Las fake news entran en el aula

Por Adrián Cordellat

Las fake news son trending topic, tema absoluto del momento, materia de calado para noticias, reportajes, entrevistas y libros. Por algo fue elegida palabra inglesa del año en 2017 por el Diccionario de Oxford. A las fake news se las sitúan tras la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Y se sabe que a través de noticias falsas se ha intentado influir en la situación de Cataluña y en la campaña del brexit británico, por poner solo dos ejemplos.

El potencial de viralidad e influencia de las noticias falsas es tal que Emmanuel Macron, presidente de Francia, anunció a principios de año que presentará un proyecto de Ley para luchar contra las fake news. La primera ministra británica, Theresa May, anunció por su parte la creación de una agencia de seguridad nacional para combatir la desinformación provocada por éstas. En España, por su parte, según datos del Edelman Trust Barometer 2018, el 77% de los ciudadanos se muestran preocupados por los efectos de las fake news.

“Las fake news no son un invento de la era digital, la manipulación de la información ha sido utilizada desde la antigüedad. Lo preocupante de esta época es que el mundo digital potencia y acelera sus efectos”, reflexiona Salva Rodríguez Ojaos, pedagogo, asesor en innovación educativa y autor de La educación que deja huellas y no cicatrices (Ediciones DeFábula). Una aceleración en la que tienen mucho que ver las redes sociales por su capacidad de viralizar contenidos, pero también de generar lo que Sergio Andrés Cabello, profesor de Sociología de la Universidad de La Rioja y miembro del Comité de Sociología de la Educación de la Federación Española de Sociología (FES), denomina el “efecto espejo”: “accedemos solo a los contenidos que confirman nuestra visión de la realidad y en las redes sociales nos relacionamos generalmente con gente que piensa como nosotros, lo que hace que confiemos más en esas fuentes sin apenas contrastar o cuestionarnos la información”.

Escasa alfabetización mediática

El citado barómetro Edelman Trust deja entre sus resultados dos datos especialmente preocupantes. El 63% de los participantes en el estudio reconoce abiertamente que no saben distinguir el buen periodismo de los rumores o falsedades; en igual porcentaje, los encuestados opinan que el ciudadano español medio no está preparado para discernir entre una noticia real y una falsa. En este contexto, ¿puede jugar la escuela un papel decisivo para que las generaciones del futuro den la vuelta a esas estadísticas?

“Las fake news no son un invento de la era digital, la manipulación de la información ha sido utilizada desde la antigüedad. Lo preocupante de esta época es que el mundo digital potencia y acelera sus efectos”

 

“Tengo la impresión de que cada vez que aparece un problema social enseguida pensamos que la solución está en la escuela. Sin duda, la escuela debe jugar un papel esencial en este sentido. No obstante, la escuela podría solucionar el problema para los menores, pero no para el resto de los ciudadanos”, responde Rafael Feito Alonso, catedrático de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, que lamenta que el sobrecargado currículo educativo español no haya dejado cabida tradicionalmente a aspectos que se salgan de él, como pueden ser las fake news y, más concretamente, el análisis de prensa y de los medios de comunicación: “nuestro currículo no permite que el cerebro se relaje y se haga el tipo de preguntas que podrían cuestionar las falsas noticias”.

Su opinión la comparte Carlos Maciá-Barber, profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid e investigador de ética en los medios, que considera que “nunca” se ha formado “de modo adecuado” a la infancia y la juventud para saber “qué es un medio de comunicación, cómo funciona, qué intereses hay en la empresa informativa o cómo se decodifican las diferentes clases de mensajes periodísticos”. Un mal que considera “endémico” y cuyo resultado, afirma, es la ausencia de “alfabetización mediática” de la ciudadanía.

Aprender a gestionar la información

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Afirma Salva Rodríguez Ojaos que uno de los grandes retos de la escuela en el siglo XXI es enseñar a los alumnos y alumnas “a procesar y gestionar la gran cantidad de información” a la que se enfrentan a diario, un cambio de perspectiva que implica también un cambio en la función que tradicionalmente se ha atribuido a la escuela: “durante mucho tiempo la función de la escuela fue exclusivamente la de transmitir información. En la actualidad necesitamos que nuestros alumnos y alumnas aprendan a gestionarla”.

Un cambio que, según Carlos Maciá-Barber, entronca con el mandato constitucional de especial protección de la infancia y la juventud, también presente en la relación de niños y jóvenes con los medios por su mayor indefensión ante la amenaza que suponen las fake news. En ese sentido, para el docente universitario, si no protegemos a los menores ante la mentira, “éstos vivirán en la ignorancia y serán manipulados con facilidad”, de forma que “todos tenemos la obligación de contribuir a formar conciencias críticas ante cualquier información, proceda de donde proceda. Y las aulas son su entorno habitual”.

 

«Nunca se ha formado de modo adecuado a la infancia y la juventud para saber qué es un medio de comunicación, cómo funciona, qué intereses hay en la empresa informativa o cómo se decodifican las diferentes clases de mensajes periodísticos”

No en vano, como anuncia el propio Maciá-Barber, desde la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), con el apoyo de la Asociación de Universidades con Titulaciones en Información y Comunicación (ATIC), se está promoviendo una iniciativa que busca incluir como materia obligatoria en Secundaria este tipo de formación en el pacto educativo de Estado que actualmente se encuentra en fase de negociación. “Ojalá se materialice. Sería la primera piedra para que nuestros hijos y nietos estén mejor informados y sean mucho más libres que sus padres y sus abuelos”, afirma el investigador, que de esta forma señala también a las familias como base para educar ciudadanos críticos: “¿Están preparados padres y abuelos para ayudarles en esa tarea? No. Por eso, deberían arbitrarse talleres –en los propios centros educativos, por ejemplo-, para educarles de un modo similar. De lo contrario, la semilla que se plante y se cuide en la escuela acabará por marchitarse”.

