En los últimos años, hablar de educación se ha convertido en un ejercicio de melancolía colectiva. Cada vez son más las voces que idealizan un pasado que, en realidad, nunca existió del todo: “antes se estudiaba mejor”, “antes había respeto”, “antes no había pantallas”. Es una reacción humana ante la incertidumbre, pero también una trampa: la nostalgia es un refugio cómodo, sí, pero profundamente estéril para construir el futuro.








