RAFAEL AMARGO, COREÓGRAFO "Era ambicioso, pero desde que nació mi hijo prefiero estar en casa"

Vitalista, un derroche
de energía, sin tapujos
y muy flamenca. Así es
la presencia de Rafael
Amargo y así lo
demuestra la fuerza de
su mirada. Y no es de
extrañar: es bailaor,
bailarín, coreógrafo,
actor, empresario y
padre. Hasta el nombre
de su hijo de 16 meses,
León Bianchi Lorca,
exhala ese aire de
artista con el que
Amargo impregna
todas sus
declaraciones.

Autor: MARTA SERRANO

Aunque su brillante trayectoria como bailarín lo desmiente, Rafael Amargo llegó
a ese mundo por casualidad. «Vine a Madrid para ser actor», admite y aunque ha
tardado casi una década en llegar a la gran pantalla, 2006 parece ser su año de
suerte. En xse interpreta a sí mismo, aunque quizá éste sea el
papel más difícil de su vida. Afirma que es un actor de casta y no de
casting.

P. Se te conoce como bailarín y coreógrafo. ¿Cómo ha
sido tu formación hasta llegar aquí?
R.
Tengo una carrera en el
baile. Empecé a estudiar en compañías de teatro independiente en Granada. Luego
estuve en la escuela de Cristina Rota. Hice papeles en series (en Lleno por
favor, pero todavía me llamaba Rafael Hernández). Luego me fui a Japón a
trabajar, y a partir de ahí fui entroncando un proyecto de baile con otro y,
poco a poco, dejé el cine de lado. Y ahora me veo dirigiendo una de las
compañías de danza más importantes de este país. El año pasado hicimos 160
conciertos, lo nunca visto… Y pienso que todavía no he cumplido el sueño que
tenía cuando vine a Madrid.
P. ¿Te has quitado la espinita del
cine?

R. En eso estoy, pero aquí, cuando vas al
casting de una película eres como un intruso, porque estás encasillado como
bailarín. Incluso los propios directores te miran raro. Luego cambian de
opinión, y es que yo, por ejemplo, soy incapaz de llegar tarde. No soy un actor
ni consentido ni caprichoso y ya tengo un camino hecho en el mundo del teatro y
de la danza. Eso se nota. Soy de casta, no de casting.
P. ¿Qué
mérito tienen los títulos académicos en el mundo artístico?
R
. Los
títulos tienen mucho que aportar, pero Lola Flores nunca pasó por una escuela y,
dentro de su estilo, era «una grande». Una cosa es el que ha nacido para ser
artista y otra el que quiere ser artista porque le gusta la cámara. Pienso que
quien tiene integridad es limpio y lo que hace es digno. Sabe defenderse en la
vida.
P. ¿Te planteas algún día abrir tu propia escuela?

R.
La didáctica se me da bien pero le cogí mucho respeto en mis
inicios. Cuando empecé en Japón me ganaba la vida así, aprendí a bailar
enseñando. Soy buen maestro porque tengo buena percepción psicológica gracias a
que llevo un cuerpo de 16 bailarines y hay que saber dar a cada uno lo que
requiere para que trabaje al máximo. Mira que los actores son tela, pero los
bailarines más, porque estamos acostumbrados a trabajar con mucha disciplina y
rigurosidad. Es un mundo más difícil y más duro, muy cruel. La Danza sigue
siendo la hermana pobre de las Bellas Artes en este país. No tenemos ni una
ayuda. Se necesitan más ideas: reciclar lo que ya hay, como los almacenes,
subastar cosas… Motivar a la gente joven y más dinero.
P. Se habla
del egoísmo del artista, pero, ¿cuáles son tus valores? ¿Han cambiado con el
nacimiento de tu hijo?

R. Sí. Ha cambiado mi
escala de valores. Yo era muy ambicioso, quería comerme el mundo, triunfar como
todo el mundo –los artistas van de hippies y bohemios pero es sólo una cuestión
de look, siempre se busca triunfar aunque ninguno lo reconozca–. Desde que tengo
a mi hijo, se llama León Bianchi Lorca (LBL), me interesa mucho más quedarme en
mi casa con él que irme a un estreno a que me saquen una foto.
P.
Lorca es muy importante en tu vida…
R.
Soy lorquiano por los cuatro
costados. Mi abuelo era el cartero de García Lorca. Antiguamente las cartas las
recibía el padre, no es como ahora que con los emails nadie se entera, ¡qué pena
que se hayan perdido las cartas! Entonces, cuando llegaban cartas de remitentes
comprometidos (Dalí, Buñuel…), mi abuelo se quedaba con ellas en casa y Federico
iba a mi casa, las leía allí y mi madre se las guardaba en su cajón. Todavía
conservamos algunas inéditas. La casa de mis tíos es la casa contigua a la de
unas primas, y Lorca, por la casa de mis tíos, escuchó algunas conversaciones en
las que se inspiró para La casa de Bernarda Alba, que escuchaba los chismes a
través de un pozo.
P. En la literatura lorquiana y en el sur en
general hay una obsesión latente por la fertilidad, la figura de la madre.¿Qué
supone esto en tu vida familiar?

