Opinión
El fin de curso viene acompañado de muchas emociones. Por un lado, la alegría de saber que llegan las vacaciones más largas de todo el año y que los días de playa, piscina y diversión van a ser los protagonistas. Por otro, la emoción de recibir las notas finales, donde se ve reflejado el trabajo realizado durante todos estos meses. No obstante, en muchos casos, las notas también acaban trayendo cierta decepción, ya que no todos los niños y niñas consiguen lograr los resultados académicos que esperaban y esto acaba provocando tristeza y convirtiéndose en un reto, tanto para los estudiantes como para sus familias.
Buena parte de las críticas que emiten los profesionales en activo que reciben formación del profesorado son razonables. Muchas de ellas tienen, además, cierto respaldo en evidencias científicas. Los docentes no solo necesitan información teórica actualizada y rigurosa para fundamentar su práctica educativa; precisan, además, de acompañamiento y colaboración para transferir esta información a procedimientos prácticos en aulas y realidades muy complejas. Es un desafío del que merece la pena reflexionar.
Decía Aristóteles que la política es el arte de las artes, porque de ella dependen todas las demás. Sin embargo, quizás deberíamos atrevernos a corregirlo: la verdadera raíz de todo arte, de toda ética pública, de toda posibilidad de justicia o belleza compartida, es la educación. Sin educación no hay política sana, ni economía justa, ni sociedad verdaderamente humana. Todo lo demás se tambalea si no hay educadores que sostengan, a fuego lento, el alma colectiva.
El próximo 16 de junio se celebra en nuestro país el Día de la Atención Temprana, que tiene como objetivo recordar la importancia de la misma en el desarrollo infantil, sobre todo, en niños desde 0 a 6 años que presentan ciertas dificultades de desarrollo.
La educación primaria no es solo el primer tramo del sistema educativo: es su piedra angular. En ella se asientan las competencias básicas, los hábitos de aprendizaje, las habilidades emocionales y las actitudes cívicas de millones de personas. Sin embargo, en España, el reconocimiento social y económico de quienes hacen posible esta etapa –los maestros de primaria– sigue siendo alarmantemente insuficiente. Pagar mal a quien más influye en la infancia es hipotecar el futuro emocional, mental y cultural de una sociedad.






