De madres helicópteros a padres bandiblup

Los padres hiperprotectores viven en continua tensión: están obsesionados con la salud y la felicidad de sus hijos, tienen organizada de manera milimétrica sus vidas, se agobian ante el más mínimo fracaso o desliz… Sin embargo, el resultado de una protección tan enfermiza suelen ser hijos que ejercen como auténticos tiranos.

Algunos lo han definido como el síndrome de los padres helicópteros: padres y madres en tensión que se tiran en picado cuando descubren el menor síntoma de debilidad o problemas en sus hijos.

Son esos padres y madres que, obsesionados con la salud y la felicidad de sus retoños, tienen absolutamente organizada sus vidas; se entrometen –quizás demasiado– en la vida interna de los colegios; están continuamente quejándose por la más mínima deficiencia; que piden explicaciones por todo (sin quedarse nunca satisfechos); que se agobian ante el más mínimo fracaso o desliz de sus hijos (aunque, según ellos, nunca tienen la culpa de nada); que se sienten deprimidos y agobiados cuando las increíbles expectativas que han depositado en sus pequeños se desvían un milímetro de lo establecido; que psicologizan hasta la extenuación el comportamiento de sus hijos, convirtiendo el más mínimo problema en una agónica crisis; que tiene miedo de todo, hasta de sus propios criterios.

Y aunque aparentemente parece que con esos métodos y esa sobreprotección están fabricando un hijo diez, perfecto, perfectísimo, no contaminado, lo normal será que las cosas se le vayan de las manos y se conviertan en lo que una reciente escritora ha calificado de padres blandiblup.

EN UNA BURBUJA

Van al colegio siempre en coche, con la inseparable compañía de mamá o papá, por lo que pueda pasar. En la mochila, todo bien preparado, sin que falte de nada. Algún refresco que proporcione más vitaminas. El móvil, por si acaso.

En clase se muestran autosuficientes y únicos, rodeados de una burbuja en la que resulta casi imposible de penetrar. Mucho cuidado con lo que haces, con quién te sientas, quiénes son tus amistades. ¿Qué te ha dicho el profesor? ¿Por qué te han puesto en ese grupo? Dile al tutor que quiero hablar con él (la enésima vez en ese mes). Dile al director que también quiero hablar con él (la tercera vez en ese curso). No comas de lo que te ofrezcan. Lávate las manos.

A las cinco en punto te espero en el coche, que tenemos que ir: los lunes, a danza; los martes, al gimnasio; los miércoles: a las clases de tenis; los jueves: a refuerzo de matemáticas; los viernes, inglés con el nativo. Te recojo a las ocho. Llevas la merienda que te gusta en la mochila. Ponte bien la bufanda. Tómate esta pastilla. Dúchate. Haz los deberes. Sí, puedes ver la televisión en tu cuarto. No, el sábado no puedes quedar con Ana, ni con Andrés; que vengan aquí, a tu sala de juegos. Tómate el jarabe. Vete a la cama. Voy a ponerte el termómetro por si acaso, que te he visto oído antes toser.

Agotador, agotador, sencillamente agotador. La obsesión por la educación de los hijos acaba degenerando en una enfermiza superprotección que entorpece el desarrollo natural de su personalidad. Es cierto que hay que preocuparse por la educación –no faltaba menos– por las amistades, por las diversiones, por lo que hacen tus hijos en un mundo que a veces parece una jaula y un infierno, pero… se puede hacer sin necesidad de caer en actitudes maniáticas y ridículas, que provocan precisamente lo contrario de lo que persiguen.

Lo dicen los psicólogos: muchos de los adolescentes que tienen conductas violentas con sus padres y en el colegio, han sido mimados de pequeños hasta la extenuación. Lógicamente, cuando son más mayores no entienden que no puedan seguir haciendo lo que les dé la real gana, sin asumir responsabilidades.

Lo deja caer el psicólogo Ángel Peralbo en su reciente libro El adolescente indomable (La Esfera), donde se analizan las causas y los remedios de muchos de los comportamientos de esa adolescencia conflictiva en la que se han asentado muchos chavales y que no proceden precisamente de familias rotas, desestructuradas, con problemas. La hiperprotección provoca estas cosas. Y muchas más.