R. Yo soy muy
maternal, en eso soy muy lorquiano. Para mí la familia es muy importante: mi
madre y mi padre trabajan conmigo y a mí me gusta tirar de todos, que estén
conmigo al pie del cañón.
P. ¿Tienes claro cómo será la educación de
tu hijo?

R. Mi hijo irá a un centro internacional
tipo Liceo Francés, porque el año que viene me voy a vivir a Marruecos y
prefiero que estudie allí. Tengo una casa en Marrakesh y como allí hay unos
colegios exquisitos prefiero que se forme en ellos. Además se crían en las
calles sin asfaltar, oliendo a los burros, con la gente, como yo me crié.

P. ¿Cómo es que te quieres ir a vivir allí?
R.
Porque
tenía mi casa en Ibiza, pero la tuve que vender porque era acabar con mi salud.
Fueron mis padres también los que insistieron.
P. ¿Cómo recuerdas
tus inicios?

R. Me tocó sacar una compañía
adelante con 22 años. Era responsable, por la mañana con corbata pidiendo una
subvención y por la noche atendiendo mi vida artística como Rafael Amargo. He
estado a las duras y a las maduras.
P. Y, ¿crees que los jóvenes que
triunfan saben compatibilizar ambas partes de su vida?

R. Yo no tuve más narices que hacerlo. Siempre he
tenido más ambición que adicción. He visto a amigos míos enganchados a la droga,
a otros morirse de SIDA, pero tenía tantas ganas de comerme el mundo que nunca
dejé que ese otro lado de la fama me rozara. Salimos muchos pero ahora no
quedamos tantos, y es que triunfar es una suma de talento y constancia.

P. Sabiendo lo duro que es todo esto ¿te gustaría que tu hijo fuera
bailarín?
R.
Que sea lo que quiera, pero siendo futbolista se ganan
muchos billetes y creo que es mejor (risas). Por ejemplo mi padre siempre quiso
ser artista y ahora trabaja en mi compañía: yo le he dado lo que su padre no le
dio, soy hijo del amor y mi hijo también lo es.
P. Pero ¿le estáis
enseñando a bailar?

R. Eso no se enseña, se nace
con ello. El niño nos pide Camarón, Camarón y mueve las manitas. Pero sobre
todo, yo quiero que haga lo que sienta de verdad como yo he hecho. He tenido la
suerte más grande del mundo porque mis padres siempre me han apoyado y ayudado.
Yo quiero darle lo mismo.

Educar es educarse con los hijos

Como el ser humano
siempre puede dar más,
la educación no termina
nunca. Ni con la ESO, ni
con el Bachillerato, la
Universidad o cinco
másters. Y para los padres
educar es siempre
educarse junto a sus hijos

Autor: RAFAEL GÓMEZ PÉREZ

Aún recuerdo cómo, a una edad muy temprana –entre los cuatro y los cinco años–, aprendí a leer. Maestra: la madre. Tenía unos cubos en cuyas caras estaban dibujadas las letras. Se juntaban: la M con la A, ma; y otra vez: ma-má. Pienso ahora en la madre redescubriendo, a sus 35 años, la magia de la lectura.
Me enseñó también, antes de los seis años, a recitar poemas, yo repitiéndolos verso a verso junto a ella. No cosas infantiles en el sentido de triviales, sino, por ejemplo, poemitas de Lope de Vega del estilo del «Que de noche lo mataron/ al caballero,/ la gala de Medina,/ la flor de Olmedo», renovándose en ella el gusto que siempre había tenido por la poesía.
Cuento esto, de lo propio, porque es el ejemplo que tengo más a mano. Es una fortuna y una suerte contar con unos padres que, sin agobios, con sencillez, saben educarse educando a los hijos, dando a la vez razones y amor.