Cómo y cuándo abordar las fake news en la escuela

En la actualidad el abordaje de las noticias y la reflexión sobre éstas en el aula parte más de iniciativas particulares de profesores o centros. En ese sentido, Rafael Feito Alonso pone el ejemplo de dos colegios públicos madrileños, La Navata (Galapagar) y El Trabenco (Leganés), en los que “los niños han de presentar a su clase, tanto al profesor como al resto de sus compañeros, noticias que mayoritariamente proceden de la prensa y que han de comentar conjuntamente”. Una práctica que se lleva a cabo con alumnos de segundo de primaria y que el profesor de la Universidad Complutense de Madrid entiende que debería ponerse en marcha desde “que el alumnado se desenvuelva con cierta solvencia en la lectura”.

newspaper-63189_1280Esta opinión la comparten el resto de expertos consultados. En ese sentido, Sergio Andrés Cabello matiza que el abordaje concreto de las fake news es “más determinante” en el caso de los estudiantes de Secundaria, ya que a estas edades “se generaliza la familiarización con las redes sociales”. No obstante, insiste en la necesidad de utilizar “herramientas y mecanismos adaptados a cada edad” para abordar la temática e integrarla en el currículo de manera transversal, “de forma que afecte al conjunto de la formación” y también incida en la “propia formación del profesorado”, cuya labor, según Feito Alonso, se torna “absolutamente indispensable” en este nuevo contexto.

¿Y cómo abordar el tema en el aula? Para Carlos Maciá-Barber “enseñar a hacer es el mejor camino”, por lo que anima a los profesores a valerse de casos de actualidad para llevar las fake news al ámbito escolar: “por desgracia sobran casos reales que muestran cómo la noticia falsa campea a sus anchas y las funestas consecuencias que provoca. Esos ejemplos cotidianos, que entran fácilmente por los ojos, pueden comprenderse. Y es muy ilustrativo trabajar ejemplos concretos: detectar los errores, contrastar la información y descubrir la verdad. Eso convence al niño de la utilidad de esa acción y crea un hábito en él”.

«Todos tenemos la obligación de contribuir a formar conciencias críticas ante cualquier información, proceda de donde proceda»

 

Actividades todas ellas que según Salva Rodríguez deben ir encaminadas a potenciar el espíritu crítico de los alumnos, a hacerles ver la importancia de cuestionarse la información que recibimos: “es necesario emplear metodologías que no tengan a los alumnos y alumnas como sujetos pasivos del aprendizaje, sino como creadores responsables de su conocimiento. De esta forma aprenderán a no aceptar nada sin contrastarlo, sin cuestionárselo, a dejar de lado los prejuicios y a basar sus opiniones en datos sólidos”.

Como concluye Maciá-Barber parafraseando uno de los eslóganes más emblemáticos del periodismo norteamericano, la idea es inculcar la desconfianza que se presupone a todo buen periodista en los ciudadanos del mañana: “Si tu madre te dice que te quiere, compruébalo”.

Italia y Suecia ya luchan contra las fake news desde el aula

El pasado 31 de octubre entró en vigor en 8.000 escuelas secundarias de Italia la iniciativa Basta Bufale, encabezada por el Ministerio de Educación y la presidenta de la cámara baja del parlamento italiano, Laura Boldrini. “Las noticias falsas son gotas de veneno en nuestra dieta web diaria y terminamos infectados sin siquiera darnos cuenta. Lo correcto es darles a los niños la posibilidad de defenderse de las mentiras», afirmaba la política en declaraciones a The New York Times. La iniciativa, llevada a cabo en cooperación con compañías digitales líderes como Facebook o Google, fuentes informativas para muchos jóvenes italianos, busca preparar a los adolescentes para discernir la realidad de las noticias falsas a través de una serie de mandamientos que bien podrían formar parte de un manual de estilo periodístico: no compartir noticias sin contrastar, hacer uso de Internet para verificarlas o buscar siempre las fuentes y las pruebas de la información.

Suecia, por su parte, aplicará cambios en el currículo educativo a mediados de este año. Unos cambios en los que el desarrollo de un pensamiento crítico ocupará un lugar destacado. Así lo confirmaba el ministro de Educación Gustav Fridolin en declaraciones al periódico sueco The Local. «Ha habido cierta ingenuidad al hablar de la sociedad de la información porque se ha generalizado la idea de que todo el conocimiento está a solo un clic de distancia y que no necesitamos saber todo lo que necesitábamos antes cuando es exactamente todo lo contrario: necesitamos conocimientos básicos de lectura, escritura y aritmética básica para que no puedan engañarnos», explicaba.

«Las noticias falsas son gotas de veneno en nuestra dieta web diaria y terminamos infectados sin siquiera darnos cuenta. Lo correcto es darles a los niños la posibilidad de defenderse de las mentiras»

 

Para Sergio Andrés Cabello se trata de dos iniciativas “muy interesantes y necesarias” enfocadas desde el punto de vista de la función de la escuela y la educación “en la formación de ciudadanos críticos, de personas que sepan buscar y acceder a las fuentes de información, que sean capaces de cuestionar y contrastar las mismas, de ver las diferentes visiones de un fenómeno”. No obstante, matiza que este tipo de medidas, para tener verdadero éxito, deberían encajarse “dentro de un proceso más global de formación de ciudadanos críticos”.