PADRES BLANDIBLUP

Lo mismo concluye María Ángeles López Romero, periodista especializada en temas educativos, en su libro de sugerente título Papás blandiblup (San Pablo), donde resalta los peligros del exceso de protección de los padres, una manifestación, opina ella, de las muchas dudas que tienen los padres y madres a la hora de educar a sus hijos.

Su libro parte de la realidad, de anécdotas tomadas de la vida misma, y su mensaje es abiertamente optimista: conviene no dramatizar y a ser posible educar a tus hijos sin salirse de la senda del sentido común. Es cierto que ni para esto ni para tantas otras cosas existen recetas que puedan aplicarse de manera general a todo el mundo. Cada padre y madre debe tomar la iniciativa, conocer bien a sus hijos y hacer todo lo posible, con mano izquierda, y sin miedo a los riesgos, para que consigan ser, como quieren todos los padres, responsables, independientes y felices.

Pero, como decía, hay que asumir riesgos. No todos los niños van a ser Rafa Nadal, ni campeonas del mundo en natación sincronizada, ni futbolistas de élite, ni ingenieros de telecomunicaciones, por mucho que se empeñen los padres, por muchas clases particulares que reciban y aunque vayan a los mejores colegios del mundo.

No es misión de los padres programar hasta el mínimo detalle la vida de sus hijos, sus notas, sus éxitos, sus amistades, sus diversiones. Recuerdo hace años a un profesor que me contaba la depresión que se pillaron los padres de una niña de primero de Primaria porque su hija no había sacado sobresaliente en todas las asignaturas.

¿La llevamos a un psicólogo? ¿Le damos clases de refuerzo en el verano? “Es que, concluían lacrimógenamente, con esta nota media va a ser imposible que haga la carrera X”. Pobre niña, me dijo el profesor. La que le espera.

FABRICAR PEQUEÑOS TIRANOS

Y es que hay padres que han convertido la educación de sus hijos en una profesión científica, donde todo tiene, según ellos, su racional explicación. Pero esa superprotección, muy evidente en los primerísimos años de la infancia, acaba fabricando niños déspotas. Está muy estudiado el síndrome del pequeño tirano o emperador. Niños (se empieza pronto, a los 7 y 8 años) que son auténticos dictadores, que manejan a sus padres a su antojo y que mandan férreamente sobre ellos. Esta realidad la conoce la publicidad, que dirige sus anuncios directamente al público infantil que es quien decide qué se come en casa, su ropa, sus juguetes, sus diversiones, las vacaciones…

Cuidado, pues, con las expectativas, que acaban provocando una tensión inútil y enfermiza entre los padres y los hijos. Y que conste que no estoy defendiendo el pasotismo educativo. No. La virtud siempre está en el punto medio: ni la laxitud (pasar de todo) ni la hiperprotección (agobiarse con todo). Y si no se ajustan las expectativas adaptándose a la realidad, se puede acabar haciendo un grave daño a los hijos, quizás porque hemos proyectado en ellos lo que los padres y madres no han podido conseguir, por las circunstancias que fueran, en sus vidas.

UN UNIVERSO
EGOCÉNTRICO Y NARCISISTA

En una reciente entrevista con motivo del 50 aniversario de la aprobación, el 20 de noviembre de 1959, en la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Declaración de los Derechos del Niño, Javier Urra, doctor en Psicología, psicólogo forense de los Juzgados de Menores de Madrid y conocido escritor de temas educativos y sociales, advertía del peligro de la sobreprotección de los padres: “Muchos padres maleducan bajo el pretexto de no exigir, castigar o sancionar por el falso miedo de evitarles un trauma. Otros les sobreprotegen para descargar su conciencia, ya que pasan muy poco tiempo con sus hijos. Son niños que crecen sin sentimiento de culpabilidad, en su universo egocéntrico y narcisista. No se les ha enseñado a ponerse en el lugar del otro. No saben qué es la compasión. Su lema es “yo y después yo”. “El ser humano debe aprender a ser humilde. Nuestros hijos necesitan interiorizar lo que es compadecerse del otro, de su desgracia” (Aceprensa, 28-12-2009).