LEER LOS LIBROS

Es una buena cosa que los padres lean, a principio de curso, los libros de texto de los hijos. No una simple ojeada. Una lectura inteligente, deteniéndose en lo más importante y pasando por encima de lo que es de relleno, que siempre lo hay. De este modo, los padres pueden renovar sus siete, diez años, catorce años. De este modo, si es el caso, la duda de los hijos quedarán resueltas por los padres. O si no resuelta, al menos compartida.
Otro asunto que puede resultar a veces pesado y molesto, pero que es esencial: dedicar un tiempo a ayudar a los hijos en los deberes. En algunos casos no costará mucho. En otros será como renovar la propia educación. Los conocimientos, si son verdaderos, no valen sólo para la niñez o la adolescencia, sino para toda la vida.

ME SUPERA

Juan, 47 años, es panadero. A los doce años emigró con su familia a la gran ciudad y desde entonces no estudió más. Tiene tres hijos, el mayor con 21, otro con 17 y la niña, de 13. El mayor, que nunca quiso estudiar, trabaja con él en la panadería. El segundo ha salido muy listo y va flechado hacia la Universidad. La niña le preocupa porque parece poco lista, a pesar de su buena voluntad.
Si hay un trabajo esclavo es el de panadero, sobre todo cuando se quiere hacer bien y no trabajar con masas congeladas. Pero Juan consigue sacar tiempo para ayudar a su hija a estudiar. Lo único que ocurre es que ya esas materias le superan: él no llegó a tanto.
Cuando no se puede, no se puede. Pero lo ideal sería que Juan aprendiese a la par que su hija, se autoeducara, siguiera educándose. Como es listo, ha conseguido que el segundo hijo, el de 17, ayude a la pequeña. Y hay que ver la cara de satisfacción de Juan y de su mujer cuando ven al hermano ayudando a la hermana.

DAR SENTIDO

La implicación, cuanta más mejor, de los padres en los estudios de los hijos contribuye a que éstos vean esos estudios como algo con sentido, ya que la gente mayor, como sus padres, los estiman y les prestan atención. No es solo una cosa extraña que se da en el cole. Esto es esencial. Gran parte del fracaso escolar se debe a que los alumnos y alumnas ven las cosas que han de aprender en el colegio como algo que no tiene mucho que ver con la vida. Están equivocados porque casi nada funcionaría en la sociedad sin la aplicación de los conocimientos que se estudian en el colegio. Pero necesitan verlo con más inmediatez, con cercanía, en la propia casa.
Durante muchas generaciones, madres y padres han tomado la lección a sus hijos.»Anda, estúdiate esta página, que ahora te la pregunto».
Casa y colegio deberían mantener continuidad. En la casa cada uno tiene un deber que cumplir. Los hijos, el de estudiar. Los padres, el de estudiar con ellos, el de seguirlos en la progresión de sus conocimientos. Quizá llegue el momento en el que hay que decir: «yo en esto ya no te puedo servir de mucho». Pero eso querrá decir que se ha hecho antes muchísimo.
El no hay tiempo es la peor excusa del mundo. El acento no está en el tiempo sino en la disposición, en las ganas. Cuando se quiere, se puede. Si no todos los días, se podrá aprovechar un momento en el fin de semana. Tampoco es cuestión de horas, sino de mantener el interés y la conexión.
Estudiar y aprender con los hijos es otra forma de amarlos, de quererlos. Y con profundidad, porque es seguir las nociones, los conceptos, los datos que van ocupando poco a poco su inteligencia y su memoria. Es algo así como quererlos por dentro. Saber lo que ellos saben, preguntarse lo que ellos se preguntan. Si aprenden Geografía, ¿Por qué no aprovechar una salida al campo para ver todo eso sobre el terreno? Cuando son un poco mayores les suele gustar conocer cosas de sus primeros años. Es un buen momento para explicar que eso es precisamente la historia. Es muy bueno conocer la propia historia, y también la de la propia familia, y la del propio lugar, y país. Y la del mundo. Hacer ver al hijo que aquello que está en el libro es esto mismo que pisamos, que el saber es la conexión con la realidad. Como todas las acciones positivas, los resultados de este aprender con los hijos son insospechadamente buenos: se da un sentido de plenitud interior, se ejercita la inteligencia y la memoria…
Ya se sabe que el saber no ocupa lugar, pero es como la levadura, como bien sabe Juan, el panadero. El saber hace crecer la persona. Cuanto más se sabe, más se es. Sería poco inteligente perder esta oportunidad.

Adolescentes que pasan… [Propuestas para implicarles en vacaciones]

Desde pequeños, nuestros hijos han vivido la Navidad
con enormes dosis de ilusión y, sin embargo, al llegar
a la adolescencia se dejan ganar por el desencanto y la
apatía. No tienen ganas de celebrar nada sino que más
bien se muestran contrariados. Siempre tienen a punto
un «yo paso de este rollo». ¿Qué podemos hacer?