Una percepción que comparte Carlos Maciá-Barber (“La educación es la esencia para resolver todos los males que asolan el mundo y para solventar toda clase de problemas”), que también insiste en la necesidad de acompañar estos proyectos educativos “de otras medidas políticas y sociales de control y coerción que coadyuven a remediar la lacra de las noticias falsas”. Al respecto, por último, apunta a que el problema es que por lo general no existe apoyo, ni medios materiales, ni presupuesto para desarrollar esas otras medidas: “Algunas iniciativas de asociaciones de periodistas o de ciertos medios tratan de acercar la prensa a la escuela. Eso está muy bien, pero apenas cubren los canales en los que se vierte con mayor facilidad la mentira: los medios audiovisuales y las redes sociales. Sin un decidido apoyo de las principales instituciones políticas y educativas es tarea heroica lograrlo. Pero hay que empeñarse, cueste lo que cueste”.

 

Cine: El buen maestro, teoría y práctica de la reforma educativa

Se estrena un film que aborda con realismo los desafíos cotidianos que debe afrontar. François Foucault es profesor de Lengua en un prestigioso y céntrico instituto de París. Soltero e hijo de un escritor también profesor, exige mucho en sus clases. No deja pasar una a los alumnos, y considera que los centros educativos de la periferia no funcionan por la escasa experiencia de sus docentes, que no saben ejercer su autoridad. Una opinión en tal sentido, deslizada en una reunión social, propicia la propuesta ministerial de pasar un año en un instituto del extrarradio para que elabore un informe que permita mejorar la situación. A regañadientes, pero atrapado en sus propias palabras, no tiene más remedio que aceptar el traslado. Descubrirá que el alumnado, compuesto en su mayor parte por inmigrantes con situaciones familiares complejas, es difícil de manejar. Y tendrá que hacerse cargo de los desafíos que afrontan a diario sus colegas profesores.
Debut en el largometraje de Olivier Ayache-Vidal, encuadrable en el subgénero del drama en las aulas, los esfuerzos de los maestros por dar una buena Educación, y lo que cuesta que los estudiantes se den cuenta de que vale la pena hincar los codos y prepararse para el futuro. La cinta se sigue con agrado, y del algún modo busca un equilibrio, el justo medio entre el profesor Foucault –el veterano Denis Podalydès–, que a sus dotes pedagógicas debe incorporar un mejor conocimiento del mundo real y una mayor humanidad en el trato con sus alumnos, y uno de sus alumnos más rebeldes, Seydou –el pequeño debutante Abdoulaye Diallo–, que es espabilado, pero debe encontrar sus propias razones para darse cuenta de que merece la pena estudiar y labrarse un futuro. El acercamiento entre ambas posiciones, con herramientas como la lectura de Los miserables de Victor Hugo, podría ocurrir, tal vez, al final del año escolar.
La cinta contiene muchas de las clásicas escenas de rebeldías y gamberradas de los alumnos, junto a otras de lograda motivación. El símbolo de la pecera –el pez grande que renuncia a atrapar a los chicos porque siempre se topa con un cristal, incluso cuando ya le han retirado el obstáculo que le separa de ellos– resulta harto elocuente, acerca de cómo tirar la toalla, por parte del profesor o del alumno, es la peor elección, merece la pena intentar mejorar las cosas cada día con nuevo afán.
Aunque las cuestiones planteadas revisten gran interés, sin embargo, se nota la bisoñez del director y guionista, que no logra la completa cohesión y la necesaria gradualidad en la evolución de los dos personajes principales, Foucault y Seydou. Así, la idea de la reforma educativa casi desaparece, ante la realidad del día a día. Además, quedan desdibujados el resto de los alumnos, o la familia de Seydou. También la subtrama del conato de romance entre Foucault y una compañera, que sale con un tercer profesor, resulta algo insulsa, incluido el retrato algo tosco de dicho profesor, tanto en su actitud pesimista con los alumnos, como con lo que parece un ataque de celos que se resiste a ser exteriorizado.
Pero el conjunto invita, como mínimo, a la reflexión sobre un sistema educativo que al ser algo vivo, debe ser mejorado durante todo el tiempo.

Las apuestas on line; una nueva adicción de los jóvenes

Por Terry Gragera
“Los datos son muy preocupantes”, advierte el psiquiatra José Luis Rabadán, especialista en adicciones y miembro de la Comisión Permanente de UNAD, una red de atención a las adicciones que agrupa a unas 250 organizaciones de todo el territorio nacional. Y es que según la última Encuesta sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES 2016-17) a los 14 años el 5,3% de los adolescentes ha apostado dinero en el juego online. A los 15, el porcentaje se eleva hasta el 6,7% y a los 18, a un 8,6%.

Son cifras “conservadoras”, según los expertos, aunque oficiales, que podrían mostrar simplemente la punta del iceberg de un problema que está creciendo entre la población infantil y adolescente con mucha rapidez. Los jóvenes apuestan sobre resultados de sus equipos de fútbol, pero también sobre cualquier otro deporte u otra circunstancia como cuántos saltos dará determinado cantante al subir al escenario. Todo es “apostable”.

 

«Según la última Encuesta sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES 2016-17) a los 14 años el 5,3% de los adolescentes ha apostado dinero en el juego online. A los 15, el porcentaje se eleva hasta el 6,7% y a los 18, a un 8,6%»

Por qué es tan adictivo

El juego online y especialmente las apuestas deportivas por Internet resultan muy atractivas y tienen un gran poder adictivo por las siguiente causas:
-Garantizan el anonimato: Es posible jugar desde cualquier ordenador o desde cualquier teléfono, sin que nadie te vea, como sí ocurre en otros juegos de azar como las máquinas tragaperras, “facilitando una sensación falsa de libertad”, como destaca el experto. Es cierto que para acceder es necesario facilitar un DNI de un adulto, pero la realidad es que muchos menores utilizan el de sus hermanos mayores o el de sus padres para poder apostar o jugar.