Aunque parezca mentira, estos padres que sobreprotegen tanto a los hijos son los que más dejan que sea la televisión la que les eduque, a la vez que “justifican a sus hijos lo injustificable”: para ellos, nunca tienen la culpa de nada, ni en casa ni en el colegio. Y es que, dicen, hay que hacer todo lo posible por evitarles cualquier tipo de trauma. Sin embargo, asistimos diariamente a una contradictoria conclusión: el preocupante incremento de visitas a los psicólogos de estos padres cuando ya no saben qué hacer con unos hijos a los que les han dado de todo sin exigirles absolutamente nada.

La escuela es clave para la integración social de extranjeros

La llegada repentina de inmigrantes a España, sobre todo a partir del año 2000, puso en un aprieto al sistema educativo que debía acoger en sus aulas a niños de diversas culturas y con distintos idiomas. Una década después es tiempo para evaluar los logros conseguidos y las dificultades aún sin resolver.

Lo primero que se puede hacer es romper con los estereotipos. El origen extranjero de los niños no está directamente relacionado con una bajada del nivel del grupo. Otros factores, como el entorno familiar o el nivel educativo de los padres suelen tenerse menos en cuenta y son, sin embargo, fundamentales. “Algunos funcionan muy bien y llegan a sacar muy buenas notas desde que pasan el periodo de integración, otros sin embargo, requieren más apoyo, depende de cómo sea el niño y de las circunstancias de la familia, nunca se puede generalizar”, asegura Irene Iglesias, directora del Vázquez de Mella, un colegio público de Infantil y Primaria, ubicado en la zona centro de Madrid y con una larga experiencia en integración y convivencia intercultural.

Esto no quiere decir que no haya dificultades adicionales cuando se trabaja en un contexto de afluencia constante de familias inmigrantes, “los padres españoles dicen que esto perjudica a sus hijos porque baja el nivel, y es posible que a veces lo haga, pero sobre todo porque hay que escolarizar a los niños según llegan, aunque lo hagan con cuentagotas”. La incorporación de alumnos a mitad de curso es una cuestión que levanta ampollas, aunque ha sido salvada con cierto éxito mediante las aulas de enlace, puestas en funcionamiento por la Comunidad de Madrid en 2003 y gestionadas por los centros.

A ellas se incorporan los alumnos no hispanohablantes recién llegados hasta que pueden unirse al curso que les corresponde. Mientras tanto, los grupos se juntan a la hora de dar música, inglés o educación física, para favorecer el intercambio con los demás niños.

La escuela juega un papel clave en la incorporación de las personas, tanto de los pequeños como de sus familias, a una nueva sociedad.

MUCHA AFECTIVIDAD

Por un lado es donde se experimenta el primer contacto de los niños con la tierra de acogida, donde se aprenden los códigos, el idioma, los hábitos culturales, y por otro porque la formación escolar les da herramientas para prosperar económica y socialmente, así como para defenderse de posibles discriminaciones. Además, los niños transmiten en casa lo aprendido en la escuela y contribuyen así, indirectamente, a la integración de los adultos.

Para Irene Iglesias está claro: “el acercamiento y la afectividad son lo primordial, los contenidos pueden esperar, ya los aprenderán tarde o temprano, pero el cariño tiene que notarse desde el primer día”.

Sobre todo porque los niños inmigrantes han experimentado un proceso difícil, el cambio de residencia, la separación de familiares y amigos, en muchos casos incluso del padre o la madre, un nuevo entorno y a veces también otro idioma. El plan de integración del Vázquez de Mella insiste en potenciar un entorno agradable y protector para los pequeños recién llegados: “Es muy importante aprenderse su nombre, saludarle cuando está en la fila, animarle a jugar con los demás en el patio, no dejar que se quede sólo en un rincón, son detalles que le hacen ver que le conoces y que te preocupas por él”, explica la directora.