Autor: CARMEN VIDAL

Nos gustaría que nuestros hijos vivieran el reencuentro de las familias en estas fechas como algo de vital importancia, sobre todo en una sociedad que no deja mucho tiempo ni mucho espacio para las relaciones familiares. También querríamos que la convivencia entre varias generaciones fuera para ellos una ocasión excepcional, una verdadera fiesta. Para ello, no deben sentirse en ningún momento prisioneros de un protocolo rígido. Los padres debemos estar abiertos a sus ideas, dispuestos a aceptar las innovaciones que ellos puedan aportar. En una palabra, tenemos que conseguir implicarles en la organización de los festejos de forma que sientan el proyecto como suyo.

1 – Dejemos que la fiesta esté abierta a sus amigos. Las vacaciones y las celebraciones navideñas significan para ellos ver poco a los amigos y, sobre todo, a su noviete o novieta. Esto, como es normal, les contraría. Por eso podemos hacerles sentir que la familia no es un estorbo para sus relaciones personales. Es probable que sus amigos tengan sus respectivos compromisos pero podemos sugerirles que organicen, por ejemplo, una merienda con amigo invisible antes de la cena de Nochebuena, o que inviten a algunos amigos a comer turrones una vez terminada la comida de Navidad. Y si son ellos los invitados, no pongamos trabas a esto.

2 – Tratemos de implicarles en la preparación de las fiestas: el menú y la decoración. Nuestros hijos pueden tener ideas brillantes en cuanto a estos aspectos se refiere. Escuchémosles y dejémosles la iniciativa si viene al caso. Podrá ocurrir que sus ideas echen por tierra todo lo que nosotros entendemos por tradición. Es entonces cuando el intercambio de opiniones cobra toda su importancia para llegar a un consenso.
Podemos también responsabilizarles de algún aspecto de la celebración. Dejemos por ejemplo que se encarguen de comprar y organizar la presentación de los aperitivos o del postre. Evitemos la compra de regalos caros y vistosos y convirtamos el acto de regalar en un rompecabezas familiar.
Éste puede ser un aspecto educativo por excelencia. La compra de regalos se convierte a menudo en un «salir del paso» y acabamos comprando regalos caros y atractivos que no hemos pensado demasiado. Empecemos a pensar en ello, en familia y con tiempo. Realizar un presupuesto lo más ajustado posible y al mismo tiempo tener en cuenta los gustos y la personalidad del receptor del regalo no es una tarea fácil.
Si todos juntos nos rompemos el coco para conseguirlo, además de pensar en los demás, nuestro hijo aprenderá a ver de otra forma al destinatario del obsequio. Hagamos lo propio respecto a los regalos que haremos a nuestros hijos. Tengamos en cuenta lo que les gusta a ellos y no a nosotros. Si pensamos en una prenda de vestir o en algo de música, tratemos de averiguar sus gustos y de encontrar algo que les encante, aunque a nosotros nos parezca de gusto dudoso. Y, si tenemos conocimiento de una posible parejita de nuestro hijo/a, no la olvidemos en el reparto de pequeños obsequios.
Podemos también educar en la solidaridad acudiendo a las tiendas que destinan los beneficios a la ayuda de los desfavorecidos.

3 – No nos pongamos pesados con el tema del vestir. Nuestra idea de la elegancia no es la misma que la de nuestros hijos y es una equivocación intentar imponer nuestros criterios sobre la forma de vestir. No nos rasguemos las vestiduras si, a nuestro modo de ver, aparecen hechos unos adefesios. Lo importante es que estemos juntos y no cómo nos hayamos vestido para estarlo. Podemos sugerirles que adopten otro estilo para la ocasión pero no es impongamos unas ropas concretas con las que seguramente se sentirán incómodos.
Seguramente nosotros, para las reuniones de estos días de fiesta, intentaremos vestirnos con un poco más de esmero que en un día normal. ¿Por qué no pedir consejo a nuestros hijos? Y si no seguimos sus consejos al pie de la letra, por lo menos podemos aprovechar alguna idea. Quién sabe, quizás rejuvenezcamos un poco nuestro aspecto.
 
4 – Demos un toque informal y lúdico a las reuniones. Nuestros hijos pueden desempeñar un papel inestimable a la hora de transformar una fiesta formal y envarada en algo divertido y desinhibido donde todo el mundo, padres e hijos, abuelos y nietos, tíos y sobrinos se diviertan por igual. Muchos adolescentes saben tocar la guitarra u otro instrumento musical. Si voluntariamente quieren, podemos proponerles animar la reunión con sus canciones.
Animémosles o ayudémosles a preparar un pequeño juego al empezar una comida, un sorteo para sentarse a la mesa, una sorpresa para el momento del postre. Esto puede crear una atmósfera inolvidable y hacer que se sientan importantes en la familia. Si hay niños pequeños, los adolescentes juegan un papel importante: los niños sienten un gran afecto por «los primos mayores» y pasarán un rato estupendo jugando con ellos.
 