-Ganancias inmediatas: “Es mucho más probable que haya una adicción cuando la cifra apostada se acerca a la cifra conseguida en el premio”, explica el Dr. Rabadán. “Por ejemplo, en la Lotería Nacional, los 20 euros que se apuestan por décimo están muy lejos de la cuantía del número ganador. Sin embargo, en el juego online el 95% de lo que se ingresa es repartido en premios, por lo que la posibilidad de recibir un premio es muy alta. Está demostrado que el que juega mucho siempre pierde, pero este tipo de juegos ofrece una recompensa inmediata que favorece la adicción”.

-Cualquier cantidad sirve: Un euro, dos euros… se pueden apostar mínimas cantidades de dinero. La paga de la semana o del mes puede ser empleada para este fin, aunque cuando hay un problema de juego las deudas se multiplican.

 

-Presencia mediática constante: Los salones de apuestas están proliferando en las ciudades, pero, además, muchos locales de restauración cuentan con ordenadores para poder apostar. Por otro lado, el bombardeo constante de la publicidad de apuestas online, con la presencia de personajes y deportistas muy conocidos, hace que se tenga una mayor tolerancia social hacia ellas.

 

Signos de alarma

“El que un niño haya jugado alguna vez no lo convierte en un adicto ni provoca que vaya a desarrollar un trastorno adictivo futuro”, tranquiliza el Dr. Rabadán, que añade que las adicciones se dan en personas más vulnerables, «como las que tienen escasas habilidades sociales o son poco tolerantes a la frustración”.

 

«Está demostrado que el que juega mucho siempre pierde, pero este tipo de juegos ofrece una recompensa inmediata que favorece la adicción»

Hay algunas señales de alarma que pueden indicar a los padres que su hijo tiene problemas con el juego online, como el aislamiento social, el cambio en el rendimiento escolar, la modificación de conducta, las interferencias en su vida cotidiana y la pérdida de control e incapacidad para dejar de jugar aunque conozca los aspectos negativos del juego. “Muchos padres se enteran del problema cuando ven que hay un ‘agujero’ en su tarjeta de crédito”, expone.
“Si los padres observan que su hijo ha comenzado a jugar online pueden acudir a una organización que trabaje en este tema para informarse, conocer los programas de prevención y tratar de ponerse al día en las nuevas tecnologías: podemos ir un paso atrás de nuestros hijos en ese terreno, pero no veinte”. En el caso de que el niño o el adolescente presente ya un problema más serio con el juego “es innegociable ponerlo en tratamiento”, aconseja por último.

Patrullas verdes para ahorrar energía en el colegio

Por Adrián Cordellat

A principios de los años ’90, en Alemania, diferentes colegios se sumaron a una iniciativa educativa pionera conocida como 50/50, que buscaba promover el ahorro y la eficiencia energética desde las escuelas implicando en la tarea a los alumnos. Aquel proyecto prendió como la pólvora por Europa hasta llegar a España en 2012 a través del Ayuntamiento de Rubí, que la implantó en todos sus centros escolares. Hoy el proyecto está instaurado en muchos colegios de España, que tienen entre sus filas a patrullas verdes de alumnos dispuestas a aprovechar hasta el último céntimo invertido en energía.

Uno de esos colegios es el CEIP Pi i Margall de Madrid, que decidió sumarse al proyecto a petición del Ayuntamiento de la capital y en vista del gasto que cada mes tenían que afrontar en consumos energéticos, tanto en electricidad como en calefacción y agua. La instauración del proyecto, como reconoce su jefe de estudios, Alberto Fernández, supuso una reorganización general del colegio. También un cambio en el proyecto educativo, ya que la iniciativa 50/50 “lleva implícita una dedicación muy grande de tiempo en el currículo, sobre todo en las asignaturas de ciencias naturales y de ciencias sociales”.

Una percepción que corrobora Laura Ramos, responsable de marketing y comunicación de la empresa sin ánimo de lucro Ecooo, que se encuentra detrás de la implantación de la iniciativa 50/50 en España. “El ahorro energético es un tema totalmente transversal en el currículo y nos encanta ver cómo los profesores de los centros están integrando el proyecto en su actividad curricular. Al final el ahorro y la eficiencia puede tocar tantas materias que se acaba convirtiendo en un proyecto global del centro”.

Patrullas verdes

La metodología del proyecto busca la colaboración de todos los agentes implicados en una comunidad educativa, desde profesores, hasta personal no docente, pasando por los alumnos y los padres y madres. Para ello, para garantizar esa colaboración, se crean en las escuelas equipos energéticos, a los que se forma y se les ofrecen pautas y pequeños trucos para el ahorro de energía y agua. “Estos equipos, que suelen estar encabezados por los niños, se encargan de controlar, medir la temperatura, ver gastos, facturas y desarrollar medidas de ahorro y eficiencia energética”, afirma Laura Ramos.

 

“El ahorro energético es un tema totalmente transversal en el currículo y nos encanta ver cómo los profesores de los centros están integrando el proyecto en su actividad curricular»

En el Colegio Pi i Margall las charlas y talleres para concienciar a profesores y alumnos se completaron con la creación de lo que han llamado Patrullas verdes, que son patrullas formadas por alumnos que, según explica Alberto Fernández, “se encargan de ir cerrando grifos que se quedan abiertos y apagar luces y ordenadores cuando no se están utilizando”. Las patrullas van cambiando cada semana, para de esta forma implicar a todos los niños en el proyecto, algo que resulta fundamental para el éxito del mismo.