Si bien el primer acercamiento consiste en implicar a los padres y transmitirles confianza, después, hay que estar muy pendientes de la evolución de cada niño.

¿CÓMO CREAR UN ENTORNO INTERCULTURAL?

Uno de los objetivos marcados por el Ministerio de Educación para la creación de la escuela del siglo XXI es la interculturalidad. De momento, como afirma José Pérez Iruela, director del Centro de Investigación y Documentación Educativa, la escuela intercultural es todavía una ilusión, una meta a la que nos debemos dirigir pero que aún está muy lejos de la realidad. En este sentido, cada centro avanza como puede, en el Vázquez de Mella, por ejemplo, se organizan festivales interculturales en los que se resalta y se da valor a la gastronomía, la música y el folclore de las familias.

Otras ideas que han tenido éxito son la adaptación del menú del comedor, actividades en las que se explica a los niños una determinada práctica cultural, como por ejemplo el Ramadán, o jornadas dedicadas a la tolerancia y al respeto del otro. Por otra parte, también es esencial el que los docentes detengan las actitudes xenófobas ya que estas pueden crear un entorno hostil y perjudicial para el desarrollo de los pequeños. Desde su experiencia, la directora del Vázquez de Mella afirma que hay que cortarlo de raíz, aunque “a estas alturas el colegio ya está habituado a que haya niños de todas partes, al principio fue más costoso pero ahora los propios alumnos están muy concienciados.”

El 81% de los jóvenes centra su ocio en la marcha nocturna

“Más del 80% de los jóvenes madrileños de 15 a 24 años centra su forma de ocio en la marcha nocturna y afirma que le compensa salir toda la noche, a pesar de los riesgos (embriaguez, peleas, relaciones sexuales sin protección, etc.) que puede implicar”.

Ésta es una de las principales conclusiones del estudio “Ocio y riesgos de los jóvenes madrileños”, realizado por la FAD, Obra Social Caja Madrid y el Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid.

PASIÓN POR IR DE MARCHA

En el estudio de ocio queda fuera de toda duda la trascendencia del tiempo de ocio para los jóvenes, como espacio para la experimentación, fractura en la rutina cotidiana, instrumento esencial en la búsqueda de una identidad personal y grupal, e incluso como oportunidad de ejercicio de los tópicos que la sociedad adulta espera del joven.

Su tiempo de ocio lo identifican exclusivamente con “salir de marcha”. El resto de actividades es tiempo libre. Y aunque su ocio se mueve en contextos de riesgo, asumen que hay que convivir con ellos. Para los jóvenes es irrenunciable la fiesta, ejemplificada sobre todo y ante todo en las noches de fin de semana.

COMPORTAMIENTOS DE RIESGOPorcentaje de jóvenes que realizan cada actividad con la máxima frecuencia

Es importante señalar como algo significativo el bajo rango de gravedad (grupos amplios le quitan importancia) que se otorga a la embriaguez o al hecho de tener relaciones sexuales estando bebido. El 25,9% de los jóvenes madrileños ha tenido relaciones sexuales en el último año (con pareja no habitual) sin preservativo; el 69,1% se ha emborrachado y el 45,4% ha viajado con un conductor bebido o drogado.

Un 10% cree en términos absolutos que hay que probar las drogas, el 15% apuesta que consumir drogas es cosa de jóvenes, más o menos el mismo porcentaje encuentra emocionante la velocidad, y entre el 18 y el 25% entiende que el riesgo de las relaciones sexuales es sólo para las chicas, que se exagera mucho y que en algunos casos no se necesita en absoluto ningún tipo de protección.

Casi siete de cada diez dicen haberse emborrachado en el último año (el 32% entre cuatro y veinte veces y un 18,8% casi todos los fines de semana). Más del 45% viajó con alguien que había bebido o tomado drogas.

El necesario retorno a la constancia

Las virtudes no sólo se pueden sino que se deben enseñar a los hijos desde la más temprana edad. Entre ellas, la constancia adquiere un papel especialmente clave en unos tiempos en los que el hedonismo y la inconsecuencia lastran el carácter de demasiados jóvenes. Pero inculcarla requiere esfuerzo.