5 – ¿Y si quiere salir en Nochevieja? Ante una primera salida de estas características, sería aconsejable que nos informen de sus planes, nos pongamos en contacto con los padres de los amigos, mostremos nuestra inquietud para que se comprometan a ser responsables, y acordemos la hora de vuelta. En general no podemos predecir la actitud de un quinceañero ante las fiestas de Navidad pero podemos favorecer una actitud positiva mostrándonos y abiertos al diálogo.

Al día: dos raciones de fruta y tres de verdura

Si bien casi el 74% de los individuos de entre 55 y 65
años procura ingerir esta cantidad de vegetales, el 57%
de los pequeños de la casa y los jóvenes no alcanzan
este umbral saludable propuesto por la OMS.

Autor: ALEJANDRA RODRÍGUEZ

Según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una dieta equilibrada y saludable debe incluir, diariamente, unos 400 gramos de vegetales. Esta cantidad equivaldría a dos raciones de fruta y tres de verdura.
De cumplir con esta directriz, muchas de las enfermedades que se han erigido en auténticas lacras de las sociedades desarrolladas (hipercolesterolemia, hipertensión, obesidad, sobrepeso, diabetes del adulto, algunos tipos de cáncer…) estarían controladas. De hecho, muchas de las campañas que desde diferentes instituciones se han llevado a cabo, incluido en Ministerio de Sanidad, tratan de fomentar el consumo de cinco raciones diarias de productos vegetales.
Cualquiera diría que España, al estar protegida por los hábitos y costumbres mediterráneos, no tendría que preocuparse excesivamente de estos consejos. Sin embargo, los datos de un estudio llevado a cabo recientemente por la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC) y Hero Nutrición demuestran que el mero hecho de estar situados en la cuenca del mar Mediterráneo no es suficiente para alejar el fantasma de la enfermedad.
Para empezar, según el seguimiento Hábitos alimenticios de los españoles 2006, el 43% de la población de nuestro país no cumple con esta recomendación; algo que se vuelve, si cabe, más preocupante en el caso de los niños y adolescentes. Si bien casi el 74% de los individuos de entre 55 y 65 años procura ingerir esta cantidad de vegetales, el 57% de los pequeños de la casa y los jóvenes no alcanzan este umbral saludable propuesto por la OMS en cuanto al consumo de fruta y verdura diaria. En cuanto a la distribución por regiones, los levantinos parecen estar mejor posicionados en este escalafón, aunque todavía tienen que mejorar. En el extremo opuesto, gallegos y madrileños merecen un tirón de orejas, puesto que, fundamentalmente en lo referente a la ingesta de fruta, reciben un suspenso.
No obstante, la población no ha dado la espalda a estos alimentos por ignorar sus beneficios. Todo lo contrario. La inmensa mayoría de los encuestados sabe que ingerir más cantidad de fruta y verdura tiene repercusiones muy positivas en su salud y es capaz, incluso, de referir algunas dolencias que se evitarían mejorando su dieta en este sentido. De hecho, muchos de ellos se han propuesto modificar este hábito para aumentar la presencia de estos productos en su cesta de la compra.
Y es que no todo son malas noticias. El trabajo recién presentado revela que en los últimos años se ha producido una sensible mejoría en los hábitos alimenticios de los españoles. De hecho, muchos de los individuos encuestados afirman haber incrementado el consumo de fruta y verdura (aunque admiten que sigue siendo insuficiente), que optan por alimentos lo más bajos en calorías posible y que han hecho un esfuerzo por reducir la ingesta de grasas saturadas.
En opinión de los especialistas, la población está aún a tiempo de revertir esta corriente que nos lleva a un desastre nutricional y, en consecuencia, a un problema de salud pública de dimensiones escalofriantes. En general, hay que recuperar los patrones tradicionalmente mediterráneos, y eso pasa indefectiblemente por reducir el consumo de carnes rojas y alimentos de origen animal, de elevar el de pescado y legumbres y, sobre todo, de incrementar las raciones diarias de vegetales.
Los antioxidantes que contienen estos productos no pueden almacenarse en el organismo, de manera que han de consumirse diariamente para gozar de sus bondades para la salud. Una buena manera de aumentar el protagonismo de frutas y verduras es, por ejemplo, meter una pieza de fruta en el desayuno o en la mochila para el recreo de nuestros hijos.
Por otro lado, es conveniente recuperar el hábito de ofrecer fruta en el postre. Antiguamente esto era prácticamente una norma. Sin embargo ahora, y fundamentalmente en los colegios, la fruta ha sido desplazada a favor de postres lácteos y dulces.