¿Y qué aprenden los niños con este proyecto? ¿Qué les aporta el proyecto 50/50? “Para mí lo más importante es que todo lo que están aprendiendo se lo llevan a casa. Así nos lo transmiten los padres. Al final están adquiriendo unos conceptos que luego pueden aplicar en su vida”, reflexiona el jefe de estudios.

Una opinión que comparte la portavoz de Ecooo (“eso es lo bonito del proyecto, que acaba impactando en el ahorro energético doméstico”), que asegura que los niños, que por regla general no suelen saber lo que nos gastamos en energía, “se quedan asombrados cuando conocen las cifras”. Reducirlas, saber que eso está en sus manos, que pueden ayudar aportando ideas y soluciones, supone un reto para ellos que, según Laura Ramos, “se sienten como pequeños héroes” al ver cómo van consiguiendo los objetivos.

Un ahorro que revierte en todos

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Desde Ecooo, en los colegios participantes en el proyecto, se hace un seguimiento mensual del ahorro, que se evalúa de forma definitiva a final de año. De ese ahorro, el 50% se reinvierte en la adopción de nuevas medidas de ahorro y eficiencia energética en el cole. El destino otorgado al otro 50% lo deciden los miembros de la comunidad educativa. De ahí el nombre del proyecto.

El Ayuntamiento de Rubí, en el marco de la iniciativa “Rubí Brilla”, comenzó a aplicar el proyecto 50/50 en el curso 2012/2013. Durante el mismo, las doce escuelas del municipio, todas ellas implicadas en el proyecto, consiguieron ahorrar un 13% del consumo energético respecto al curso anterior, lo que traducido en dinero contante y sonante supuso más de 57.000 euros. Desde el año 2012 hasta la actualidad han alcanzado un ahorro acumulado de más de 300.000 euros gracias a la aplicación de la metodología propuesta por el proyecto 50/50.

«Lo más importante del proyecto es que todo lo que están aprendiendo los niños se lo llevan a casa. Así nos lo transmiten los padres. Al final están adquiriendo unos conceptos que luego pueden aplicar en su vida”

 

Este es el ejemplo más paradigmático del éxito de la iniciativa, ya que engloba a muchos colegios. Sin embargo, los colegios pequeños también recogen sus frutos. El ejemplo es el CEIP Pi i Margall, que el curso pasado consiguió ahorrar 1.600€ en las facturas energéticas. “El 50% de ese ahorro lo hemos destinado a mejoras energéticas en el colegio, como la instalación de luces LED y de algunos grifos de pulsador. El otro 50% los alumnos decidieron invertirlo en unas excursiones a la naturaleza y en una salida de tres días al Aula de la Naturaleza de Cercedilla”, explica Alberto Fernández.

Y lo bueno es que una vez implicados en el programa, las ideas para seguir ahorrando no cesan. Así en el colegio Pi i Margall ya están esperando a conocer el ahorro de este año para invertir parte de ese dinero en acabar de instalar grifos de pulsador en todos los baños. Y también, dadas las circunstancias del centro, que comparte edificio con una escuela infantil, están estudiando la forma de seguir ahorrando. “La escuela infantil tiene más días lectivos y el problema es que al encender la calefacción para la escuela infantil, se enciende la de todo el colegio. Ahora estamos luchando para cambiar eso, para que se desvinculen las calefacciones, porque de esa forma tendríamos un ahorro enorme”, concluye el jefe de estudios del CEIP madrileño.

El taller de escritura: vida, literatura y nihilismo juvenil

Se estrena en las salas españolas El taller de escritura, una película que habla de las motivaciones de la juventud actual.

Pablo de Santiago
El marco en que narra la historia el director francés Laurent Contet es esplendoroso pues a priori nada podría ser tan idílico como disfrutar de un curso de verano a orillas del mar, concretamente en la soleada localidad de La Ciotat, en la Provenza francesa. Allí un grupo de jóvenes se da cita cada día para asistir a un taller literario. La intención es escribir una novela coral, que posteriormente será publicada. El taller está dirigido por una conocida novelista, Olivia Dejazet, que modera las ideas y alienta la creatividad de los participantes, entre los que hay, lógicamente algunos más motivados que otros.
Laurent Cantet (La clase, Regreso a Ítaca) es uno de esos cineastas a quien seducen las historias reales, humanas, que hablen de nuestras actitudes, de las ideas que nos configuran, de la educación y las motivaciones, de conflictos personales y sociales. En este caso, un curso veraniego de escritura le sirve al director para sacar a la superficie algunas características de la juventud de hoy, como su propensión al enfrentamiento, su violencia latente, los problemas de racismo a raíz de la radicalización islámica, la cultura de los videojuegos. Pero sobre todo hay un foco hacia lo que mueve a la juventud (o, mejor, a lo que no la mueve), pues los más sensibles e inteligentes acusan un tremendo nihilismo, una desidia vital que, más allá de hacerles perder el tiempo e impedirles ver un horizonte con sentido, puede ser también un peligroso terreno hacia la destrucción.
Por supuesto, en El taller de escritura entra de alguna manera la catarsis que pude significar escribir, exteriorizar los propios fantasmas por medio de la creatividad. Verter las experiencias y los sentimientos en un papel puede ser un inmejorable medio para llegar a conocerse, para comprenderse y emprender la marcha. Todo esto lo cuenta Cantet casi de puntillas, poco a poco, pero con realista perfección. Por supuesto, la literatura es ficción, pero puede y debe hablar de cosas muy reales, de gente de verdad, algo que en este film aprenden tanto los alumnos como la propia profesora, maravillosa y sobriamente interpretada por Marina Foïs.
En este film no es fácil definir dónde acaba la labor del guionista (en colaboración con Robin Campillo) y empieza la del director, pues Cantet amalgama su relato ajustadamente, ningún plano o escena, parecen incluidos a la ligera, todos cuentan algo y retratan a sus personajes, sobre todo al taciturno protagonista, Antoine, de una verosimilitud que asusta, notablemente interpretado por el debutante Matthieu Lucci. Film inteligente, sutil y anti superficial, de trama sencilla pero de potente carga antropológica, donde la narración se vierte de modo pausado, natural, plena de cotidianidad.