Mercedes, con cinco hijos ya mayores, tiene mucho que decir sobre cómo inculcar las virtudes desde la edad más temprana. Apasionada de su “profesión” de madre, ha consultado bibliografía al respecto y nunca se cerró a la opinión de los expertos. Pero curiosamente, ésta coincidía con su intuición: el sentido común suele ser el mejor consejero. “En una charla del colegio, Suárez Perdiguero (uno de los pediatras españoles más prestigiosos) nos insistió en no tratar a los niños como tontos, sino como los ‘hombres pequeñitos’ que son”, recuerda.

Quería decir el pediatra que a los niños se les puede –y se les debe– explicar las cosas… porque las entienden. Y Mercedes lo pudo comprobar: “La única manera de inculcarles la constancia es explicarles que es necesario para conseguir todo lo que vale la pena; si le dices que tienen que terminar las cosas porque sí y ya está, no lo entenderán y no lo asumirán”.

Aunque para ello primero hay que fomentar la confianza en los padres y estar ahí desde el principio: “tienes que sacrificarte para acostumbrarlos desde pequeños a que tienen que tomar el biberón a la hora del biberón; y después, la comida en la mesa a su hora y lo que te pongan”. Finalmente, una conclusión inapelable: “La constancia se mama desde la cuna”.

APRENDER A ESFORZARSE

Para Francisco Mata, profesor de Ética de la Universidad IE, parece evidente que la constancia “es una actitud imprescindible para conseguir una vida virtuosa y, por tanto, la felicidad en el sentido aristotélico”. Pero el profesor Mata abre la perspectiva para matizar que “el presente contexto sociocultural la ha ‘sacado de moda’, e incluso la ha llevado al desprestigio por una serie de factores”.

Por un lado, la constancia exige “un esfuerzo que merece la pena cuando intuimos los beneficios que nos deparará a largo plazo, y hoy día, con la visión hedonista que acompaña al relativismo postmoderno, a la menor dificultad variamos el rumbo porque vemos muchos caminos que parecen tener todos igual valor”. Reina el ‘cortoplacismo’, es decir, “si no nos gusta algo en el nivel más superficial de su experiencia, lo dejamos, y vamos a por otra cosa: la oferta de bienes de consumo es infinita. Así, los niños del siglo XXI no saben prestar atención más allá de unos pocos estímulos rápidos y cortos (mensajes de texto, entradas en facebook, etc) y parecen incapaces de leer un libro o incluso de ver una película entera”.

A veces, los padres son parte del problema: “Muchos ofrecen a sus hijos un sinfín de bienes de consumo de entretenimiento sin tener en cuenta el coste de oportunidad que, en el fondo, están ocasionando a sus hijos. Los niños deben aprender a esforzarse y a llegar hasta el final en cada una de las metas que se propongan”.

Mata sugiere soluciones pequeñas, “más que una solución drástica y utópica”. Por ejemplo, acostumbrar a los niños a repetir ciertos rituales todos los días: “desde un mismo modo de ponerse el pijama, asearse, saludar e irse a la cama, hasta otros más complicados, como asignar códigos de colores a ciertos días o actividades, o jugar a poder decir (o no) ciertas palabras durante esos días”.

CIENCIA Y ARTE

El profesor de Psicología de la Universidad CEU San Pablo, Gabriel Dávalos, coincide en que en la sociedad actual “hay palabras en desuso, por ejemplo, sacrificio, virtud o prácticas de piedad”. En un afán de mostrar una imagen de país desarrollado o con la intención de enarbolar la bandera de lo políticamente correcto para no herir la creciente diversidad, Dávalos dice que“es frecuente observar otra manera de llamar a las virtudes humanas, por ejemplo a la generosidad llamarle solidaridad y, lo que es más preocupante, observamos una tendencia creciente a no hablar de las virtudes cristianas para dejarlas en el silencio del anonimato”.