Juguetes de Ayer y Hoy

Autor: Laura del Pozo

Llegan las Navidades y estas son época de celebración, de estar en familia, pero también de nostalgia y recuerdo. Cuando nos sentamos con nuestros hijos a escribir la querida carta a los Reyes Magos, es inevitable recordar esos tiempos en los que una muñeca de trapo o un caballo de madera eran todo el universo de nuestros sueños. Los tiempos cambian, y mientras nos preguntamos cómo diantres se escribe Barbie, no podemos evitar recordar esos juguetes de nuestra infancia que tantas satisfacciones nos produjeron y que tanto han cambiado.
Pongamos por ejemplo las muñecas –uno de los regalos más demandados por las niñas–. Las primeras muñecas eran de porcelana y su disfrute estaba al alcance de muy pocos privilegiados que podían pagar estas obras de arte. Después llegó el papel y las muñecas entraron en las casa más humildes –por desgracia, más de una vio derretirse a su bebé de cartón piedra por un desafortunado accidente acuático. Con el plástico llegó la revolución. La fabricación de muñecas se disparó y empezaron a sonar con fuerza los primeros nombres propios: Barbie, Nancy… Pero no sólo cambió el material, también varió el físico, aparecieron los complementos y por primera vez ¡la muñeca hablaba! Inolvidables son sus primeros balbuceos: ¡Mamá!
Después, todo sucedió muy deprisa. La Barbie y las Barriguitas se sofisticaron y nuestro Nenuco pasó de hacer pis a hablar él solito.
¡Cómo cambian los juguetes!
A nadie le sorprende hoy en día ver a un pequeñín hablando por el móvil con su padre. Las nuevas tecnologías se han instalado en nuestras vidas y está claro que los que más disfrute encuentran en ellas son los jóvenes. Los juguetes han cambiado a tenor de este desarrollo, pero también han aparecido otros nuevos, inimaginables hace apenas veinte años, pero muy presentes en el ocio de nuestros hijos.
A veces esta explosión de tecnología nos llena de miedo y dudas, especialmente cuando los comparamos con nuestros juegos tradicionales, pero es importante que sepamos ver dos cosas: primero, que son absolutamente diferentes y que cada uno a su manera puede estimular el desarrollo del niño. Y segundo, que el peligro no reside tanto en el juguete en sí como en su adecuación a la edad del niño y la utilidad que se le dé al mismo –y esto dependerá en gran medida de los padres.
Los juguetes en general ayudan al niño a entrar en relación con su entorno, aprendiendo e imitando roles y adáptandose a nuevas situaciones. Es a partir de los cuatro años cuando el pequeño se fija en el adulto y copia sus actividades, actividades éstas muy relacionadas con el manejo de las nuevas tecnologías, por lo tanto no es de extrañar que demanden artículos que ellos identifican con lo que hace papá o mamá. El manejo de botones y joysticks es otro modo de capacitar al niño para su vida adulta. ¿Dónde reside el peligro?En el uso abusivo de estos juguetes y en que estos no se correspondan con la edad y necesidades del niño.

Respetar a los hijos

Esperamos que nuestros hijos nos traten con el respeto debido y que sepan respetar
a los demás. Pero, ¿respeta mos nosotros a nuestros hijos en la misma medida?

Autor: JOSÉ MARÍA LAHOZ

«Los niños pequeños tienen sentimientos pequeños»; «los jóvenes de pocos años tienen pocos sentimientos»… Evidentemente, sorprende leer estas dos premisas. Es muy probable que al leerlas pudiera pensarse que un servidor no sabe lo que dice. Pero en cambio no es demasiado extraño que actuemos como si fuera cierto que a menor edad correspondieran menos sentimientos y menos dignidad. Y si no, preguntémonos por qué en ocasiones la manera de tratar a nuestro hijo no se corresponde con el respeto que debemos a cualquier persona adulta.
Aunque son pequeños y de corta edad se sienten despreciados cuando les hablamos con altivez, humillados cuando les avergonzamos (a veces en público), y atropellados cuando les damos órdenes incomprensibles a sus ojos. Actuar así es la mejor manera de empezar a levantar barreras que dificultarán nuestro entendimiento con ellos. En cambio, si les tratamos con el mismo respeto que a cualquier persona, les ayudamos a sentirse tan importantes como los adultos, dignos de la misma consideración y favorecemos una comunicación fluida. Respetar es tratar a alguien con la debida consideración.
El respeto que les tenemos a los hijos se manifiesta en la calidad del trato que les otorgamos y en la atención que ponemos en tratar de no invadir sin permiso sus espacios de autonomía. No es lo mismo, por ejemplo:
– Supongo que esta mañana no has podido dejar ordenado tu cuarto. Me gustaría que lo hicieras ahora.
– ¡Eres un cochino, siempre lo dejas todo de cualquier manera! Haz el favor de ordenar tu cuarto.
Las ventajas educativas de tratar a los hijos con el debido respeto son decisivas. Si nuestra relación con ellos no se basa en la consideración, se vuelve imposible llevar a cabo una acción educativa eficaz y la convivencia, a medida que se van haciendo mayores resultará dificultosa. (Lectura recomendable: Ser padres con sensatez).