La ficha
Título original: L’atelier
Año: 2017
País: Francia
Género: Drama
Duración 114 minutos
Dirección: Laurent Cantet
Guión: Laurent Cantet, Robin Campillo
Intérpretes: Marina Foïs, Matthieu Lucci, Florian Beaujean, Mamadou Doumbia, Mélissa Guilbert, Warda Rammach, Julien Souve, Issam Talbi

Las claves del film
El director Laurent Cantet explica su visión de la historia, de los personajes y de sus conflictos.
Los orígenes. Todo empezó con un reportaje realizado en 1999 para France 3 en el que había colaborado Robin Campillo, mi coguionista, cuando era montador para televisión. Una novelista inglesa dirigía un taller de escritura en La Ciotat. Era una idea de «Mission Locale» para que una decena de jóvenes escribieran juntos una novela con la única condición de que transcurriera en la ciudad. Abandonamos el proyecto. Decidí desempolvarlo diecisiete años después, convencido de que esta historia obrera equivalía a la prehistoria para los jóvenes actuales.
La película plasma la mutación radical de una sociedad, de una cultura que, empujada por crisis económicas y políticas, ya no se acuerda del mundo tal como era y tal como les gustaría seguir viéndolo a «los viejos». Los jóvenes del taller de escritura dejan claro que no quieren pertenecer a una historia que ya no puede ser la suya. Se enfrentan a problemas totalmente diferentes. Deben encontrar un lugar en un mundo que no les tiene en cuenta, sienten que no controlan lo que pasa a su alrededor, ni siquiera su vida. Están frente a una sociedad violenta, desgarrada por apuestas sociales y políticas de lo más inquietante: precariedad, terrorismo, ascenso de la extrema derecha.
La idea del taller. Con este taller, no solo deseaba mostrar el recorrido hacia la escritura, sino sobre todo el difícil esfuerzo que representa pensar conjuntamente y ponerse de acuerdo. Es decir, una dinámica de trabajo con tensiones, callejones sin salida, compromisos y soluciones intermedias.
Me interesa mucho ver que la educación siempre acaba siendo una especie de formateo, de orientación que lleva a los que se forman a interesarse por cosas que no les conciernen directamente. No digo que no sea tan inevitable como eficaz, pero me parece importante que las personas encargadas de la educación sean conscientes de lo que pasa. De hecho, es lo que Antoine, el personaje central de la película, le reprocha a Olivia: ha venido de París con una idea preconcebida de lo que deben escribir.
Sobre Marina Foïs. Primero pensé en recurrir a una actriz extranjera, como la novelista que dirigió el primer taller hace años. Lo interesante de esa opción era magnificar la distancia entre dos mundos que se miran. Pero renuncié porque el personaje de la escritora debía hablar muy bien francés para poder responder a los comentarios de los jóvenes.
Escogí a Marina Foïs porque estaba convencido de que sabría hacerse cargo de la separación, que tenía la elocuencia necesaria para imponerse y que era capaz de hacer todo eso con ligereza, sin gravedad, algo que me parecía indispensable. Es la única actriz profesional entre los personajes principales. Se sumió totalmente en el papel durante el rodaje; aprovechaba las pausas para pedir a los jóvenes que le hablaran de sus experiencias, para preguntarles qué pensaban sobre ciertos temas, pero también contestaba a todas las preguntas que le hacían. Los jóvenes tenían hacia ella un doble sentimiento: la cercanía que se crea en un rodaje debido a la proximidad, pero también un cierto respeto porque la conocían como actriz y porque representa un cine que les gusta.
Palabras e ideas. Si creemos que los jóvenes ya no saben hablar, es porque no les damos la oportunidad de expresarse. Para mí, esta era la apuesta de hacer una película con ellos. Durante los ensayos, me quedé atónito ante la densidad de los intercambios, la capacidad de encontrar palabras para defender sus ideas y también el placer que sentían al jugar con los diferentes niveles del idioma.
El taller de escritura no es un drama en torno a la fragilidad lingüística. El fallo reside más bien en la ideología. Cuando Antoine intenta explicar alguna cosa, se contradice, es confuso. Olivia también se contradice, pero lo hace con brillantez porque va mejor armada ideológicamente. Hay una violencia que genera ganas de plantar cara. No cabe duda de que es una de las preguntas a las que urge contestar: ¿cómo encontrar un terreno de juego común?
Juventud actual. Quizá suene un poco banal, pero creo que el aburrimiento es la fuente de muchos de los problemas de esta generación, sobre todo si se asocia con la ausencia de perspectivas. Tengo la sensación de que cada vez hay más jóvenes convencidos de que su destino está escrito y no coincide con sus esperanzas. Además, ¿cómo puede uno conservar el entusiasmo, la energía necesaria para controlar su vida? Es más, ¿para qué intentarlo si se les repite todo el santo día que, pase lo que pase, no saldremos de esta?