Contra ese silencio emerge la labor “en primer lugar de los padres, y en segundo lugar, de las personas que tienen a su cargo una responsabilidad social”, explica Dávalos. Y los primeros tienen la posibilidad y la responsabilidad de “formarse como padres”, de manera que adquieran conocimientos y destrezas “para acompañar a sus hijos con el fin de ayudarles a desarrollar habilidades físicas, motivándolos para que participen en actividades deportivas, fomentando el desarrollo de la inteligencia, enseñándoles a pensar, enseñándoles a saber valorar y desarrollar su dones, ayudándoles a valorar los éxitos y aprender de los fracasos y, por último, fomentando la voluntad en su sentido social, ético y moral”.

UN DATO

Los bebés españoles son los que más tiempo se desvelan por la noche en el mundo, una media de casi 30 minutos; los que más siestas duermen, entre dos y tres al día, y los terceros que más tarde se van a la cama, según una encuesta de la empresa Johnson & Johnson. En opinión de los expertos, la rutina antes de dormir es clave para el bebé.

Cuestión de sexo

Diversos enfoques tratan de explicar las diferencias de rendimiento entre chicos y chicas. Un hecho sobre el que cada vez sabemos más pero que permanece como uno de los grandes misterios educativos.

Salvo contadas excepciones, todas las evaluaciones internacionales reproducen un mismo patrón. Las chicas, mejores en Lengua; los chicos, ídem en Matemáticas. Sirva como ejemplo el último informe PISA: diferencias abismales cuando toca demostrar habilidades de lectoescritura (36 puntos a favor del género femenino, la distancia que separa la puntuación global de Holanda y Portugal) y notorias en el campo de la ciencia exacta (12 puntos por encima los alumnos varones).

La evidencia se ha convertido en uno de los grandes misterios educativos. Variopintas razones sirven para explicar un fenómeno que desafía la ortodoxia igualitaria. Algunos investigadores se aferran al contexto y afirman que la causa surge únicamente del trato que la sociedad dispensa a cada uno de los sexos (y de las expectativas que deposita en ellos). Otros responden que la ciencia ya ha superado ese debate al demostrar divergencias neurológicas (y, por ende, cognitivas) entre niños y niñas.

“Está probado que la zona del hemisferio izquierdo del cerebro, que es la que se ocupa de las destrezas verbales, madura en las chicas hasta dos años antes”. Son palabras de María Calvo, presidenta en España de la Asociación Europea de Educación Diferenciada. Por su parte, existen estudios que asocian testosterona y pensamiento abstracto, un hecho que vendría a fundamentar el talento natural de los chicos a la hora de enfrentarse a las complejidades de la lógica matemática.

Casi proscrita durante décadas, la neurociencia aplicada a las diferencias de género vive actualmente una especie de renacimiento. “Hay muchas cuestiones que sólo nos estamos empezando a preguntar. Está claro que nos encontramos al principio de una nueva era”, asegura Leonard Sax, autor de varios libros sobre la materia. Más aún, Sax sostiene que una verdad tan simple como controvertida –las niñas oyen mejor que los niños– ayuda muchas veces a entender las variaciones de rendimiento intergenéricas.

ESTEREOTIPOS

No faltan quienes cuestionan lo que ellos perciben como meros estereotipos que algunas estadísticas están empezando a desmentir. En 2008, un equipo de la Universidad de Wisconsin (EEUU) analizó los resultados en Matemáticas de siete millones de alumnos sin encontrar distancias significativas entre chicos y chicas. En algunos regiones del país, los chicos superaban ligeramente a las chicas. En otras, al contrario.

Ese mismo año, otro estudio trató de relacionar las diferencias en los resultados matemáticos del PISA con el índice de igualdad de género de cada país según una clasificación elaborada por el Foro Económico Mundial. Y concluyó que en los estados más igualitarios (sobre todo los escandinavos) la distancia era menor que en aquellos que más discriminan a la mujer. Incluso en uno (Islandia), las chicas habían obtenido una calificación media superior a sus compañeros.

Ambos estudios fueron criticados por centrarse en resultados medios sin prestar atención a lo que sucede entre los estudiantes más brillantes, un sector del alumnado en el que la mayoría de varones suele ser abrumadora. También en Islandia (aunque por escaso margen), hay más superdotados para la geometría y el álgebra que superdotadas.