BUENAS RAZONES

Dos grandes razones justifican la necesidad de otorgar a los hijos un trato basado en el respeto: Por un lado los niños tienen sentimientos igual o más intensos que nosotros y, por otro, los niños aprenden a relacionarse y a comportarse por imitación.
En cuanto a la primera razón, a menudo nos olvidamos y pensamos que no tener ni el poder ni la madurez de la edad adulta es sinónimo de no acusar lo que pasa alrededor de uno. Cuando a Pablo, en plena fiesta de cumpleaños de un amigo su madre empezó a limpiarle los pantalones sacudiéndole con fuerza e increpándole furiosa: «¡Qué cochino eres! !Mira como te has puesto! ¡Siempre has de ser el más desastrado!» le estaba poniendo en evidencia delante de todos y los sentimientos de Pablo fueron de vergüenza y de odio hacia su madre.

– Cuando reciben un trato considerado reaccionan con actitudes de colaboración. Pronunciar una frase amable para pedirles alguna cosa en vez de una orden autoritaria y cargada de reproches genera en ellos sentimientos de agradecimiento que les animan a identificarse y colaborar con la persona que no manda, sino que pide, recuerda, sugiere. No es magia: al igual que los adultos, los niños responden según los estímulos que reciben, se adaptan al trato recibido.

– Cuando reciben un trato desconsiderado o irrespetuoso,acaban por asumir conductas irrespetuosas, negativas e incluso agresivas. Al sentirse maltratado, el niño no puede por menos que sentir aversión hacia aquellos que le tratan mal, que no tienen en cuenta su dignidad. Y con esos sentimientos como cojín de su voluntad, es difícil que tenga ganas de seguir las indicaciones que ha recibido. Al contrario, es probable que por despecho, tenga ganas de desobedecer.

Imaginemos por un momento que en una reunión de amigos nuestra pareja se mancha la camisa y, en voz alta y con tono de reproche le decimos: «Eres un auténtico desastre, siempre haces igual, mira como te has puesto, da vergüenza ir contigo a cualquier sitio…». Una situación similar sería tan inaudita que el simple hecho de imaginarla nos resulta cuando menos gracioso. En cambio, si la escena se plantea entre padres e hijo, adquiere normalidad, pierde dramatismo. Incluso veríamos con relativa normalidad el pensar en un castigo si el hijo contestara una impertinencia. ¿Por qué nos parece normal destinarle un trato a nuestro hijo que de ninguna manera destinaríamos a nuestra pareja?

CONSEJOS ÚTILES

Esperamos que nuestros hijos nos traten con el respeto debido y que sepan respetar a los demás. Pero ¿respetamos nosotros a nuestros hijos en la misma medida?
– Hablar con amabilidad, sin expresiones groseras. Evitar los gritos y el crear mala atmósfera en casa.
– Usar las fórmulas de cortesía para saludarles, pedirles favores o darles las gracias y pedirles disculpas cuando nos equivoquemos.
– Felicitarlos por sus logros y advertirles de sus errores en privado, nunca en público.
– Pensar bien de ellos y darles oportunidades de rectificar.
– Escucharles con atención, interesarnos por sus cosas y respetar sus gustos, sus amistades, etc.
– Mantener siempre los compromisos y ser puntuales cuando nos esperen.

Perdido en los grandes almacenes

Las compras navideñas en familia, la elección de juguetes
por parte de los niños, las aglomeraciones de
gente… un caldo de cultivo perfecto para que un niño se
nos despiste. ¿Qué hacer?

Autor: LUZ BELINDA GIRALDO

Nada hay más fácil que perder a un niño en la vorágine de las compras navideñas.
¿Qué hacer? Primero, no perder los nervios. Después, actuar con un poco de
cabeza.