Programa PRIRES: Educar en las redes sociales… con las redes

Por Javier Peris

Seguramente se trata del tópico educativo más repetido por padres, profesores y especialistas… y también al que menos caso se hace. El impacto en los menores de Internet, y concretamente de las redes sociales, es juzgado por todos de enorme, hasta el punto de afirmarse que “en la Educación ya nada será como antes”. Se atribuye a las redes -con razón- maravillosas virtudes, y se les señala -también con razón- por sus variados y elevados riesgos. El acento se suele poner en esto último, y por eso no es raro que muchos centros escolares se enfrenten a este fenómeno sólo con amedrentadoras charlas de guardias civiles especializados en delitos cibernéticos.

 

El uso de las redes sociales está enormemente extendido entre los menores en edad escolar y, sin embargo, pocas son las escuelas que les dedican un somero plan para ayudar a sus alumnos y alumnas a discernir los buenos y los malos usos de su smartphone.

 

José María Avilés, doctor en Psicología en la Universidad de Valladolid, no ha sido el único en detectar esta carencia, pero sí de los primeros en desarrollar un minucioso programa para ayudar a los centros a enseñar a sus alumnos a relacionarse en la Red: “Este programa es completamente novedoso por los contenidos prácticos y sus múltiples enfoques y aplicaciones”.
Es lo primero que destaca Avilés sobre su propuesta: “Es práctica, diseñada para aplicarse paso a paso, sesión por sesión, y adaptada a la experiencia y a los recursos de cada centro”. Y tiene nombre: Programa Preventivo PRIRES, que su autor describe en el libro Educar en las redes sociales (Desclée de Brouwer, 2018). Un volumen grueso pero no por el exceso de teorías o declaraciones de intenciones. Contiene decenas de ideas para talleres y debates que conciernen prácticamente a todos las acciones, percepciones y emociones relacionadas con el uso del móvil.

 

«No es raro que muchos centros escolares se enfrenten al fenómeno de las redes sociales sólo con amedrentadoras charlas de guardias civiles especializados en delitos cibernéticos»

Hay un predominio del discurso de la seguridad, de fijarse sólo en los peligros de las redes. Y se trata de una estrategia equivocada, porque se queda en la mera información, y resulta tan inútil como decir a los fumadores que el tabaco mata”, señala Avilés. La propuesta de este experto en psicología adolescente es mucho más ambiciosa: “El joven debe interiorizar los motivos por los que unas acciones son buenas y otras no; y eso sólo se consigue si se trabajan las emociones y los valores, de forma que el alumno descubra por sí mismo una coherencia moral”.

Para el profesor Avilés lo importante es el por qué y el para qué, no el cómo: “Nos interesa lo que pasa antes de apretar el botón”. Por eso no da importancia a la brecha digital generacional entre maestros y alumnos: “No se trata de un tema técnico –insiste– sino de ayudar a los jóvenes para que se autorregulen y tomen las decisiones adecuadas”. Y lo que ayuda a conformar ese marco previo a las decisiones son “valores y principios como los derechos de los otros, la capacidad empática, la asertividad…”.

 

Plan de acción tutorial

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Son objetivos que no se pueden improvisar ni sus contenidos deben arrinconarse como residuales o prescindibles: “La educación en las redes sociales debe formar parte del Plan de Acción Tutorial, y aplicarse de manera trasversal junto al aprendizaje reglado. Este programa implica, como toda actividad tutorial, a padres, profesores y alumnos”. Los primeros, por ejemplo, deben preguntarse por qué compran a su hijo un móvil a una determinada edad: “Probablemente -apunta Avilés- no ha sido una decisión basada en criterios educativos, aunque sea evidente que supone para el menor la apertura a contenidos y lugares maravillosos y que pondrán a prueba la madurez de sus hijos. Pero desgraciadamente se debe a motivos más prosaicos, como que ‘ya lo tienen todos’; pues bien, es importante que los padres sean conscientes de ello… y asuman su responsabilidad y el acompañamiento que conlleva”.

El profesor Avilés describe así el esquema general del proceso: “Buscamos que el menor reflexione, en primer lugar, individualmente, ayudándole a ser consciente de las emociones y principios que rigen su relación con el dispositivo. Después extendemos estas reflexiones al grupo para que todos contrasten, debatan, se pregunten, se cuestionen”.

 

“Hay un predominio del discurso de la seguridad, de fijarse sólo en los peligros de las redes. Y se trata de una estrategia equivocada, porque se queda en la mera información, y resulta tan inútil como decir a los fumadores que el tabaco mata»

El programa de Educar en las redes sociales pretende que se saquen conclusiones asertivas y compartidas por todos y, a partir de aquí, el cuarto y último paso es el acuerdo: “Un compromiso, un acuerdo, un consenso sobre cómo afecta a mi vida diaria mi presencia en las redes; compromiso que incluye tanto actitudes básicas como juicios morales”.

Para la mayoría seguramente será la primera vez que se planteen que existe un vínculo entre el móvil y sus emociones; que su uso tiene consecuencias.

En verano, ¿deberes o desconexión total?

Por Adrián Cordellat

De la misma forma en que cada mes de septiembre, con el inicio del curso, se retoma el debate sobre la conveniencia o no de que los niños tengan deberes, con la llegada del verano y del calor se avivan las llamas de otro tema educativo sumamente polarizado: ¿deben tener los niños deberes para el verano o, por el contrario, deben disfrutar al 100% del tiempo libre?

 

Para Pedro José Caballero, presidente de la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos (Concapa), los deberes, “siempre que sean coordinados con los profesores, acordes al nivel educativo del niño, y más o menos consensuados, son necesarios en verano”, ya que en su opinión las vacaciones estivales son largas y en ellas “hay tiempo para todo, no solo para el ocio”. En ese sentido, entiende que en el caso de niños de Infantil y Primaria ese tiempo para deberes debe oscilar entre los 30 y los 45 minutos al día. Un tiempo que se podría alargar hasta la hora y media en el caso de alumnos de ESO y Bachillerato.