Esta prevalencia de genios masculinos sirvió para que en 2005, el entonces presidente dela Universidad de Harvard, Lawrence H. Summers, afirmara (cosechando un torrente de críticas) que la escasa presencia femenina en los puestos académicos de las más prestigiosas facultades de ciencias e ingeniería se debía a que “las mujeres no tienen la misma habilidad innata que los hombres en determinadas áreas”.

Gimnastas con artrosis precoz

El deporte es un aliado fundamental de la salud, también en los niños. Sin embargo, las actividades físicas, demasiado intensas a determinadas edades, pueden esconder riesgos que no compensan las ventajas de hacer ejercicio.

Hace un año, una investigación en la reunión anual de la Sociedad Americana de Radiología (RSNA, sus siglas en inglés) daba pruebas de que la gimnasia cuando se practica a un nivel de competición o casi, entraña riesgos para la salud.

Radiólogos de la Universidad de California estudiaron las resonancias magnéticas de 125 chicas de entre 12 y 16 años; 12 de las cuales eran gimnastas que practicaban la modalidad artística (barra fija, paralelas y asimétricas) que se quejaban de dolores crónicos en sus manos y muñecas.

“Las particularidades de los ejercicios que suelen hacer (girar a toda velocidad sosteniéndose con una o ambas manos, volteretas en las que se cae sobre éstas varias veces encima de una barra estrecha con la muñeca muy flexionada, estiramientos del hombro y de los antebrazos que soportan varias veces el propio peso…) están causando que las niñas acaben ejerciendo una enorme presión sobre sus articulaciones”, afirman los científicos.

EVITAR FUTUROS DAÑOS

De hecho, en las resonancias de las deportistas se observaron dos casos de necrosis (muerte) de la cabeza del metacarpiano, dos necrosis lunares en la inserción del ligamento escafolunar, así como procesos artrósicos inusitadamente avanzados en diferentes localizaciones de los nudillos, de las falanges de los dedos y de las muñecas.

Asimismo, se detectaron desgarros cartilaginosos, dolor crónico por movimientos de repetición, sobrecargas musculares y deformidades notables en el radio (el hueso que, junto con el cúbito, conforma el antebrazo) que resultaban en la afectación de todas las pequeñas piezas que integran la frágil articulación de la muñeca.“Nos llevamos una gran sorpresa porque muchas de estas lesiones no habían dado la cara en las radiografías y porque la mayoría iba camino de desembocar en un proceso artrósico precoz”, comentan.

Los autores creen que hallazgos como estos pueden ser útiles para adaptar los entrenamientos e, incluso, las normas de competición para niñas jóvenes dado que muchas lesiones y traumatismos tienen fácil solución, pero no así la artrosis. Por el momento, no se ha encontrado la manera de reparar este daño osteoarticular, de manera que si su deterioro comienza en la niñez, el futuro de estas chicas no es nada halagüeño.

Una señal de que propuestas como estas no van mal encaminadas es que ya se han adoptado algunas medidas al respecto y que posiblemente se ampliarán según avancen las investigaciones.

Así, por ejemplo, las bailarinas clásicas ya no hacen puntas antes de los 15 años y sólo si es estrictamente necesario. Por otro lado, en los entrenamientos de gimnasia no se hacen los giros en la barra a la misma altura que en competición para reducir la presión que ejerce el peso de la deportista sobre la articulación. También se protegen los dedos y muñecas con dispositivos de plástico.

El TDAH no desaparece con la adolescencia, sólo cambia

El TDAH (Trastorno por Déficit de Atención / Hiperactividad) se mantiene en la adolescencia en un 65% de los casos, según los datos presentados en el seminario sobre esta patología "Crecer con Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad: el paciente adolescente. Una historia multifacética”.

Durante estas jornadas, organizadas por la multinacional farmacéutica Lilly, se ha puesto de manifiesto que dicha alteración afecta a diversos aspectos vitales del adolescente que lo padece, tales como problemas académicos, dificultad para relacionarse, pérdida de autoestima, agresividad, consumo de tóxicos… que suelen traducirse en un mayor riesgo de convertirse en fumador, padecer enfermedades de transmisión sexual o engrosar las listas del paro.