EN EL CENTRO
COMERCIAL

Las medidas de seguridad que se ponen en marcha
en un centro comercial son decisivas a la hora de encontrar a un menor que se ha
perdido. Es una de las situaciones más frecuentes: vas al centro comercial con
tu hijo y en un despiste, como casi siempre, desaparece. Dependiendo de la edad
y de cómo es el menor, los padres actuarán de una o de otra manera.
Hay niños
muy rebeldes que man tienen un pulso constante con los padres y salen corriendo,
se esconden o intentan dar esquinazo para ver su tienda favorita. En el Centro
Comercial Las Arenas, en Las Palmas de Gran Canaria, tienen como en todos los
centros, un protocolo de
seguridad establecido para estos casos.
Desde el departamento de Marketing
aseguran que en más de una ocasión «se ha perdido un niño, y en cuanto los
padres acuden al stand de información para comunicarlo, lo primero que hacemos
es activar la megafonía para llamar al niño y que acuda a donde están sus
padres, aunque dependiendo de la edad se les pide una descripción a sus padres y
el personal de seguridad se moviliza para encontrarlo».
Normalmente aparecen
a los pocos minutos, «como ocurrió hace poco con un niño que nada más activar la
megafonía apareció». Por lo general se quedan rezagados mirando algún juguete en
alguna tienda.
Sin embargo, estas medidas de seguridad tienen una segunda
parte –que casi ningún centro comercial quiere revelar por precaución– y que
incluye un protocolo de tiempos para evitar la posibilidad de un secuestro. En
casos en que la desaparición se alarga, los padres deben intentar controlar la
lógica angustia y dejar trabajar a los profesionales. Por ejemplo, en países
como Estados Unidos los secuestros de menores obliga a cerrar las puertas del
establecimiento para evitar que el secuestrador huya con el menor. En España, de
momento, el nivel de desapariciones de niños en estos contextos no es alarmante,
aunque cualquier precaución es poca.

VIGILAR LO IMPOSIBLE

Si
ya es difícil tener controlados a uno o varios niños, en situaciones en que
otras cosas requieren también atención y el ambiente es hostil, puede ser
imposible controlarlo todo. Por ejemplo, unos grandes almacenes con cierto grado
de masificación son un escenario muy poco favorable para mantener la vigilancia:
existen muchos recovecos y pasillos donde un niño puede despistarse o
esconderse, y es difícil mantener a la vista a un niño entre varias personas de
más edad. Los precauciones son las clásicas: dar instrucciones a los niños antes
de entrar, no soltar de la mano a los más pequeños, establecer «cadenas de
vigilancia», si van los dos progenitores, que uno se encargue especialmente de
la vigilancia. Por si ocurre lo peor, es importante establecer puntos claros de
reunión, sea para niños más mayores o, incluso, para el caso de que una de las
personas mayores se «despiste».

Reformas universitarias

Autor: padresycolegios.com

Tengo 16 años, estoy en 3º de Secundaria y no paro de escuchar en casa
de boca de mi hermano, joven universitario, que pronto va a haber reformas en la
Universidad, relacionadas con la normativa europea y no sé hasta qué punto van a
afectarme a mí cuando llegue la hora de ingresar en la universidad. Quiero
estudiar algo relacionado con lenguas extranjeras (francés), traducción o una
filología. ¿Cómo van a quedar estas carreras si finalmente se hace la reforma?
¿Va a alterar la normativa el acceso a la universidad o lo va a complicar aún
más?
SERGIO.
VALLADOLID

Las carreras mencionadas, como
Traducción o Filología, quedarán más o menos como ahora, es decir, cuatro años y
el último de formación práctica o trabajo fin de carrera. Con respecto a la
normativa de acceso a la Universidad no va a cambiar mucho, ya que se seguirá
exigiendo la selectividad.

Opciones en Bachillerato

Autor: padresycolegios.com

Soy madre de un chico que comienza este año el Bachillerato y el pobre
tiene muchas dudas sobre cuál de las opciones elegir, ya que aún no tiene clara
la carrera que quiere cursar en el futuro, por lo que tiene miedo a elegir
Ciencias Sociales, Humanidades, etc. y luego no poder estudiar la carrera que
dentro de dos años le apetezca. ¿Es posible estudiar, por ejemplo, Biología
habiendo cursado en el instituto la opción de Humanidades?
JOAQUÍN.

MÁLAGA

En una universidad privada no habría ningún problema, pero en las
universidades públicas tienen preferencia para matricularse en las carreras de
su elección los alumnos que provienen de las opciones vinculadas a la carrera
deseada.