¿Son determinadas formas de trabajo infantil un peaje obligatorio para que los países subdesarrollados salgan de la pobreza? ¿Qué tipo de empleos deberían prohibirse a toda costa? Todos compartimos el sueño de un mundo en el que los niños puedan estudiar sin carga laboral alguna. Las divergencias surgen a la hora de trazar el camino a seguir.
Supongamos que una comitiva de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desembarca en cualquier país en vías de desarrollo. Su objetivo, convencer al gobierno de turno sobre la imperiosa necesidad de erradicar sin demora el trabajo infantil de su sistema productivo.
Intuyen los técnicos de la OIT que la vertiente humanitaria del problema (la negación del derecho a la Educación y a gozar de una infancia plena sin presiones laborales) no conmoverá necesariamente a sus interlocutores. Por eso vienen provistos de refinadas predicciones estadísticas sobre los inmensos beneficios económicos de acabar con una práctica que (haciendo caso omiso al diablillo del relativismo, ya saben, en Occidente no, en otros países sí) todos consideramos aberrante.
Si el país está en el África Sub-sahariana, por cada dólar invertido en atajar la plaga retornan cinco para la economía nacional. En Asia, siete. Las ventajas son “enormes, casi astronómicas en términos de productividad, aumento salarial y recaudación de impuestos”, aseguraba hace un par de años Frans Roeselaers, director del Programa Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil (IPEC en sus siglas en inglés), durante la presentación del informe que recoge tan optimistas cálculos.
“¿Y esto para cuándo?”, preguntan algo escépticos los países pobres. “De aquí a 20 años”, responde la OIT. Mientras, sólo cabe hablar de costes. Para infraestructuras educativas y formación del profesorado. Para arreglar los desajustes en el mercado laboral. Para que las familias puedan apañárselas sin esa fuente de ingresos que antes se enfundaba el mono de trabajo y ahora viste de escolar.
NO AL BOICOT
“Planes integrales”, “visión multidisciplinar”, “intervenciones micro”. Son todas expresiones utilizadas por la directora de sensibilización de Unicef-España, Marta Arias, cuando habla de posibles estrategias en la lucha contra el trabajo infantil, un fenómeno que no desaparecerá “mientras exista pobreza”.
Arias insiste en la importancia de evitar “prácticas contraproducentes” como el boicot a productos sospechosos de haber sido elaborados con mano de obra infantil. En Bangladesh, unos 50.000 niños que trabajaban en la industria textil fueron despedidos tras aprobar EEUU una ley de importación llena de buenas intenciones. Su destino fue en muchos casos la prostitución, la mendicidad o un nuevo empleo en la minería.
Incluso aquellos estados que más empeño ponen en alejar a sus niños de la vida laboral se niegan a concretar soluciones tajantes o a aceptar fechas límite impuestas por la comunidad internacional. En 2000, Bill Clinton propuso sancionar a las naciones que consintieran las peores formas de trabajo infantil. Brasil e India criticaron duramente una iniciativa que tildaron de “moralista” y encaminada a ralentizar el despegue de las economías emergentes. También recordaron que el mundo rico hizo la vista gorda con el empleo de menores hasta que su desarrollo económico le permitió terminar con lo que muchos consideran un “mal necesario” intrínseco al sistema capitalista.
QUÉ
Ni las voces más autorizadas se ponen de acuerdo. Unicef advierte que desde que el tema figura en el top de la agenda humanitaria internacional se “han utilizado multitud de medidas y definiciones”, lo que ha creado “confusión en torno a la naturaleza exacta del problema”. El último intento de acotar en pocas palabras un fenómeno tan complejo data de 2008, e incorpora como novedad las tareas domésticas que arañen tiempo al estudio, tradicionalmente obviadas en las estadísticas.
La definición tipo suele tener zonas blancas (no es trabajo infantil echar una mano en casa o en el negocio familiar, los empleos “ligeros” a partir de ciertas edades) negras (prostitución, guerra, esclavitud) y una pantanosa escala de grises. ¿Qué entendemos por “nocivo” para la salud física y mental? ¿Y por “dignidad” del niño? Ambigüedad léxica que obliga a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a relativizar el término: “la respuesta (a qué es trabajo infantil) varía entre países”.
Otra opción pasa por fijar límites horarios. Antes de los 11 años, proscrito. Entre 12 y 14, no más de 14 horas. A partir de esa edad, carta blanca para que cada país legisle a su manera sin consentir que los menores de 18 años desempeñen labores de alto riesgo. Son los parámetros más utilizados por Unicef y la OIT.
Juan Felipe Hunt, director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en España