Eso sí, los síntomas típicamente asociados al TDAH se manifiestan de manera sensiblemente distinta con el paso de los años. De esta manera, la hiperactividad deja de exteriorizarse y se traduce en un sentimiento de desazón interna. El déficit de atención se acentúa, repercutiendo en conductas de evitación, fobias ante el esfuerzo cognitivo o total ausencia de planificación en las tareas diarias y la impulsividad se transforma en depresión, ansiedad y conductas antisociales (delitos, fugas de casa, conducta sexual irresponsable, consumo de drogas…).

Por lo tanto, es conveniente iniciar el tratamiento de esta patología cuanto antes porque, al contrario de lo que se creía hace tan solo unos años, la dolencia (de carácter fundamentalmente genético y mediado por el ambiente) no se esfuma; únicamente cambia.

¡A jugar al parque!

Columpios grafiteados, peldaños del tobogán sueltos, suelos de cemento o arena, papeleras y juguetes rotos son algunas de las desagradables sorpresas que nos podemos encontrar al ir con nuestros hijos a jugar al parque. Una circunstancia de la que empezamos a ser conscientes cada año con la llegada de la primavera y el buen tiempo que ya está a la vuelta de la esquina.

El derecho al juego está reconocido tanto por la Convención de los Derechos del Niño como por la Constitución Española, siendo una obligación del Estado ofrecer espacios para su desarrollo. Que haya cerca de casa espacios públicos para que los niños puedan jugar y corretear con libertad, y que estén acondicionados a las necesidades de los más pequeños es fundamental, y así debemos exigirlo como padres a la comunidad de vecinos o al ayuntamiento que proceda.

Parece de sentido común que cuando vamos al parque a relajarnos y a que los más pequeños disfruten en espacios públicos y con otros niños, nos encontremos con áreas de juego acordes a cada tramo de edad de los niños y, sobre todo, que estén limpios, bien conservados y bien cuidados. Lamentablemente es fácil comprobar con un simple paseo que lo raro es que sea así, ya que a menudo los parques infantiles no cumplen las normas de seguridad básicas.

ACCIDENTES Y DENUNCIAS

Los informes anuales del Defensor del Pueblo tildan de asignatura pendiente la seguridad en las zonas de juego infantiles. Asimismo Unicef ha alertado del problema. Su estudio sobre el tema señala que en los parques infantiles se registró el 13% de los accidentes de niños de entre uno y cuatro años, y el 9% de los de entre cinco y catorce años.

Asimismo, desde la elaboración de su informe en 1997 Save the Children es consciente de la problemática y por ello puso en marcha la campaña ¡Queremos jugar! En www.queremosjugar.es se puede denunciar el estado de los parques señalando la ubicación del municipio o el pueblo con una marca roja. Una vez que la ONG tenga las denuncias pertinentes empezará a trabajar para que todos los parques infantiles españoles sean seguros para nuestros hijos. El tema no es baladí y merece la pena dar un toque de atención para que los responsables velen por el buen juego y la seguridad de los más pequeños.

¿QUÉ DICE LA LEY?

En Europa existe una normativa (UNE EN1176) que regula la seguridad de los parques infantiles que, aunque no es de obligado cumplimiento en España, porque el Gobierno ha optado porque sea de libre aplicación en cada comunidad autónoma, establece los siguientes requisitos:

  • Los suelos deben ser de materiales blandos, adecuados para amortiguar golpes y caídas.
  • Las zonas de juego deben estar bien delimitadas y ser fácilmente accesibles y deben ser protegidas ante cualquier riesgo externo.
  • Los elementos de juego no deben contener piezas tóxicas ni metálicas, no deben ser conductoras de electricidad.
  • Los elementos deben ser compactos de tal manera que no se desprendan piezas o astillas por su uso. También deben carecer de aristas, bordes o huecos peligrosos por donde se pueda quedar atrapado cualquier miembro del niño (brazos, dedos, cabeza).
  • Las sujeciones al suelo deben ser firmes y estables.