 

No comparte esa opinión Catherine L’Ecuyer, investigadora y divulgadora de temas educativos y autora del best seller Educar en el asombro, para la que “en Infantil, que es la etapa del juego desestructurado, no del aprendizaje formal, nunca tiene sentido hacer deberes en verano, ya que ni siquiera tiene sentido hacerlos durante el año escolar”. Opina L’Ecuyer que en el caso de alumnos de Primaria y Secundaria estos refuerzos podrían tener sentido “si el niño tiene alguna dificultad objetiva” como forma de “ayudarle a recuperar la autoestima perdida como consecuencia de siempre ir atrás de los demás niños”.

 

Pedro José Caballero: «Las vacaciones estivales son largas y en ellas hay tiempo para todo, no solo para el ocio”

¿Se pierde el hábito de estudio?

 

Uno de los argumentos más utilizados por los partidarios de los deberes durante las vacaciones de verano es el que se refiere a la necesidad de no perder el hábito de estudio consolidado durante los nueve meses del curso. “Intentamos buscar la calidad educativa y eso pasa en periodos largos de vacaciones por tener una continuidad con lo que se ha hecho durante el curso; si no se crea una brecha que después cuesta cerrar”, reflexiona Pedro José Caballero.

 

“El argumento del hábito es absurdo”, responde por su parte Catherine L’Ecuyer, que se pregunta de moto retórico si se hace trabajar a los profesores en verano para que no pierdan el hábito de dar clases. “Las cosas se hacen porque “tienen sentido”. Cuando tiene sentido hacer deberes se hacen y cuando no lo tiene no se hacen”, explica la experta, que argumenta que el colegio “no puede ocupar todo el tiempo de la vida del niño”.

 

L’Ecuyer: «En Infantil, que es la etapa del juego desestructurado, no del aprendizaje formal, nunca tiene sentido hacer deberes en verano, ya que ni siquiera tiene sentido hacerlos durante el año escolar”

 

¿Qué hacer en verano?

 

Desde Concapa pretenden que los tiempos muertos del verano constituyan “una forma alternativa de compensar la ausencia de clases”. En ese sentido, dentro del concepto de “deberes de verano” entrarían los libros de vacaciones, los talleres educativos, el teatro y “todo aquello que es ocio alternativo, responsable y educador”. Pero, sobre todas las cosas, estaría la lectura comprensiva, que es la principal apuesta de la confederación por los deberes veraniegos: “hemos comprobado en muchos centros que hay una ausencia total de lectura comprensiva que luego se refleja en los exámenes, en las faltas de ortografía, en la forma de escribir y de expresarse de los niños”, afirma su presidente.

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También la lectura se incluye en el listado de actividades veraniegas de Catherine L’Ecuyer, que a esa recomendación une la apuesta por la naturaleza en detrimento de los parques temáticos, por la realidad en contraposición a las pantallas, y por lo que ella denomina “menos montaje y más tiempo en familia”, ya que en su opinión durante las vacaciones nos invade una necesidad de actividad exagerada que hace que volvamos de ellas agotados y sin haber tenido tiempos de intimidad con nuestros hijos.

 

“El verano es un tiempo para descubrir, no para llenar casillas en una libreta. En ese sentido, lo que sí sería una verdadera lástima es que los niños acaben las vacaciones sin haber pisado un charco, contado las estrellas, subido un árbol, adivinado las formas que hacen las nubes, sin haber enterrado las piernas en el arena de la playa, sin haber escuchado el agua correr en un río… Y todas esas cosas las tienen que hacer con sus padres, con sus hermanos”, ejemplifica L’Ecuyer, que abogar por dejar de obsesionarse con la dimensión cognitiva del alumno e “invertir más tiempo en hacer que los niños se sientan amados incondicionalmente” a través del regalo de lo que, según ella, son los tres bienes más preciados que tenemos: “nuestro tiempo, nuestra atención y nuestra ternura. Esa la mejor escuela de verano a la que pueden asistir nuestros hijos”.

 

La responsabilidad de los padres

 

Y en todo este debate sobre deberes en verano sí o no, ¿qué responsabilidad tienen los padres? Porque como afirman los defensores de los deberes, no es de extrañar que ante la ausencia de éstos los niños acaben pasando horas y horas del verano sentados frente a la pantalla del televisor. “Tenemos toda la responsabilidad. Nosotros somos los primeros educadores de nuestros hijos. Si como padres no nos preocupamos por su educación, también en verano, malamente vamos a ayudarles”, explica Pedro José Cabellero.

 

L’Ecuyer: «El verano es un tiempo para descubrir, no para llenar casillas en una libreta. En ese sentido, lo que sí sería una verdadera lástima es que los niños acaben las vacaciones sin haber pisado un charco, contado las estrellas, subido un árbol, adivinado las formas que hacen las nubes, sin haber enterrado las piernas en el arena de la playa, sin haber escuchado el agua correr en un río…»

 

En la misma línea se pronuncia Catherine L’Ecuyer, que cita a Maria Montessori y a su concepto de “entorno preparado”: “Si el entorno que tenemos preparado para nuestros hijos está lleno de pantallas y no hay alternativas más interesantes, pues acabarán allí, sin duda. Y nosotros nos acabaremos convirtiendo en policías: “ahora no”, “solo 10 minutos más”, “deja la Play y ven a comer””. En ese sentido, la autora de Educar en el asombro concluye que “los mejores deberes que puede poner un colegio son para los padres, no para los niños”.