paramos a decirle algo. Pero, antes, la gente del barrio sí educaba a nuestros padres y abuelos. Ahora no, ahora están sueltos por ahí. Crecen y la mayoría son unos vándalos, y ningún adulto tenemos la capacidad de pararles.

¿Por qué es así? ¿Antes había más disciplina?
–Sí, porque lamentablemente tenemos una crisis de autoridad, y hemos confundido ser autoridad con ser castigador, y no tiene nada que ver. La autoridad es cuando con firmeza le dices a un niño que no puede hacer algo. Pero no le estás ni vejando ni maltratando. De hecho, el adolescente necesita contención. Límites. Saltárselos para volver a entrar en ellos. No los tienen, los padres de este tipo de chicos… podemos hacer muchas hipótesis, pero la realidad es que literalmente no hay contención, no hay límite. Entonces tenemos un problema gordo, claro.

¿Qué puede hacer el sistema educativo por los adolescentes que tienen problemas como los que explicas en el libro?
–Recuperar la autoridad. Mucho más que el contenido académico, el principal objetivo del sistema educativo para mí es volver a poner al profesor como ejemplo de autoridad, de firmeza y de amor. Cuando un chaval encuentra en el instituto a un verdadero maestro que controla su materia y que tiene firmeza y amor, encuentran un padre, un referente. Se calman de repente.

Son estos maestros a los que, cuando ven llegar a la clase, todos prestan atención. Y, ¿qué tienen? Que son auténticos, que no necesitan adoptar un rol, y que quieren a rabiar a sus alumnos, pero son firmes. Y ellos, los estudiantes, luego te lo dicen, que el mejor es ese profesor. Porque piden esta firmeza y esta autoridad. Porque si no eres firme ni autoritario, lo que les trasladas a los chicos es que te dan igual.

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El principal objetivo del sistema educativo para mí es volver a poner al profesor como ejemplo de autoridad, de firmeza y de amor

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¿Los padres pecan de ser blandos con los niños?
–Sí, porque tienen miedo a dañarles, a herirles, a que no les quieran, a la rabieta pública… entonces vamos por ahí dándole la piruleta a la niña para que no llore… En las tiendas de juguetes, los dependientes ven cómo los padres les compran muñecas a sus hijas para que se calmen y no se la monten. Entonces, sí, es un descontrol brutal, y al adolescente le viene peor, porque no se siente querido. Si tú me quieres me ayudas.

En querer también está el trazar límites, normas…
–Claro, igual que en una relación de pareja. Te quiero y por eso te digo oye, tío… No desde el control, sino desde el amor.

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